Este junio amenaza con convertirse en el mes más violento en el sur de Tailandia desde que estalló la última ola de enfrentamientos entre fuerzas gubernamentales y supuestos radicales islámicos, hace 18 meses.
La decapitación de cinco personas en esa región fronteriza con Malasia y predominantemente musulmana agrega un elemento de horror a esa preocupante realidad en este país de mayoría budista.
Una de las víctimas fue Lek Pongpla, un civil de 34 años, quien fue decapitado a plena luz del día y en presencia de otras personas, en una tienda de té.
Lek tomaba té cuando dos hombres llegaron en un motociclo y le dispararon, relata un artículo en el diario The Bangkok Post.
Cuando intentaba escapar, uno de los atacantes sacó un machete y le cortó la cabeza. Luego la guardó en un bolso y huyó, declaró al diario el propietario de la tienda de té. La cabeza de la víctima fue hallada en un canal a dos kilómetros de la escena del crimen.
Para fin de mes, el número de incidentes violentos podría igualar o exceder los registrados en mayo, dijo Panitan Wattanayagorn, experto en seguridad nacional de la Universidad de Chulalongkorn, en Bangkok.
Claramente hay una escalada; los ataques ocurren con mayor frecuencia, agregó.
En mayo se registraron en el sur 150 incidentes violentos (no en combate), que incluyeron explosiones de bombas, tiroteos, incendios intencionales y otros ataques contra símbolos del Estado. Esa cifra fue el récord desde el estallido de los enfrentamientos, en enero del año pasado, destacó el experto.
En abril hubo 105 casos, principalmente en las meridionales provincias de Narathiwat y Yala. La situación de este mes es un desafío para las autoridades, advirtió.
El actual ciclo de violencia se enmarca en un conflicto de décadas entre el gobierno y la minoría islámica del sur, que acusa a las autoridades de postergar su desarrollo y de discriminarla en materia económica, cultural, religiosa y lingüística.
En vista del recrudecimiento de la violencia, el primer ministro Thaksin Shinawatra decidió reconsiderar los gestos conciliatorios que hizo públicos en marzo hacia los insurgentes, que según el gobierno pertenecen a la minoría malaya-musulmana.
El jueves, Bangkok anunció planes para clasificar áreas del sur como zonas violentas, en que las fuerzas de seguridad tendrán licencia para matar a los insurgentes.
Los insurgentes matan gente de manera indiscriminada y seguirán haciéndolo hasta que sean abatidos. Quieren que los residentes locales tengan miedo para lograr todo el control, dijo Thaksin.
Este tono del primer ministro contrasta con el que adoptó en marzo, cuando declaró que era hora de la transigencia y de abandonar prejuicios en aras de la reconciliación.
La violencia en el sur cobró más de 700 vidas desde que los insurgentes atacaron un campamento del ejército en enero de 2004. Las víctimas incluyen tanto militares como civiles musulmanes y budistas, entre estos últimos funcionarios de gobierno, monjes, maestros y policías.
Entre las víctimas se cuentan también más de 100 jóvenes musulmanes que murieron en un enfrentamiento con tropas gubernamentales en abril del año pasado y a 78 malayos-musulmanes asfixiados en un camión militar donde habían sido encerrados por soldados tras una protesta, en octubre de 2004.
Los malayos musulmanes suman 2,3 millones en una población nacional de 64 millones. En los años 70 y 80, grupos de esa comunidad pelearon por un territorio separado, que hace un siglo perteneció al reino de Pattani y que en 1902 fue anexado por Siam, el antiguo nombre de Tailandia. (