POLÍTICA-ALEMANIA: Fantasma de la izquierda

Un fantasma recorre Alemania: el flamante Partido de Izquierda, la suma de una escisión de la gobernante socialdemocracia con ex miembros del régimen que dominó el este del país durante el periodo comunista.

Integrados al Partido Socialista de Unidad (SED), como es su nombre formal, los comunistas gobernaron la República Democrática Alemana, también conocida como Alemania Oriental, durante más de cuatro decenios tras la segunda guerra mundial (1939-1945).

La derrota del genocida régimen nazi encabezado por Adolf Hitler en esa conflagración derivó en la división de Alemania en dos países, uno capitalista y otro comunista, que se reunificaron tras la disolución del régimen de Eric Honecker en octubre de 1990.

Durante ese periodo, Alemania Oriental permaneció bajo la esfera de influencia de la Unión Soviética, federación que, a su vez, se disolvió en 1991.

El Partido de Izquierda es fundado en una coyuntura crítica de la historia de la Alemania de posguerra: la economía opulenta y tecnológicamente poderosa ûla quinta del mundo por su magnitud— se ha convertido en una de las de más lento crecimiento en la zona del euro.

Esa moneda común rige en 12 de los 25 países de la Unión Europea (UE): Alemania, Austria, Bélgica, España, Finlandia, Francia, Grecia, Holanda, Irlanda, Italia, Luxemburgo y Portugal.

La modernización e integración de la economía de la zona oriental de Alemania continúa siendo un proceso costoso y de largo plazo, con transferencias financieras anuales desde el occidente que ascienden a unos 70.000 millones de dólares.

La envejecida población alemana (19 por ciento de los habitantes tienen más de 65 años), combinada con el desempleo crónico de 11 por ciento de la fuerza de trabajo, llegaron a un punto en que los desembolsos de seguridad social exceden las contribuciones al sistema.

El déficit fiscal excede el tres por ciento impuesto como límite por la UE, con gastos del gobierno federal por 1,3 billones de dólares e ingresos por 1,2 billones. La deuda pública acumulada representa 65,8 por ciento del producto interno bruto anual.

Tal panorama obligó al gobierno centroizquierdista, integrado, entre otros, por el Partido Socialdemócrata (SPD) y el Partido Verde, a introducir importantes recortes de egresos en el sistema de seguridad social que desencantaron a buena parte de la población y han puesto en peligro el consenso político y social por el cual Alemania fue envidiada durante décadas.

Esta situación subyace en la disolución del parlamento y la convocatoria a elecciones anticipadas para el 18 de septiembre, anunciadas el día 21 por el presidente Horst Koehler, quien aceptó así el pedido del canciller (jefe de gobierno) Gerhardt Schroeder.

Un ”voto constructivo de no confianza” en el parlamento fue el mecanismo mediante el cual Schroeder urgió a Koehler a adelantar un año las elecciones. Eso fue posible porque varios ministros y legisladores se abstuvieron de manifestar su confianza hacia el canciller.

Esta herramienta ha sido prevista por la constitución alemana, y sirvió en dos ocasiones —1972 y 1983— para adelantar las elecciones.

Schroeder informó al parlamento el 1 de este mes y luego al presidente Koehler por escrito que sus políticas de reforma de la seguridad social chocaban con resistencia entre los parlamentarios de la propia coalición de gobierno y que por esa razón no podría avanzar en su agenda.

El argumento no fue aceptado como genuino por algunos parlamentarios oficialistas, y supuso una prueba de fuerza para Koehler, pues su pronunciamiento en uno u otro sentido podría ser cuestionado por la Corte Constitucional. Dos legisladores anunciaron que presentarían demandas en ese sentido.

Pero es difícil que el alto tribunal ponga en cuestión una decisión presidencial. Los jueces preferirían pedir al parlamento que enmiende la constitución de modo que un voto de no confianza constructiva, mecanismo que puede prestarse a tal manipulación, sea reemplazado por uno más transparente.

El presidente del parlamento, Wolfgang Thierse, dijo la semana pasada que podría concebirse una reforma constitucional que faculte al cuerpo legislativo a disolverse por una mayoría especial, tal vez de dos tercios o tres cuartos de los miembros.

Pero el énfasis de las próximas elecciones estará en otros puntos, y los principales son el estado de la economía y del sistema de bienestar social.

Grandes sectores de la población sufren incertidumbre sobre su futuro, lo que llevó a socialdemócratas y verdes a perder en junio el gobierno del más populoso de los estados alemanes, Renania del Norte-Westfalia, a manos del conservador partido Unión Democrática Cristiana.

Ese sector formó un gobierno de coalición en ese estado con el liberal Partido Democrático Libre. Renania del Norte-Westfalia es vista por los analistas como precursor de una administración de corte liberal-conservadora a nivel federal.

Los encuestadores prevén que en septiembre la Unión Democrática Cristiana y su hermana bávara, la Unión Social Cristiana, reúnan alrededor de 43 por ciento de los votos.

Esas voluntades, sumadas al entre seis y siete por ciento de los sufragios pronosticado para el Partido Democrático Libre, les permitiría a esos grupos formar el primer gobierno federal encabezado por una mujer, Angela Merkel, presidenta de la Unión Democrática Cristiana.

Pero la alianza liberal-conservadora no puede ocultar su ansiedad ante el entre ocho y 11 por ciento previsto por los encuestadores para el Partido de Izquierda, que reúne al sucesor del comunismo de la República Federal Alemana, el Partido del Socialismo Democrático, y Voto Alternativo por Trabajo y Justicia Social, movimiento escindido de la socialdemocracia.

La coalición izquierdista es liderada por dos dirigentes pujantes y controvertidos, Oskar Lafontaine y Gregor Gysi.

Lafontaine abandonó el Partido Socialdemócrata en junio, luego de liderarlo entre 1995 y 1999. Gysi hizo lo propio luego de completar un año en un escaño del Senado y de participar en el gobierno de la ciudad de Berlín.

Lafontaine asegura que el Partido de Izquierda es la única oposición real al neoliberalismo dominante. El dirigente propone un aumento general de salarios y un programa de gasto público para apuntalar la economía.

El último sacudón del sistema político alemán se registró cuando candidatos del Partido Verde accedieron al parlamento en 1987. La flamante alianza izquierdista tiene el potencial de imponer otro.

(*) Con aportes de Peter Desealers, desde Berlín.

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