He llorado en estos días (…) lo que no había llorado en toda mi vida, dijo a IPS Braulio Mendoza, sentado sobre los escombros de lo que fue su casa, destruida en el ataque guerrillero de hace dos semanas a este poblado indígena del departamento del Cauca, en el sudoeste de Colombia.
Eran las cinco de la tarde y Mendoza, de 57 años, tomaba chicha (aguardiente) en compañía de otros tres hombres. Amigos es lo único que tengo y ellos me ayudaron a tumbar lo poco que quedó en pie, agregó. Mientas señalaba la botella de Coca Cola que contenía la bebida tradicional de maíz fermentado, se justificaba: esto es lo único que da consuelo. Por un rato.
Su casa tenía 12 habitaciones repartidas en un lote de 10 metros de frente por 35 de fondo. Allí vivían Mendoza y su esposa, los dos hijos del matrimonio y sus respectivas cónyuges e hijos. En la parte delantera de la vivienda tenía, desde hace 18 años, dos tiendas, una de venta de ropa y otra de zapatos, que servían de sustento para las tres familias.
Las explosiones provocadas por el ataque de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) comenzaron a las 05:55 hora local del día 14 y no cesaron hasta pasadas las tres de la tarde.
Fusiles, ametralladoras y pipetas (cilindros) de gas llenas de dinamita y metralla, que dispara desde dispositivos de fabricación propia, fueron las armas utilizadas por los combatientes de las FARC, la mayor guerrilla izquierdista del país y que está en guerra desde 1964.
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La explosión de esos cilindros, que hacen las veces de artillería, es capaz de destruir carros blindados, pero también causa incendios y su onda expansiva tumba construcciones de bahareque (palo, un tipo de caña fr bambú y barro), que son mayoría en estos poblados.
La embestida insurgente fue respondida con artillería pesada y granadas de fusil por la policía, que había vuelto a Toribío en noviembre de 2003. A partir de entonces, los 3.000 habitantes de esta localidad se acostumbraron a los hostigamientos armados casi diarios.
Sin embargo, esta vez vieron que la cosa iba más en serio cuando, dos horas después del primer bombazo, observaron que los guerrilleros se descolgaban de las montañas vecinas.
Más de la mitad de la población se marchó a los centros de asamblea permanente, como llaman los indígenas nasa a sus albergues de refugio, que tenían previstos desde hace dos años para cuando recrudeciera la guerra.
El resto nos quedamos por los alrededores viendo pasar a la guerrilla con las pipas, y viendo cómo las lanzaban, porque qué más puede uno hacer, dijo el lunes a IPS, resignado, el líder nasa Arquimedes Vitonás, quien desde hace 16 meses es alcalde de Toribío.
Mire, esos son niños sin techo, y son mis nietos, dice Mendoza mientras señala a cuatro pequeños de entre 6 y 8 años que jugaban en el andén de la vecina casa municipal, también semidestruida.
En el lugar donde juegan los niños se amontonan restos de un mostrador, una mesa metálica doblada, trozos de camas y otros enseres. Calzado Mendoza, reza un cartel retorcido y tirado en el suelo. Una muestra tan sólo de que nada se salvó del ataque.
En el fondo del lote también se observa un gran árbol frutal hecho carbón. Nueve días después, aún se huele a quemado, pero el búnker de la policía permanece intacto a menos de 50 metros.
En esa toma del poblado, la guerrilla se atrincheró en las casas y desde allí disparó contra la estación de policía. Pero esta vez se habían construido unas 40 trincheras, todas recostadas sobre las casas, y estaba el búnker.
Al día siguiente de este ataque, el presidente Álvaro Uribe visitó Toribío, donde una parte de la población lo abucheó. Para algunos, la visita del gobernante derechista fue la razón para que luego la guerrilla, en demostración de fuerza, repitiera el ataque al pueblo el día 16.
Vitonás realizada el balance trágico: unos 27 heridos civiles, un niño muerto, tres policías muertos y cinco heridos, 18 casas totalmente destruidas, otras 206 casas averiadas que tocará tumbar.
Además, en el hospital se registró una persona herida, por un tiro que atravesó el techo. También cayeron varias balas en las camas de los pacientes. La escuelita tenemos que arreglarla, pues (los guerrilleros) la cogieron de trinchera, detalló.
Todas las versiones recogidas por IPS en el lugar coinciden en que los combatientes de las FARC se parapetaron detrás de las casas civiles, la escuela y el hospital, lo que no fue óbice para que, a su vez, la fuerza pública disparara contra esas edificaciones protegidas por el derecho internacional humanitario (DIH).
El niño que murió, de 11 años, recibió en la frente un tiro de fusil que estaba destinado a la trinchera policial de la esquina, ubicada a 20 metros. El pequeño estaba refugiado en un rincón en la habitación de una casa con techo de concreto, donde habían ido a parar otros siete niños y seis adultos.
Las autoridades de la comunidad indígena recordaron ese mismo día 16 que desde diciembre de 2003 le dijeron a Uribe, personalmente y por escrito, que sacara la policía y el Ejército de la zona, que sacara al Gran Pueblo (los nasa) y su territorio de la guerra. A las FARC se lo han dicho por todos los medios, agregaron.
En un comunicado precisaron que el ataque guerrillero estuvo dirigido contra la policía, que vive refugiada en la Casa de la Cultura del parque central de Toribío, una de las edificaciones destruidas.
El Ejército y la policía han estado allí para involucrar a la población civil en el conflicto, opinaron.
También señalaron que las FARC atacan a los policías que están escondidos entre las casas y entre la gente que vive en esa tierra ancestral, y el resultado es destrucción, muerte y terror.
Pero entre los propios habitantes de Toribío no hay consenso sobre si la policía debe irse.
Para el comerciante Mendoza, la ley es ley. La ley respeta más, confirmó a su lado uno de los amigos que le ayudó a limpiar los escombros.
Según ambos pobladores, la guardia indígena, un cuerpo civil de vigilancia creado por los nasa y armado sólo de bastones, está lejos de garantizar la seguridad del casco urbano (sólo vigila los resguardos), y por eso ellos prefieren que la policía se quede.
Vitonás dijo que la gente no está a gusto (con las trincheras) porque significan una amenaza para las casas, pero no lo manifiesta directamente..
El dilema es que quitarlas de allí es exponer a la policía a quedar confinada (en el búnker), o a convertirlos en blanco directo cuando estén prestando guardia, indicó.
Según el alcalde, la mayoría de la gente dice que lo mejor es que no hubiera policía, pero tiene que haber alguien que cuide porque este territorio no es resguardo (reserva). Por eso se hace necesaria la policía, explicó.
La policía está para cuidar el Banco Agrario, ya que la plata está ahí, y puede ser asaltado por la guerrilla. Y para cuidar la alcaldía, que puede ser también un blanco. Prácticamente para esas dos cosas, porque no sé qué tan cierto sea que la policía cuida a la población. Aquí más bien a la gente le toca cuidar a la policía, dijo, a su vez, el alcalde a IPS.
La presencia allí de esa fuerza tiene una razón institucional, pero no creo que se justifique, agregó.
Si la guerrilla quiere, ahorita mismo nos podría lanzar cilindros. A dos o tres kilómetros pone un cañón y dispara. Pero creemos que la guerrilla no va a tirar más aquí en el casco urbano, explicó.
Para el sábado pasado, los combates se habían trasladado a la zona rural, y el martes, comuneros del pueblo nasa llegaron a Toribío a ayudar a sus hermanos a reconstruir el lugar.