En lugar de extender la facultad de veto a más países, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas necesita una reforma cualitativa que extinga ese poder individual de sus cinco miembros permanentes, como condición para un verdadero multilateralismo, afirman especialistas latinoamericanos.
Un cambio meramente cuantitativo del Consejo de Seguridad, pero manteniendo el mismo diseño no responde a la realidad actual y es una receta para la continuación de la crisis del sistema internacional, argumentó Cándido Grzybowski, uno de los organizadores del Foro Social Mundial (FSM) y director del Instituto Brasileño de Análisis Sociales y Económicos.
Se necesitan cambios en el proceso decisorio, para llegar a resoluciones de mayor calidad, coincidió Juan Tokatlián, director de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés, de Buenos Aires.
El Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) siempre fue un mecanismo oligárquico, no democrático, sin mayor transparencia en la información que maneja y en la rendición de cuentas, dijo a IPS.
Sin embargo, lo que se negocia en el actual debate sobre la reforma de la ONU es sólo la composición del máximo órgano de seguridad del foro mundial, que cuenta con 15 países miembros, 10 de los cuales son rotativos y cinco permanentes con derecho a veto: China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia.
Un comité de expertos nombrado por el secretario general de la ONU, Kofi Annan, efectuó una serie de propuestas para la reforma, que incluye iniciativas de ampliación del Consejo, pero sin alterar el poder de veto de las cinco potencias mundiales.
Alemania, Brasil, Japón e India reclaman a su vez asientos permanentes para sí y para dos naciones africanas en el ámbito de una ampliación del cuerpo a 25 integrantes.
El debate, que comenzó a inicios de los años 90 tras la disolución de la Unión Soviética y el fin de la guerra fría, ha degenerado en una disputa por los nuevos lugares, con muchos países que se oponen a las pretensiones de las cuatro potencias regionales y abogan por un sistema rotatorio.
En América Latina, la candidatura brasileña soporta la oposición de Argentina y de México. Pero si hay ampliación del Consejo, la inclusión de Brasil es un hecho, porque es el único que tiene vocación de actor global en la región, dijo a IPS el argentino Rosendo Fraga, director del Centro de Estudios Nueva Mayoría.
Argentina, que un siglo atrás era la economía más grande de América del Sur, hoy tiene un producto interno bruto que equivale a un cuarto o un tercio de los de Brasil o México, por lo que perdió la masa crítica para defender su presencia rotativa en un asiento latinoamericano permanente en el Consejo, admitió Fraga.
El liderazgo regional de Brasil se impone naturalmente por su economía, su territorio y su población, mientras México no tiene esa vocación, y Argentina y Chile carecen de masa crítica, sintetizó Fraga.
Brasil ambiciona un asiento en el Consejo desde hace muchos años y lo refrenda con sus activas participaciones en misiones para el mantenimiento de la paz, como la que comanda ahora en Haití, afirmó el ex diplomático mexicano Andrés Rozental.
Brasil nunca ha rehusado —como lo ha hecho México— asumir sus responsabilidades como país geográfica, económica, demográfica y políticamente dominante de la región, señaló Rozental, en un artículo del no gubernamental Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales, que preside.
México sigue enfrascado en un debate estéril sobre si conviene o no que ocupemos el lugar que también nos puede corresponder por tamaño, fuerza económica y población. Hasta hoy esta esquizofrenia nacional no pasaba de ser una discusión teórica, sin efectos prácticos, porque parecía remoto que efectivamente hubiera una reforma de la Carta de la ONU, agregó.
El ex diplomático se lamentó porque las autoridades de su país no hayan dicho claramente que México también aspira al asiento adicional en el Consejo de Seguridad, y que no aceptaríamos una decisión que se tomara sin un proceso de consulta y sin siquiera una discusión sobre los méritos de todas las candidaturas.
Pero es poco probable que Brasil y otros postulantes logren ascender al estatus de las cinco potencias con poder de veto, en nombre de la actualización y democratización del Consejo. Los aspirantes afrontan la oposición de vecinos fuertes, como China contra Japón y Argentina contra Brasil, entre otros obstáculos.
El Consejo, creado para mantener la paz y la seguridad mundiales, comprende aspectos militares y diplomáticos. ¿Cómo podría aceptar como miembros permanentes a Alemania y a Japón, países que no controlan su propia seguridad, pues tienen bases estadounidenses en sus territorios?, preguntó el argentino Tokatlián.
Brasil no dispone de la credencial decisiva para su ambición: un poder militar capaz de intervenir rápidamente en el exterior para imponer la paz y no solo mantenerla, observó el investigador Geraldo Cavagnari, del Núcleo de Estudios Estratégicos de la Universidad de Campinas y ex oficial del ejército brasileño.
Ese es un perfil que Brasil aún no posee, y que exige recursos sofisticados, riesgos y costos elevados, inclusive humanos, pues implica interponerse entre fuerzas en conflicto, explicó.
Los militares brasileños empiezan a vivir esa situación en Haití, donde comandan una misión de paz de la ONU sin mucho éxito, acotó.
La ambición brasileña es una locura, producto del viejo militarismo nacionalista y del sueño de gran potencia, que posiblemente esté provocando efectos negativos como los roces con Argentina y con otros vecinos, además de concesiones comerciales y políticas a China, opinó Grzybowski.
Esa pretensión también influye en la política nuclear nacional, con presiones para la reactivación del programa de nuevas centrales nucleares, pese a las posiciones contrarias de las autoridades energéticas, observó.
El Consejo de Seguridad debe subsistir en una reforma de la ONU, pero redefiniendo la soberanía nacional, en cuyo nombre se practican genocidios, y haciendo prevalecer los derechos humanos, y no omitiéndolos cuando se perpetren crímenes contra la humanidad, como los cometidos en Ruanda en 1994, sostuvo.
Es más democrático adoptar la rotación de los miembros del Consejo y un veto que sólo sea posible si es colectivo, es decir apoyado por un mínimo de votos del cuerpo, de un tercio, por ejemplo, sugirió Grzybowski.
La necesidad de decisiones rápidas tampoco aconseja una composición muy numerosa, como la propuesta de 25 miembros, señaló. La cantidad dificultaría el consenso, acotó Tokatlián.
Ambos expertos consideran muy preocupante la escasa participación de la sociedad en este debate.
En el FSM, que se reúne anualmente en encuentros multitudinarios desde 2001, se discute la reforma de la ONU como parte del deseado nuevo orden democrático internacional, recordó Grzyboswki, miembro del Consejo Internacional del Foro.
Las propuestas oficiales de reforma del foro mundial actualmente en discusión son lamentables, opinó. La agenda de desarrollo se limita a los Objetivos del Milenio, que son metas compensatorias mínimas que no afrontan las causas de la pobreza.
Las Metas de Desarrollo del Milenio se proponen llegar a 2015 con una proporción de indigentes y hambrientos que sea la mitad de la existente en el mundo en 1990, entre otros objetivos.
En opinión de Grzyboswki y de muchos activistas del FSM, es necesario un cambio muy diferente.
Por ejemplo, poner a la Organización Mundial del Comercio, al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial bajo control de la ONU, afirmar la supremacía de los derechos humanos y promover la seguridad humana, fortaleciendo algunas comisiones y consejos del foro mundial que hoy sólo son consultivos.
— Con aportes de Marcela Valente (Argentina) y Diego Cevallos (México)..