Las ferias informales crecen como hongos después de la lluvia en la capital argentina de la mano de antigüedades y recuerdos de familia que muchos se ven obligados a desprenderse por problemas económicos tras el colapso de 2001 o temor ante el clima de inseguridad ciudadana.
Estos mercados de pulgas son una alternativa al tradicional circuito de anticuarios emplazado en el barrio de San Telmo, en la zona sur de la ciudad de Buenos Aires, y a los comercios más lujosos del Barrio Norte, en especial para los turistas europeos y estadounidenses que buscan una oferta diversa y mejores precios.
Las necesidades de ingreso familiar y el incremento de los robos son algunos de los rasgos más típicos de la crisis que, si bien es ya de larga data, se agudizó hace tres años, modificando profundamente las costumbres, los hábitos de consumo y el estilo de vida de una gran cantidad de argentinos.
La misma crisis que llevó la pobreza a más de la mitad de los 37 millones de argentinos, catapultó el movimiento de desocupados que bloquea calles y por eso llamados piqueteros y licuó el patrimonio de buena parte de la clase media por la brusca devaluación de la moneda, golpeó también a personas de mayores recursos que hoy se desprenden de cuadros, muebles y antigüedades valiosas.
Pero la necesidad y la inseguridad no son los únicos motivos por los que en la actualidad hay una oferta inusual de vajillas antiguas, cristales, platería, manteles y sábanas del siglo XIX, porcelanas y cerámicas orientales y cuadros y grabados europeos.
Hay un cambio en las costumbres. Hay un corte en la tradición de pasar de padres a hijos, de abuelos a nietos, aquellas cosas preciadas que se iban convirtiendo en antigüedades con el paso del tiempo, dijo a IPS Ana Tomasin, quien tiene un puesto en el mercado de pulgas conocido como la Feria de la Baulera.
Ese mercado funciona en una galería de grandes arcadas que rodea el patio circular del centenario colegio de la Misericordia, en el exclusivo barrio de Recoleta, y es organizada por entidades que colaboran con las obras que realiza esa institución.
Según Tomasin, cuyo padre fue anticuario, el auge de los mercados de pulgas no responde a una única causa. En realidad se trata de un fenómeno creciente y generalizado, que también se ve en Europa y en Estados Unidos.
El auge regional, en algunos países de América Latina, se debe sobre todo a cuestiones de necesidad y de disponibilidad, ya que en esta parte han sobrevivido cosas que se perdieron en otros países, por ejemplo, por las guerras. Cosas que fueron muy cuidadas porque para muchas familias eran verdaderos tesoros, pero que hoy se ven obligados a vender, precisó Tomasin.
Otro mercado de pulgas funciona en el antiguo edificio del convento de San Ramón Nonato, ubicado a unos 200 metros de la sede del gobierno nacional —Casa Rosada— y en el casco histórico de Buenos Aires funciona.
En la también llamada Feria del Convento, al igual que en la de la Baulera, los puestos se suceden uno junto al otro y en ellos pueden verse juegos de té, abanicos, muñecas de porcelana, herrajes, tallas de marfil, ropa antigua, viejos frascos de farmacia y bijouterie art nouveau y art deco.
Otras instituciones, como el Ejército de Salvación y el católico Cotolengo Don Orione, que reciben donaciones de particulares, también se han convertido en verdaderos mercados de pulgas y son frecuentados por decoradores y buscadores de muebles y objetos decorativos antiguos.
Pero también hay pequeños mercados, ferias circunstanciales, que se montan en razón de familias que emigran, grandes casas van a ser demolidas o cuando hay herederos que no quieren conservar los bienes o muebles de sus antepasados.
Estas ferias se sumaron a los mercados de pulgas más tradicionales instalados en San Telmo y en el Mercado Dorrego, en el barrio de Colegiales, cuyos puestos son adjudicados por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Para Tomasin, los mercados de pulgas constituyen uno de los paseos más populares, donde la gente puede ver y comprar cosas que le gustan y quienes necesitan dinero, o no quieren perder sus propiedades a manos de los ladrones, pueden venderlas. Por eso se han multiplicado en los últimos años.
La devaluación del peso argentino incrementó la llegada de turistas del exterior y los que arriban con dólares y con euros encuentran un cambio favorable que les permite adquirir antigüedades por debajo de los precios internacionales.
Los turistas compran lo que consideran que son oportunidades, en especial objetos de plata, tejidos artesanales y cueros, comentó Tomasin.
No obstante su oferta diversa e interesante, las ferias informales porteñas son un mundo desconocido para muchos visitantes de la capital argentina, ya que al no estar integrados al sistema comercial no son incluidos en los tours de las compañías de turismo, ni en las promociones de la mayoría de los hoteles.
Pero hay otro tipo de visitantes extranjeros. Son los que llegan a Buenos Aires en busca de objetos artísticos que fueron producidos hace más de 100 años en sus países o los que procuran piezas para sus clientes en Europa o Estados Unidos.
La ventaja cambiaria contribuye a que se dé algo que puede definirse como una recuperación de piezas de arte decorativo, de vajillas y cerámicas, entre otras cosas, que se conservaron muy bien en Argentina, apuntó Tomasin.
Esos compradores son conocedores, expertos o coleccionistas, que saben que en los mercados de pulgas locales pueden encontrar muchas piezas interesantes, que salen al circuito comercial por primera vez y que están en excelentes condiciones porque han pertenecido por años a una misma familia.
Por otra parte, los precios de los mercados de pulgas son mucho más bajos que los de los negocios de San Telmo o Barrio Norte. De hecho, muchos comerciantes establecidos compran allí cosas que después revenden con ganancias considerables.
Los compradores extranjeros llegan con diferentes objetivos. Los franceses y los italianos se mueven más por intereses culturales e históricos, mientras que los españoles tienen fines más comerciales, explicó Tomasin.
Los japoneses, en cambio, admiran cualquier forma de belleza y compran cosas muy distintas, pero siempre de gran valor estético, agregó.
Por otra parte, también han proliferado las ferias virtuales aunque a veces son una trampa mortal para los compradores, quienes no pueden verificar la calidad y el estado de las piezas sino hasta después de haberlas pagado.
Si bien los mercados de pulgas enfrentan la competencia de los sitios de venta en Internet, será muy difícil que desaparezcan, ya que nada reemplaza el encanto de visitar una feria, ver cientos de cosas y hacer algún que otro descubrimiento, sostuvo Tomasin. (