Álvaro Cunhal era el Partido Comunista Portugués (PCP). Su muerte, simbólicamente precedida poco antes por la del general Vasco Gonçalves, quien fue primer ministro de cuatro gobiernos militares revolucionarios de la década del 70, cierra una era de la historia contemporánea de este país.
El funeral realizado este miércoles en Lisboa repletó la avenida de dos kilómetros que une la céntrica Plaza de Chile con el cementerio de Alto de São João, convirtiéndose en el mayor cortejo fúnebre registrado en el país desde 1995, cuando falleció la cantante Amalia Rodrigues, un verdadero icono de Portugal.
Se rindieron ante la memoria de Cunhal miles de comunistas de todo el país y sus más acérrimos adversarios, tales como los ex presidentes Antonio Ramalho Eanes (1976-1986) y Mario Soares, y el ex gobernante conservador Pedro Santana Lopes, entre otros.
El gobierno socialista decretó este 15 de junio día de luto nacional, debido a la dimensión cívica y política del dirigente comunista fallecido, mientras que envió sentidas condolencias el actual presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, contendor de Cunhal primero como ultraizquierdista hace 30 años y luego convertido en conservador.
El líder histórico del PCP y parte de la vieja guardia del movimiento comunista internacional falleció en la madrugada del lunes en Lisboa, a los 91 años, dos días después de la muerte de su cercano amigo, el ex primer ministro (1974-1975) general Vasco Gonçalves.
Todos los análisis y comentarios de periodistas, historiadores, sociólogos y politólogos, que han repletado las páginas de la prensa local los últimos dos días, coinciden en que Cunhal, Soares y Antonio de Oliveira Salazar, fueron las tres figuras que más marcaron el Siglo XX portugués.
Álvaro Barreirinhas Cunhal, su nombre completo, nació el 10 de noviembre de 1913 en Coimbra, en el seno de una familia acomodada, lo que hizo posible que con sólo 17 años de edad ingresara a la Facultad de Derecho de Lisboa, donde al mismo tiempo se hizo miembro de la célula universitaria clandestina del PCP de la Universidad.
Debido a su condición social y refinada cultura, de la que dejó testimonio con las obras que escribió bajo el pseudónimo de Manuel Tiago, traducciones al portugués del británico William Shakespeare y numerosos cuadros, en diversas oportunidades reconoció ser un hijo adoptivo de la clase obrera.
Menos de 48 horas antes, en la tarde del sábado 11, había fallecido Vasco Gonçalves, el único alto oficial que formó parte del grupo de capitanes izquierdistas conspiradores que el 25 de abril de 1974 lograron derrocar la dictadura corporativista instaurada en 1926, fundadora de O Estado Novo (Estado Nuevo) de Oliveira Salazar.
Vasco dos Santos Gonçalves, entonces con grado de coronel de ingeniería y luego ascendido a general de división por el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), murió a los 83 años fiel a los principios que siempre defendió: la alianza privilegiada de los militares con el PCP.
Para el alto oficial del MFA, esta fórmula sería la única garantía de defensa de las conquistas de la revolución del 25 de abril. Esta línea de pensamiento le valió el que para los sectores más cercanos al PCP, el nunca fuera el general Gonçalves sino simplemente el camarada Vasco.
Así fue despedido en su funeral el lunes por Manuel Martins Guerreiro, el entonces capitán de corbeta consejero de la revolución del MFA. Adiós camarada Vasco, una frase un tanto inesperada si es pronunciada por un oficial que hoy ostenta el grado de almirante de un país miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Mientras los militares conspiraban en los cuarteles contra la dictadura de Oliveira Salazar, la resistencia civil al régimen, como lo reconocen hoy todos los sectores políticos, era básicamente comunista, dirigida por Cunhal, secretario general de 1961 a 1992.
Entre 1931 y 1974, el líder histórico del comunismo lusitano dividió su vida entre 20 años de clandestinidad, 12 de exilio y 11 de prisión en las mazmorras de la Policía Internacional de Defensa del Estado (PIDE).
Cunhal sólo conoció el poder y la democracia en su país como sexagenario, ocupando los cargos de ministro sin cartera en los cuatro gobiernos de Vasco Gonçalves, entre 1974 y 1975.
Nicolau Santos, subdirector del semanario Expresso de Lisboa, recuerda en un editorial este miércoles que Cunhal siempre fue un comunista en estado puro, un símbolo de la resistencia a la dictadura, a quien la PIDE nunca logró hacer hablar a pesar de largas sesiones de tortura.
Cunhal, apunta Santos, fue un líder carismático y brillante que el aparato y los militantes comunistas seguían sin vacilaciones. Él fue de una ortodoxia a toda prueba y estuvo al lado de la Unión Soviética hasta el inicio de la apertura de Mijail Gorbachov, en la segunda parte de la década del 80.
El subdirector del semanario de tendencia conservadora, recuerda que Cunhal no fue un Enrico Berlinguer ni un Santiago Carrillo, en referencia a los líderes comunistas italiano y español en tiempos de la revolución portuguesa, favorables a una mayor apertura de sus respectivos partidos.
En efecto, muy por el contrario, Cunhal siempre se mantuvo fiel a los principios marxista-leninistas, sin transigir, transmitiendo siempre la creencia en nuevos mañanas para la clase obrera.
Al mismo tiempo, su vasta cultura le daba un ascendiente natural sobre los que le rodeaban, infundiendo admiración entre sus seguidores y temor y respeto entre sus adversarios, lo que le valió que la escritora y periodista Maria João Avillez le describiese un día como un príncipe rojo del Renacimiento.
Hoy en su apoteósico funeral, con la presencia de miles de comunistas y de dirigentes políticos de todos los sectores, al igual que en las exequias del camarada Vasco dos días atrás, se volvieron a oír las viejas consignas de la revolución de 1974: 25 de abril siempre, fascismo nunca más y La lucha continúa.
Las instrucciones dejadas por Cunhal para su propio funeral a los camaradas, desde los responsables hasta los más modestos, a mi querida hija y a mi mujer amada, a los amigos sin partido y a otros que quieran estar presentes, pedían evitar las alocuciones.
En efecto, no hubo discursos. La voluntad del viejo comunista, como siempre, fue cumplida. (