Hora 19.00: Hace rato es de noche y el frío invernal llegó todo de una vez a Montevideo. Unos 30 hombres jóvenes forman fila frente a una vieja casa del centro de la ciudad. No van bien abrigados y cargan todas sus pertenencias en alguna bolsa plástica o mochila.
Se abren las puertas del refugio en la esquina de Uruguay y Arenal Grande, parte de un programa de la alcaldía montevideana que se aplica cada invierno desde 2000 para evitar las pocas pero reiteradas muertes por frío.. La oferta incluye cobijo durante la noche, una ducha caliente, un plato de comida, cama y desayuno.
Nadie llega tarde, aunque se puede ingresar hasta la hora 22.00. Dos policías vigilan la entrada. Los hombres pasan de a uno, sus bultos son revisados para evitar el ingreso de drogas y de armas, y su asistencia es anotada en una planilla por un integrante de la Iglesia Anglicana, que administra el refugio.
Uno de ellos es José, de 36 años y oriundo de Tacuarembó, en el norte del país. Lo que quiero es trabajar, dice. Fue obrero de la construcción, pero lleva años desempleado. Llegó a Montevideo cuando tenía 15, y ahora gasta sus días juntando metales u otros desechos para reciclar. Éste es el segundo invierno que acude a los refugios.
En su relato prevalece la preocupación por conservar lo poco que tiene. Yo me cuido, no tomo drogas, me cuido la ropa que tengo, trato de estar prolijo.
Hora 20.00: Han llegado todos los huéspedes. Sólo uno queda afuera, temporalmente exiliado. Es muy joven, grita y discute con los que entran y con los policías, que se lo toman con paciencia.
Su agitación se debe a la pasta base, una droga barata y más tóxica que la cocaína que está haciendo estragos entre los jóvenes, me explican.
Ayer vino mal, y le dijimos que si hoy no volvía tranquilo no podía entrar, relata uno de los trabajadores sociales apostado a la entrada. En ese estado genera conflictos y nos exige una atención continua, aclara.
Dentro del refugio, el clima es más tranquilo. La casa está recién pintada y con baños limpios. Las puertas interiores han sido retiradas y no hay calefacción, pero es mucho mejor que estar a la intemperie.
Una ola de frío repentino obligó a mudar el comedor instalado en un cuarto al hall de entrada, liberando más espacio para dormitorios. Ahora la casa tiene capacidad para 70 personas.
Las cuchetas de madera sin lustrar tienen encima colchones también recién comprados, varios de ellos aún con su envoltorio plástico. Cada ocupante recibe sábanas y frazada, pero falta ropa de cama y abrigos para suministrar a quienes los necesitan.
Hora 20.30: Los huéspedes se duchan y luego se ubican en torno de las mesas de madera, cubiertas de manteles plásticos. Algunos conversan entre sí y se ríen; otros se aíslan.
La cena (un plato de guiso o ensopado hecho con arroz, pastas, verduras y algo de carne, y una fruta, banana o manzana) es preparada por el ejército, que la traslada cada noche en camiones militares, movidos por combustible que aporta la empresa estatal de refinación de petróleo, Ancap.
Intentamos que en este ámbito se recuperen o se afirmen hábitos de higiene, de convivencia, pero no es fácil porque la vida en la calle deteriora todo eso, dice la psicóloga Dora Durán, de la Iglesia Anglicana y una de las tres personas responsables del funcionamiento del refugio.
Un muchacho pasa a nuestro lado y emite un sonoro eructo, pero pide disculpas cuando nota nuestra presencia.
Otro se acerca a Durán y le pregunta si puede salir al bar de la esquina, que tiene televisión, porque esta noche se transmite la película Rocky. Ya hablamos de eso, y no se puede, contesta la psicóloga con una sonrisa inflexible.
Hay que ponerse en la piel del otro para entender lo que les pasa y tratar de apostar a que no pierdan más de lo que ya han perdido, dice Durán resumiendo la esencia de su tarea, que lleva en este ámbito tres años.
Yo trato de aprovechar esto para salir adelante, cuenta Roberto, de 33 años. No trabaja desde 1996 y lleva tres años sin lugar fijo para vivir. Hice de todo, hasta fui bombero. Tuvo familia, pero cuando la pareja se rompió, quedó en la calle.
Tengo dos hijos, la más chiquita debe tener un año ya, pero no los veo. Creo que están en Montevideo, no sé dónde, dice.
Su único sustento lo consigue en una parada de taxis que comparte con otro desempleado. No sacamos mucho, lo máximo son 50 pesos por día, dos dólares, afirma.
Hora 22.00: Es tiempo de ir a dormir, el momento en que la intimidad obligada de estos hombres se hace más pesada.
El Plan Invierno se inició el 15 de mayo con 330 plazas distribuidas en 13 refugios de la capital, administrados por organizaciones no gubernamentales, y con la ambición de llegar a 700 antes de que finalice la temporada invernal.
Pero esta ayuda está lejos de resolver el fenómeno de los sin techo. Nadie sabe bien cuántos son, porque se trata de una población fluctuante que puede estar hoy en una pensión, mañana en la casa de un familiar o vecino y pasado en la calle.
Cuando recorremos la ciudad sólo detectamos lo visible.¿Cómo encontrar al que se refugia detrás de un muro u ocupa por una noche un espacio?, se pregunta Nicolás Minetti, del Ministerio de Desarrollo Social.
No hay estudios sobre la población uruguaya que vive en la calle. Algunos cálculos indican entre 6.000 y 8.000 personas en todo el país, agrega.
Otros problemas derivan de los diversos perfiles de los que ocupan las calles como único espacio posible.
Este año percibimos muchas familias con niños, y muchos hombres jóvenes afectados por la pasta base, afirma Minetti.
También están los llamados crónicos estructurales, aquellos que llevan décadas en la calle y han asumido sus lógicas y sus ritmos, a los que a menudo no quieren renunciar aunque sea para estar mejor.
No me gusta ir (a los refugios). Fui el año pasado, pero uno se llena de piojos y sarna. Algunos no se quieren bañar, cuenta una mujer anciana, que se acomoda para pasar la noche en la explanada techada de un edificio en la Ciudad Vieja, el barrio histórico y financiero. Me acerco para oírla mejor y choco como contra un muro con el olor a suciedad.
Su compañero tiende una colchoneta en el piso y arrima unas mantas. La mujer vuelve a hablar: Estoy esperando a mi pastor, ellos sí que nos están construyendo una vivienda, y va a estar lista antes del pleno invierno.
Algunos equipos recorren rutas preestablecidas cada noche, acercando a esas personas un bocadillo o una bebida caliente. Como segunda etapa, se intenta que vayan a refugios con normas más flexibles.
Cuando llega la primavera, todo cambia. Los refugios se cierran, pero a través del seguimiento logramos mantenerlos compensados hasta noviembre o diciembre, relata Durán.
El verano pone punto final a los vínculos. Algunos consiguen un empleo y hasta alquilan una habitación. Pero en muchos casos hay un deterioro enorme, afirma.
El nuevo gobierno nacional del izquierdista Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría, en el poder desde marzo, pretende continuar la cobertura todo el año e incorporar centros diurnos, refugios para la tercera edad, para personas con problemas psiquiátricos o adicciones y para familias con niños.
El recién creado Ministerio de Desarrollo Social está incorporando la iniciativa al Plan de Asistencia Nacional a la Emergencia Nacional, un conjunto de medidas para sacar de la indigencia a entre 200.000 y 300.000 personas en todo el país.
El Plan Invierno fue sumando instituciones del Estado y organizaciones no gubernamentales, que empezaron a coordinar diferentes esfuerzos dispersos.
Participan diversas instituciones y ministerios, y la gestión de los refugios corre por cuenta del Centro de Investigación Pastoral Franciscano Ecológico, la Iglesia Anglicana y el Centro de Promoción por la Dignidad Humana.
Uruguay tiene 3,2 millones de habitantes. De acuerdo con los datos del Instituto Nacional de Estadística ajustados en abril de este año, la pobreza afecta a 31,6 por ciento de la población (unas 900.000 personas) y la indigencia a cuatro por ciento (120.000).
Pero estos datos se basan en la Encuesta Continua de Hogares que se realiza en ciudades de 5.000 o más habitantes. El Ministerio de Desarrollo Social asegura haber encontrado a muchas más personas en pobreza extrema cuando sus funcionarios salieron a recorrer ciudades y localidades más pequeñas.
En todo caso, las cifras muestran algo que se vive en las calles: la pobreza persistente y a veces degradante que se profundizó en la última década en este país que quiso llamarse en el pasado la Suiza de América.
La Organización de las Naciones Unidas estima que en el mundo hay casi mil millones de personas viviendo en tugurios, y unos 128 millones corresponden a América Latina. Entre sus Objetivos de Desarrollo del Milenio establece la mejora sustancial de las condiciones de vida para unos 100 millones de esos habitantes.
Pero las metas del milenio nada dicen de los que ni siquiera tienen un techo precario.
Hora 7.00: Amanece y hay que levantarse. Los trabajadores sociales despiertan a los huéspedes. Hay tiempo para pasar por el baño y desayunar pan y leche caliente. Podemos tomar hasta tres vasos, dice Roberto. Conviene agotar la cuota.
Hora 8.00: Las puertas se abren, todo el mundo a la calle.