RELIGIÓN-AMERICA LATINA: Obispo rebelde dispara sobre el Papa

A punto de cumplir 77 años y del retiro, el obispo católico Pedro Casaldáliga, uno de los mayores exponentes de la Teología de la Liberación, dice desde Brasil que el Vaticano de hoy ”representa la involución”, que Juan Pablo II debe renunciar y que la Iglesia está atrapada ”en un centralismo destructivo”.

Casaldáliga, quien vive sus últimos días como obispo de la localidad de São Felix do Araguaia, en el centroccidental estado brasileño de Mato Grosso, denuncia que el Vaticano le exige abandonar su comunidad para no causar ”constreñimiento” a quien lo sucederá, hecho que califica de injusto.

”Pero ya soy un caballo viejo y no quiero estorbar”, declara a IPS a través de un contacto telefónico.

Afectado por el mal de Parkinson y con presión arterial alta, este sacerdote nacido en febrero de 1928 en España es considerado un santo por sus seguidores y demonio por sus detractores. Entre sus postulados de cambio en la Iglesia, propone que las mujeres puedan acceder al sacerdocio.

Este miembro de la orden de los claretianos pasó gran parte de su vida en Brasil, a donde llegó en 1968. Trabajando cerca de los más pobres, criticando a los poderosos y en particular contra la dictadura (1964-1985), se erigió como una destacada figura del sector progresista de la Iglesia Católica. Por sus posturas fue amenazado de muerte y se libró de varios atentados en su contra.

—¿Obispo, está a punto del retiro y el Vaticano parece tratarlo con dureza, es así?

—Presenté hace dos años la renuncia, siguiendo la ley canónica (que rige a la Iglesia Católica y que estipula como edad para retiro los 75 años), pero se me pidió que continuara en el cargo hasta que llegase mi reemplazo. A finales de 2004 se me envió una persona desde la Nunciatura (el representante del Papa en el país) y me dijo que mi presencia aquí causaría constreñimiento cuando llegue el nuevo obispo. Le pregunté si se trataba de salir de la ciudad de San Felix o de toda la región y me dijeron que me saliera de la ciudad, lo que es injusto, esa es la verdad.

—¿Y entonces qué hará?

—Ya soy un caballo viejo y estoy un poco cansado, no quiero estorbar. Quiero declarar que no soy propietario de la diócesis, me retiro y no pasa nada. Pero ahora eso no depende sólo de mí, depende de las comunidades, de los agentes de pastoral que no quieren que salga de la diócesis. Creo que sin ningún tipo de irritación, pero con libertad de espíritu, debemos contribuir para que los modos de la Iglesia en casos como estos sean más comunitarios.

—¿Este último episodio con el Vaticano es parte de los antiguos choques entre usted y las posturas de Roma?

—Todo lo que está pasando forma parte de lo que ha sido el pontificado de Juan Pablo II, de sus posturas de recesión e involución. Se quiere afirmar la identidad de la Iglesia Católica perfilando leyes, actitudes, formación, seminarios, nombramientos de obispos y una serie de acciones que significan involuciones respecto de una línea progresista y a favor de los pobres. Cuando se trata de casos relativamente extremos como el nuestro, que nos hemos involucrado en las luchas indígenas, en las luchas por la tierra, en la solidaridad internacional, esa involución se ha manifestado un poco más.

—¿Qué piensa del actual Papa? ¿Es el responsable de esta supuesta involución?

—Sí, sus posturas se explican en gran parte por su formación polaca y su historia personal, sobre todo frente al comunismo. Para él y para su pueblo, comprensiblemente, todo lo que de algún modo u otro suene a socialismo o comunismo es contra la Iglesia. Por otra parte, el comunismo real metió la pata de forma dramática. Entonces, cuando en América Latina trabajamos juntos socialistas y cristianos y respetamos a los movimientos revolucionarios, surge la sospecha y hasta llamados de atención. En el Vaticano creían que el problema era que América Latina se pudiera hacer comunista, que se hiciera atea, pero desconocían y aún desconocen que el proceso a favor de la justicia y por el socialismo aquí ha tenido mucho de cristiano.

—¿Con Juan Pablo II, la Teología de la Liberación ¿la otrora vigorosa corriente que pone acento en la actividad social y política con los pobres, ha sido arrinconada junto a sus promotores?

—La Teología de la Liberación está de pie, está viva. Esta teología quiere que se vincule más la fe con la vida, la fe con la historia, la fe con las culturas y la fe con los pueblos y los movimientos populares. La Teología de la Liberación es fundamentalmente vivir la fe a partir de las realidades. Creemos en un Dios que no quiere la esclavitud, que defiende la vida. El propio Jesús dijo que había venido para que todos tengamos vida y la tengamos en abundancia. Evidentemente Él habló primero de la vida aquí en la Tierra. La vida de allá, de después de la muerte, está muy bien asegurada por parte de Dios. Nosotros tenemos la tarea de corregir la historia y corregir el tiempo. La eternidad está en manos de Dios y allí está segura.

—¿Las posturas contra la Teología de la Liberación se deben a que el Vaticano no entiende bien a América Latina?

—Yo creo que el problema es que la mayoría de decisiones de la Iglesia son tomadas de forma muy centralizada, por eso creemos que hay que descentralizarla, porque lo que vive es destructivo. Nadie de nosotros niega al Papa, pero pedimos que sea un ministerio más abierto y que respete la pluralidad, sobre todo hacia países o continentes con otras culturas e historias. Hay que reconocer que la Iglesia Católica sigue siendo bastante occidentalista y hasta eurocentrista. Nosotros nos sentimos iglesia, pero exigimos el respeto en la pluralidad.

—¿Puede seguir la Iglesia guiada por el actual Papa, quien ya se nota cansado y muy enfermo?

—He expresado que Juan Pablo II debía haber presentado su renuncia a los 75 años, como todos los obispos. Yo no creo mucho en los cargos vitalicios. Pienso que nosotros los ancianos somos limitados, no tenemos la flexibilidad de movimientos frente a una pastoral que se diversifica y atiende a tantos sectores. Yo ya mismo completo los 77 y estoy mucho más debilitado que 20 años atrás. Ya no puedo andar rodando. El Papa no deja de ser un ser humano, de modo que sería más correcto nada de cargos vitalicios. Con la renuncia del actual Papa y la elección de otro llevaríamos mejor el cargo y de un modo más normal.

—¿Cómo vislumbra usted que debería ser la Iglesia Católica del futuro?

—Eso es una invitación a soñar. En primer lugar creo que el Vaticano debe dejar de ser un Estado, pues es terrible ser al mismo tiempo jefe de la Iglesia y jefe de Estado, como es el caso de nuestro Papa. Pero lo más importante es que la Iglesia sea más abierta a las realidades de las diversas regiones, a sus necesidades y a las de los más pobres. También debe reconocerse a las mujeres su derecho al sacerdocio. La verdad es que la Iglesia sucede en la historia por lo que creo que finalmente sus bases, sus fieles, empujarán los cambios necesarios. A quienes ven con pesimismo la realidad de nuestra Iglesia creo que hay que recordarles una frase del escritor uruguayo (Eduardo) Galeano, que dice algo como 'dejemos el pesimismo para tiempos mejores'. Yo tengo mucha esperanza en los cambios, ya verás, sucederán.

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