MUSEOS-VENEZUELA: Al encuentro de la calle

Un abigarrado grupo de casitas pobres al oeste de la capital de Venezuela es telón de fondo e inspiración para un museo que busca despojarse del ropaje elitista e involucrar a la gente en la comprensión de la obra expuesta y en la creación de propuestas artísticas.

”Cuando perdí a mi hijo Marlon, el tesoro de mi vida, comprendí que el destino o la vida me sacudió con toda su furia, la vida se ensañó conmigo, y la tristeza insondable se apoderó de mí. Hoy, sentada frente a la ventana, sólo me queda el paisaje”, dice el texto de Glenda Ríos, residente del humilde sector de Catia, cuya creación fue expuesta en los salones del Museo Jacobo Borges.

”Eva en ausencia. El lenguaje del duelo” recogía, luego de un taller de redacción literaria, el testimonio de cinco mujeres de esa comunidad sobre sus experiencias más dolorosas.

Acercarse a la población con actividades participativas ”ha sido una premisa desde que se creó este espacio, hace diez años. Estamos abiertos a todas las personas. Pero para que la conexión sea fructífera, no sólo hace falta crear confianza, sino mantenerla, y es lo que intentamos con nuestras iniciativas”, dijo a IPS la directora del museo, Adriana Meneses.

A través de talleres de títeres, poesía, artesanía y capacitación laboral dictados en barriadas pobres, y de exposiciones vinculadas a problemas sociales, museos capitalinos como el Jacobo Borges intentan mostrar a sus vecindarios otra cara del arte.

De esos proyectos germina la materia prima para exposiciones que motivan a los miembros de la comunidad a realizar propuestas, según Meneses.

”Toda persona es creadora. Cada ser humano tiene un talento. Hoy día los habitantes de la comunidad saben que éste es un centro activo y lo que les puede brindar una buena exposición les llena de vida. Sin embargo, al principio no querían un museo”, reconoce.

”¿Para qué le sirve a mis hijos un museo o un cuadro en la pared? Prefiero que construyan un complejo deportivo”, eran las críticas que recibía Meneses antes de que se erigiera el espacio que preside.

Aun cuando no se conoce con precisión la cifra de visitantes del Museo Jacobo Borges, ”hay un altísimo porcentaje de habitantes que no ha entrado, de los dos millones que viven en esta zona. Pero la labor es lenta. Por eso decidimos abrir nuestras puertas a todo tipo de reuniones comunitarias, para que las personas se acerquen”, agrega.

Similar es el caso del Museo Alejandro Otero, en el sudoeste, vecino de otro populoso sector de barriadas. ”Mucha gente no lo conocía. Algunos pensaban que era una extensión del hipódromo (aledaño), y otros pensaban que era un banco”, dijo Nelson Oyarzábal, su director.

”Por eso elevamos la oferta de la participación comunitaria a través de la interacción con los centros educativos. También tenemos programas para la tercera edad, red de amigos y un grupo de muchachos exploradores”, agregó Oyarzábal.

Según su estimación, el número de visitantes ha aumentado en los últimos años y sus estadísticas registran unos 250.000 asistentes al año.

”Lo que hemos hecho es darle más apoyo a las iniciativas de organizaciones de la zona que ahora hacen vida en el museo”, destacó Oyarzábal.

La integración de los museos con las comunidades también ha redundado en proyectos con impacto social, como ”Caballo de Troya”, una iniciativa del año 1996 para la rehabilitación de reclusos en la cárcel más peligrosa del país, vecina al Museo Jacobo Borges y derribada un año después.

El proyecto buscó ofrecer mejor trato a los presos, optimizar las instalaciones e implementar programas de educación y artesanía, con la participación de reconocidos artistas plásticos. A pesar de que la iniciativa sobrevivió poco tiempo, Meneses asegura que los esfuerzos del museo por mudar la cárcel a otro lugar rindieron experiencia y frutos.

”La comunidad nos agradecía haber mediado —con palabras y por medio del arte— para que se eliminara la cárcel de allí, pues colindaba con el Parque del Oeste, visitado por niños con sus padres a toda hora”, narró Meneses.

Una experiencia diferente fue la del Museo Arturo Michelena, enclavado en la tradicional parroquia La Pastora, norte de la ciudad, que recluta artistas jóvenes para cubrir muros en esquinas con reproducciones facsimilares de algunos de los lienzos del acervo del museo, convirtiendo en público de arte a todo transeúnte.

Además de la función social de los museos, otros dan importancia a la labor académica de estos espacios.

”En una ciudad que crece y tiene abundantes galerías privadas, el papel de los museos debe ser esencialmente otro. Deben dedicarse a la investigación, al estudio, al conocimiento, a la adquisición y al enriquecimiento del patrimonio nacional”, señaló Francisco Da Antonio, director de la Galería de Arte Nacional.

A su juicio, también es importante que el mismo gobierno incentive a las personas a visitar los museos. ”Más de una vez he pedido que el presidente (Hugo Chávez) quien tiene tal audiencia —en su programa dominical Aló Presidente—, diga alguna vez en televisión a la gente que visite los museos”, agregó Da Antonio.

Pero al mismo tiempo, la cultura no debe confundirse con la política, reconoce. ”Cinco años atrás el público había mermado sensiblemente, en parte por razones de seguridad y, en parte porque los museos se ven como algo del gobierno”.

Ahora, la Galería de Arte Nacional recibe entre 24.000 y 30.000 visitantes al mes, una cantidad que considera modesta. ”Debe existir una política de Estado que promocione el interés por los museos”, agregó. (

Archivado en:

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe