Hace dos años, presuntos grupos madereros ofrecieron a un sicario 40 mil dólares por la cabeza del sacerdote católico salvadoreño Andrés Tamayo, líder de una campaña ambientalista en el nororiental departamento hondureño de Olancho.
El sicario se arrepintió y confesó el hecho a Tamayo, quien sin embargo siguió denunciando el problema de la deforestación en ese departamento, donde se han perdido unas 2,5 millones de hectáreas de bosque en una década.
Nacido en 1958 en El Salvador, Tamayo predica en Olancho desde hace 22 años. Encabezó dos masivas marchas por la vida en demanda de diálogo con las autoridades y soluciones para la tala ilegal.
Bajo presión nacional e internacional, el gobierno aceptó ese diálogo, y el país avanzó hacia una nueva ley forestal.
Por su labor en favor de los bosques, Tamayo recibió el 17 de este mes el prestigioso Premio Ambiental Goldman, otorgado por la fundación estadounidense del mismo nombre y llamado Nobel ambiental.
Tamayo, quien ahora propone una marcha mesoamericana por la vida, dialogó con Tierramérica en Tegucigalpa.
—¿Qué significa el Premio Goldman para usted? —Ante todo, el recuento de una historia de sufrimiento de mi gente, allá, tierra adentro, luchando por sobrevivir. Lo segundo es haber ganado un espacio para que gente importante conozca lo que pasa en Honduras, un país al que siento tan mío y por el cual sufro al ver cómo se destruye. Saber que hay otra gente en el mundo a quien le importa el ambiente es gratificante, y en julio hablaré ante el Grupo de los Ocho (integrado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón y Rusia) de estos problemas.
—Usted es el único centroamericano que tendrá un espacio para exponer allí. ¿Cuál será su propuesta? —Pienso denunciar las desigualdades, el comercio injusto y la destrucción y saqueo de los recursos naturales no sólo en Centroamérica sino en toda América Latina. Mientras los empresarios ricos del primer mundo y los organismos internacionales avalen políticas a costa de nuestras riquezas naturales, que son en 80 por ciento producto de la ilegalidad y violación de leyes, seguiremos afianzando pobreza y exportando migrantes. Yo tengo que exponer eso. Si la pobreza persiste por falta de oportunidades, la gente seguirá huyendo del país en busca de un mejor futuro, y si a eso le agrega que muchos se van porque en el campo no hay árboles, ¿de qué futuro y progreso hablamos?
—¿Cómo se resuelve esa relación negativa entre migración, pobreza y deterioro del ambiente? —Ahí esta el reto: construir una mejor visión de país promoviendo un gran cambio cultural en la sociedad. Los bosques pueden continuar y mejorar en la medida en que el pueblo vaya cambiando su cultura. Esto debe ser parte de una gran cruzada latinoamericana.
—¿Cómo defender el futuro de los bosques en América Latina? —A través de un proceso donde deben prevalecer los verdaderos compromisos con ética y transparencia. Siento que aquí la Iglesia debe desempeñar un mayor papel, levantando más su voz. Creo que debemos formar una unión ambiental latinoamericana, que comience con una marcha mesoamericana que estamos tratando de gestar desde México y Centroamérica. Son planes todavía, pero la vamos a hacer. La idea es que participen la Iglesia, organizaciones ambientales, populares y de derechos humanos de la región, entre otras. En el caso de Honduras, pienso que todos los ciudadanos, incluyendo a políticos, periodistas y militares, deben sumarse a la protección del ambiente, no bajo la óptica de la represión, sino de la participación.
* La autora es colaboradora de Tierramérica. Publicado originalmente el sábado 30 de abril por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica..