Tras la inesperada y sangrienta represión en Uzbekistán, Estados Unidos parece estar dejando de lado la antigua política de apoyo a su autoritario aliado en la guerra contra el terrorismo, el presidente Islam Karimov.
Washington destacó esta semana la necesidad de reformas políticas y económicas en Uzbekistán, luego de haber expresado el viernes preocupación por la participación de integrantes de una organización terrorista en una fuga de la cárcel de Andijan, en el valle de Fergama, ese mismo día.
La fuga desató los choques entre civiles y fuerzas de seguridad que, según organizaciones uzbekas de derechos humanos, se cobraron casi 750 vidas, la mayoría de manifestantes inocentes emboscados en la ciudad vieja de Andijan el viernes.
Muchas otras personas murieron intentando huir del país hacia el vecino Kirguizstán el fin de semana. Cientos de opositores terminaron en la cárcel.
El tono de Washington cambió el lunes, cuando el Departamento de Estado (cancillería) comenzó a recomendar reformas políticas de gran alcance.
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Hemos alentado al gobierno de Karimov a hacer reformas, a abrir más el sistema, dijo la secretaria de Estado (canciller) Condoleezza Rice. El país más rico y poblado de Asia central necesita (…) las válvulas de presión de un sistema político más abierto, agregó.
El portavoz de Rice, Richard Boucher, fue aun más directo este martes. Hemos dejado en claro a las autoridades uzbekas que la estabilidad depende de que acerquen la mano a su ciudadanía e instituyan reformas democráticas reales y el respeto por el estado de derecho, dijo.
La represión y la violencia no conducirán de ningún modo a la estabilidad en el largo plazo, sino todo lo contrario, advirtió el funcionario. Ésa es también la percepción de expertos independientes.
Martha Brill Olcott, del Fondo Carnegie para la Paz Internacional, alertó este martes que, sin grandes reformas políticas y económicas, Uzbekistán se sumergirá fácilmente en una guerra civil como la que paralizó a Tayikistán a comienzos de la década del 90.
Uzbekistán está a punto de caer, dijo Brill Olcott, para quien las manifestaciones del fin de semana se refirieron más a la reforma económica y la justicia social que al Islam.
Aunque la represión parece haber funcionado, si se registraran levantamientos similares y simultáneos en tres ciudades uzbekas o más, el uso de la fuerza fracasará, y el régimen se resquebrajará por dentro.
Dado el carácter mediterráneo del territorio de Uzbekistán y su condición de país más poblado y con las fuerzas armadas más poderosas de la región, su caída en el caos desestabilizaría a toda Asia central.
Esto puede crear situaciones de conflicto en otros países, según la experta. En los vecinos Tayikistán y Kirguizstán, la oposición logró el mes pasado poner fin a añejos regímenes autoritarios mediante levantamientos eminentemente pacíficos.
Éstos son estados muy frágiles, coincidió Nancy Lubin, experta en Asia central que dirige JNA Associates, firma consultora que asesora a gobiernos, empresas y organizaciones no gubernamentales que operan en la región.
Si esto deriva en mayor violencia o incluso en una guerra civil, tendrá repercusiones en los países vecinos, incluso en Afganistán, añadió Lubin.
Washington tiene muchos intereses en Uzbekistán, incluido el acceso a sus yacimientos de gas natural, petróleo y carbón.
Si bien hace mucho que está preocupado por el autoritarismo de Karimov, quien gobierna el país aun antes del divorcio de la hoy disuelta Unión Soviética en 1991, Estados Unidos ha cultivado un vínculo amistoso con Uzbekistán desde su independencia.
Esta relación avanzó aun más tras los atentados que acabaron con 3.000 vidas en Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001. Karimov abrió entonces la estratégica base aérea de Khanabad a los aviones estadounidenses que participaron en la guerra de Afganistán.
El régimen fue recompensado con un gran aumento de la asistencia militar y económica. Bush declaró, además, que el mayor enemigo de Karimov, el Movimiento Islámico de Uzbekistán, debería ser considerado una rama de Al Qaeda, red terrorista responsable del operativo del 11 de septiembre.
Desde ese momento, Karimov fue recibido por Bush en la Casa Blanca y funcionarios del Departamento (ministerio) de Defensa visitaron Tashkent en reiteradas oportunidades.
El Pentágono exhibía gran adhesión por el régimen uzbeko, pero otras áreas del gobierno manifestaban frustración por su negativa a implementar reformas políticas y económicas.
Además, las denuncias de torturas cometidas por las fuerzas de seguridad contra disidentes, especialmente islámicos, fueron confirmadas por un ex embajador británico en Uzbekistán, Craig Murray, quien informó que un detenido había sido asesinado a golpes.
El Departamento de Estado declaró en julio pasado que Tashkent no había cumplido con las reformas políticas prometidas, por lo que anunció un recorte de 18 millones de dólares en su asistencia para este año. De todos modos, se trataba de una pequeña fracción de la ayuda financiera estadounidense al régimen de Karimov.
De todos modos, Washington y Tashkent se distanciaron en los últimos dos años, mientras el presidente uzbeko, molesto con la retórica prodemocrática ensayada por Bush tras la guerra en Iraq, se acercaba a Rusia.
Eso deterioró el vínculo con Karimov y dificultó la tarea de persuadirlo de implementar reformas, según Olcott. Debemos pensar en algunas zanahorias, además de los palos, ilustró la experta.
Todavía nos concentramos en encontrar las manzanas podridas, pero no le prestamos atención al barril, lamentó Lubin. Y éste es un barril en que solo las manzanas podridas pueden alcanzar el éxito.