No sólo las fuerzas armadas británicas quedaron manchadas tras la condena de tres soldados que cometieron torturas en Iraq. Tampoco quedó bien parado el sistema judicial, incapaz de indagar a los altos mandos.
El tribunal militar en la base británica de Osnabruck, Alemania, sentenció el miércoles a los tres soldados a un máximo de dos años de cárcel por su brutal, cruel y repugnante tratamiento a prisioneros en la meridional ciudad iraquí de Basora.
Los presos fueron golpeados, humillados, obligados a desnudarse y a simular relaciones sexuales entre ellos, mientras eran obligados a sonreír ante la cámara.
Los tres soldados pertenecen al Regimiento Real de Fusileros. El cabo lancero Darren Larkin, de 30 años, se declaró culpable de agresión pero inocente de los cargos de conducta indecente, mientras que Daniel Kenyon, de 33, y Mark Cooley, de 25, negaron todas las acusaciones.
La prueba principal fueron las fotografías tomadas por el soldado Gary Bartlam, de 20 años, quien a su vez fue inicialmente sentenciado a 10 años de prisión por haber empleado su cámara. El tribunal consideró que las imágenes estimulaban a otros soldados a participar de las torturas.
Una foto muestra a un soldado parado sobre un detenido acurrucado en el suelo, al que hostiga con una vara. En otras se pueden ver a dos prisioneros simulando sexo anal.
Estas imágenes evocan las humillaciones a las que fueron sometidos presos iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib por parte de soldados estadounidenses, también conocidas por sus mandos y el público a través de fotografías.
En mayo del año pasado, el periódico británico The Daily Mirror público fotos de un soldado orinando sobre un preso iraquí. Las imágenes fueron consideradas falsas, aunque varios testimonios señalan que fueron hechos reales.
La sentencia contra Bartlam se redujo a 18 meses luego de que fueran desechados cuatro cargos de agresión a cambio de su testimonio contra los otros tres soldados.
Pero Bartlam no tomó las fotografías para guardar una evidencia de las torturas, sino como un trofeo para llevar a casa. Su novia las vio, lo abandonó indignada y lo denunció ante las autoridades militares.
Los iraquíes torturados habían sido detenidos robando leche en polvo durante el operativo Alí Babá, ordenado por el jefe del campo, el mayor interino Dan Taylor, para acabar con el pillaje en las calles de Basora.
El sargento Wilton Brown aseguró en el proceso que Taylor había ordenado destrozar a los detenidos. No obstante, el tribunal no ha iniciado aún acciones contra ninguno de los oficiales.
Las fuerzas armadas británicas señalaron que Taylor no se presentará a la corte marcial porque su declaración no sirve al interés público.
Por el contrario, Taylor fue ascendido a mayor, y el comandante del batallón, David Paterson, a coronel.
Taylor se presentó ante la corte marcial y declaró haber pedido a sus soldados que trabajaran duro con los prisioneros iraquíes.
Estas y otras órdenes dadas por Taylor y Paterson son violatorias de la Convención de Ginebra, que regula el trato a los prisioneros de guerra y constituyen la base, en general, del derecho internacional humanitario.
Taylor dijo que había destruido todos los documentos sobre esos acontecimientos dos semanas antes de que comenzaran las audiencias en el tribunal, aunque aseguró que los archivos probaban sus declaraciones.
Quizás la mayor ironía del caso es que Bartlam había sido enviado por sus superiores a un curso de fotografía militar después de que su novia lo denunciara.
Ahora el ejército británico reconoce que esa decisión fue poco feliz, pero insiste en que Bartlam tiene habilidad natural para fotografiar a personas. (