RELIGIÓN-INDÍGENAS: La fe que divide

En nombre de Dios, cientos de religiones y sectas activas en comunidades indígenas de América Latina acompañan divisiones, cambios culturales y guerras internas.

Católica, nazarena, luterana, mormona, adventista, Iglesia del Verbo, de Alfa y Omega, del Manantial de Vida o los Guardianes del Santo Sepulcro son sólo algunas denominaciones.

«Cualquiera que sea la religión que nos inculquen, impacta en lo espiritual, que es como nuestro talón de Aquiles, pues desde ese terreno manejamos nuestra vida la mayoría de indígenas», dijo a IPS Luis Macas, un nativo de la etnia saragura que preside la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador.

Entre los 40 millones de indígenas que viven en América Latina prima la religión católica, que en los siglos XV y XVI impuso a sangre y fuego el conquistador europeo, barriendo creencias de los pueblos precolombinos o asimilando algunos de sus elementos.

[pullquote]3[/pullquote]Especialmente en el siglo XX, llegaron otras religiones a competir por la fe de los pueblos originarios. Entre ellas y el catolicismo se mantiene hoy un tobogán de roces.

En los últimos 30 años, la comunidad maya tzotzil de Chamula, en el meridional estado mexicano de Chiapas, registró 100 muertos y 30.000 expulsados por profesar religiones protestantes ajenas al catolicismo preconciliar de autoridades locales, que rechaza las reformas del Concilio Vaticano II de los años 60.

Expulsión, cárcel, castigos físicos y negación de servicios educativos y médicos son algunas expresiones de sectarismo religioso que reinaron en los últimos años en amplias zonas de Chiapas, Oaxaca y Guerrero, en el sur de México, donde la mayoría de la población es indígena.

En Ecuador, el vigoroso movimiento indígena que hasta el inicio de la década en curso comandó protestas sociales y llegó a puestos de dirección del Estado, sufre ahora fracturas, pues uno de sus sectores, identificado con religiones protestantes, apoyó la gestión del presidente Lucio Gutiérrez, derrocado a fines de abril tras más de una semana de protestas masivas.

En Guatemala y Bolivia, con México, Ecuador y Perú, los países de mayor población nativa en la región, también hay divisiones vinculadas a la orientación religiosa, que se funde a veces con el respaldo a partidos políticos y autoridades locales.

«Están a la vista nuestros problemas internos por la religión, pues unas iglesias miran a lo social y otras sólo a lo espiritual y fomentan el conformismo, lo que afecta la lucha del pueblo indígena», dijo a IPS el portavoz del Comité de Unidad Campesina de Guatemala, Rafael González Yoc.

«Muchas religiones han destruido lo que somos, y es penoso ver que las nuevas generaciones desprecian lo que fuimos, creen que las creencias mayas (el principal pueblo indígena de América Central) son cosas de brujos y diabólicas», lamentó el dirigente.

Según González Yoc, la Iglesia del Verbo y la Asamblea de Dios, confesiones protestantes de origen estadounidense, fueron insertadas entre los indígenas de Guatemala para colaborar con las dictaduras militares de los años 70 y 80.

El sociólogo y periodista Roger Pascual, de la no gubernamental Agencia de Información Solidaria (AIS), con sede en España, sostiene que esas dos sectas fueron apoyadas por gobiernos estadounidenses para oponerse a todo lo que pareciera tener relación con comunismo en Guatemala.

«El gobierno estadounidense contribuyó a que la secta pentecostalista Asamblea de Dios se hiciera fuerte hasta el punto de llegar a controlar 1.500 lugares de culto, además de diversos canales de televisión y emisoras de radio» en Guatemala, afirma un artículo de Pascual.

«La administración (de Ronald) Reagan (1981-1989) estuvo también detrás de la implantación de la Iglesia del Verbo, que colaboró en el golpe de Estado liderado por el general José Efraín Ríos Montt en 1982», según el «Análisis de la incursión de sectas en los ámbitos políticos de América Latina», publicado por AIS en 2003.

La guerra civil en Guatemala se extendió entre 1960 y 1996. Murieron 200.000 personas (45.000 de ellas desaparecidas) a manos de las fuerzas de seguridad, la mayoría indígenas mayas. Hubo además un millón de desplazados internos, 500.000 refugiados en México y 250.000 niñas y niños huérfanos.

«Las religiones impactan en nuestro comportamiento colectivo y cambian la cotidianidad de nuestra organización, comunidad y familia. Por las religiones, la lógica colectiva que caracteriza a los indígenas se torna individual y nos divide», sostuvo Macas.

«Hay tantas sectas, creo que más de 300 en Ecuador, cuyo papel es apaciguar, dividir y domesticar a la gente bajo el yugo de intereses dominantes o de empresas como las petroleras», opinó.

Cuando los críticos hablan de sectas se refieren a las de reciente fundación, dejando fuera a religiones cristianas ”históricas”, como bautistas, congregacionales, episcopales, evangélicas, luteranas, ortodoxas y presbiteriana, entre otras.

Las jerarquías católicas, junto a un sector de antropólogos y de organizaciones sociales, acusan a las sectas de llegar a los indígenas con dinero, ofertas de salvación y discursos que rompen con tradiciones y creencias comunitarias.

Además, afirman, las sectas tergiversan el mensaje de Dios y, en algunos casos, responden a intereses de control ideológico diseñado en Estados Unidos.

Hay quienes usan un lenguaje que azuza el enfrentamiento.

«Se necesita no tener madre para ser protestante», dijo en México el cardenal de la ciudad de Guadalajara, Juan Sandoval Iñiguez, mientras el ex nuncio papal en este país, Girolamo Prigione, apuntó que «las sectas son como las moscas y hay que acabarlas a periodicazos».

La intolerancia religiosa genera persecución y niega a los indígenas el derecho a cambiar de creencia, como si la católica fuera la única que debería primar entre esos pueblos, lo que es absurdo, opinó el escritor mexicano Carlos Monsiváis.

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Incluso los católicos de la Teología de la Liberación, corriente latinoamericana que enarbola el respeto a la cultura indígena y la lucha contra la opresión que sufren, ha mostrado dureza contra las nuevas creencias.

«Las sectas crean estúpidos, alienados. Las sectas matan el alma del pueblo», afirmó el obispo Pedro Casaldáliga, uno de los mayores exponentes de la Teología de la Liberación y quien trabajó casi 40 años en Brasil.

El papa Juan Pablo II (1978-2005) emitió documentos y declaraciones contra las sectas, mientras entabló acercamientos con las iglesias cristianas históricas, el judaísmo y el Islam.

Los cultos que fundan su poder sobre curaciones colectivas, exorcismo y promesas de prosperidad son un «peligro para los cristianos» y deben ser condenados al igual que el tráfico de drogas y las campañas de control de la natalidad, declaró Juan Pablo II en 1991, durante una visita a Brasil.

Casos como los Testigos de Jehová, de origen estadounidense, han generado problemas con las autoridades, pues sus seguidores se niegan a rendir homenajes a las banderas nacionales y otros símbolos patrios. Tampoco permiten que se les extraiga ni se les done sangre.

El boliviano Eugenio Poma, aymara, obispo metodista y coordinador de la Pastoral Indígena del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI), que reúne a más de 150 religiones históricas, dijo a IPS que los nuevos grupos religiosos ”que crecen como hongos”, responden a intereses «oscuros».

«Tenemos las iglesias que adoctrinan sólo en lo espiritual, como muchas sectas, y otras que nos insertamos en las comunidades para aprender y ayudar. Evidentemente, entre nosotras hay muchas diferencias de intereses y eso nos divide», declaró Poma.

Pero prevalecerá «el corazón indígena, que pugna por la vida en comunidad y busca sus derechos», opinó.

«Finalmente todos lucharemos juntos, aunque pertenezcamos a diferentes creencias. Yo invito a unirnos y escucharnos, pues en el fondo todos los indígenas aspiramos a lo mismo», invocó.

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