En mayo de 1990, los vientos de cambio desatados por la caída del Muro de Berlín y la liberación de Nelson Mandela en Sudáfrica llegaron al reino de Nepal, en los montes Himalaya. La naturaleza divina del rey, encarnación del señor Vishnu, estaba en tela de juicio.
El rey Birendra Bir Bikram Shah, cuya mera presencia debía ser objeto de reverencia, oración y obediencia ciega, asumió facetas más humanas como respuesta a las multitudinarias manifestaciones prodemocráticas.
Birendra se despojó de sus poderes absolutos sin oponer lucha y acordó convertirse en monarca constitucional. Pudo haber convocado al muy fiel Ejército Real Nepalés en defensa de su soberanía, pero no lo hizo.
Muchos se preguntan hasta hoy por qué el monarca actuó de ese modo. El periodista británico Jonathan Gregson consideró, 11 años después, que Birendra no sólo impidió el derramamiento de sangre: también impidió que se tirara por la borda la monarquía como institución.
En junio de 2001, el rey y toda su familia fue asesinada a tiros por el príncipe heredero Dipendra, en la más sangrienta matanza en la historia de las familias reales del mundo. Pero ese acontecimiento calamitoso no puso en peligro la monarquía, como sí lo hizo el golpe de Estado del lunes.
Ahora sí podría desvanecerse la dinastía Shah, iniciada en el siglo XVIII cuando el rey Prithvi Narayan Shah unió las tribus gorkha y fundó el Reino de Nepal por medio de la espada.
El martes, el hermano menor de Birendra, Gyanendra, quien heredó tras la masacre la corona emplumada de Nepal, despojó del gobierno al primer ministro Sher Bahadur Deuba por segunda vez en apenas dos años y tomó el control del poder absoluto.
El rey Gyanendra cuestionó la incapacidad de Deuba de restaurar la paz en el país, asolado por una guerra civil entre las fuerzas gubernamentales y una guerrilla maoísta inspirada en la organización peruana Sendero Luminoso.
Al anunciar que se hará cargo del poder por 'hasta tres años', el rey Gyanendra abre una gran ventana por la que puede dañarse la muy exitosa experiencia democrática de los últimos años, dijo el periodista nepalés Kanak Mani Dixit.
Su acción sin precedentes expuso la institución de la monarquía nepalesa, históricamente significativa, a las vicisitudes de la política y los juegos de poder del día a día, consideró Dixit.
Los partidos nepaleses calificaron la medida tomada por el rey de golpe de Estado y exigieron la restauración de la democracia multipartidaria.
El Partido del Congreso Nepalés, el sector al que pertenece Deuba, convocó una reunión en la residencia oficial del depuesto jefe de gobierno
El Partido del Congreso consideró que la acción del rey fue un ataque directo contra la constitución promulgada a raíz del movimiento prodemocrático de 1990.
Esta es una medida totalmente antidemocrática. Es un golpe. Esto llevará el país a la ruina, dijo el depuesto ministro de Estado para las Relaciones Exteriores Prakash Sharan Mahat.
Los principales dirigentes partidarios, como Girija Prasad Koirala —líder del gobernante Partido del Congreso— y Madhav Kumar Nepal —del Partido Comunista— fueron puestos, al igual que Deuba, en arresto domiciliario.
Las fuerzas de de seguridad también arrestaron a dirigentes estudiantiles y diversos activistas.
La clave de los acontecimientos es el conflicto con la insurgencia maoísta, por el cual han muerto más de 10.500 nepaleses desde el inicio de los combates en 1996.
El líder maoísta Camarada Prachanda pretende reemplazar la monarquía constitucional por una república comunista.
Al declarar el estado de emergencia en cadena de radio y televisión, el rey Gyanendra dijo: Niños inocentes fueron masacrados y el gobierno no logró ningún resultado importante. A la corona se la considera tradicionalmente responsable de la soberanía nacional, de la democracia y del derecho del pueblo a vivir en paz.
El rey calificó a los insurgentes de terroristas y se comprometió a aplastar la rebelión. Los terroristas y el Estado no pueden ser pesados con la misma balanza, agregó, en un mensaje que corrió como una gota fría en la espalda de activistas de derechos humanos de todo el mundo.
La comunidad internacional debe dejar bien claro que, al asumir el poder, el rey es directamente responsable de proteger al pueblo de Nepal y de salvaguardar sus derechos humanos fundamentales, advirtieron, en una declaración conjunta, las organizaciones Amnistía Internacional, Human Rights Watch y la Comisión Internacional de Juristas.
El rey Gyanendra tiene control directo sobre el Ejército Real Nepalés y está decidido a arrojarlo contra los maoístas. Su hermano, en cambio, prefería que los soldados permanecieran en los cuarteles y enviaba a la policía a luchar contra los insurgentes.
Pero, si desea salvar la monarquía, el rey Gyanendra debe demostrar capacidad de negociar con los maoístas la restauración de la paz. La tarea se le hará difícil si los partidos políticos resuelven tejer algún tipo de vínculo con los insurgentes para sacarse el monarca de encima.
Para eso, tomarían en cuenta la lección de 1990, cuando el centrista Partido del Congreso se alió con radicales y moderados comunistas para acabar con la monarquía absoluta.
(*) Con aportes de Suman Pradhan, desde Katmandú.
(