A medida que un año cargado de virajes geopolíticos se acerca a su fin, China se cierne cada vez más gigante sobre un mundo que no sabe si verla como una gran oportunidad o una gran amenaza.
Para bien o para mal, cualquier movimiento de esta economía inmensa y en rápido crecimiento, impulsada por su mercado de 1.300 millones de personas, repercute en todo el mundo.
La frenética industria china de la construcción impulsa hacia arriba los precios mundiales de casi todos los productos básicos, lo que reduce los precios de los productos manufacturados.
Sin China, ni siquiera Estados Unidos, la única superpotencia mundial, podría afrontar su enorme déficit comercial y presupuestal. China es el segundo comprador de deuda estadounidense, dado que recicla un superávit comercial de 124.000 millones de dólares anuales con ese país.
No menos significativa es una serie de multimillonarias adquisiciones anunciadas por empresas chinas en distintos países, en señal de que Beijing aspira a un papel más importante en el escenario internacional.
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China ha sido por muchos años el país que más atrae inversiones extranjeras y hoy en día cuenta con una reserva de 540.000 millones de dólares, que parece ansiosa por gastar a medida que la moneda estadounidense se desploma.
Las compras proyectadas se incluyen en áreas diversas, como la industria manufacturera, la minería, las aerolíneas, los bancos, la electrónica de consumo, el petróleo y las telecomunicaciones.
Pero no todos los negocios proyectados han prosperado. Una propuesta de adquisición de Noranda, la mayor compañía minera de Canadá, por 5.000 millones de dólares, fracasó este otoño boreal debido a temores de que Beijing ejerciera influencia sobre ese país norteamericano.
Sin embargo, los anuncios han causado gran excitación en todo el mundo.
Oficialmente, China representa menos de cuatro por ciento de la economía mundial, pero los efectos de su espectacular producción industrial, que creció 16,3 por ciento sólo el año pasado, se sienten en todas partes.
En 2003, China representó siete por ciento del consumo mundial de petróleo, 27 por ciento del acero, 31 por ciento del carbón y 40 por ciento del cemento.
Pero mientras los optimistas planifican cómo hacer dinero atendiendo la creciente demanda china de materias primas (desde madera hasta cereales), otros miran al país más poblado del mundo con temor.
En el área de los textiles, por ejemplo, el levantamiento de las restricciones internacionales al comercio de esos productos implica que, a partir del próximo 1 de enero, China inundará al resto del mundo con prendas de vestir más y más baratas.
El gigante de Asia ya representa 20 por ciento del comercio textil mundial, pero analistas de la industria predicen que llegará a 50 por ciento en 2007.
Los fabricantes de textiles de países ricos como pobres ya sienten la amenaza. Y las industrias locales presionan a los gobiernos por más medidas para bloquear el aumento del volumen de las importaciones desde China.
El daño de la emergencia de China como gigante textil podría resultar particularmente devastador para los pequeños países en desarrollo con economías menos diversificadas, especialmente en Africa.
Este año, la estadounidense Comisión Internacional de Comercio divulgó un informe sobre el fin de las cuotas de importación, identificando a Lesotho, Kenia y Mauricio como especialmente vulnerables.
Pero aun países en desarrollo más maduros, como Bangladesh, Vietnam y Sri Lanka, están amenazados por el competitivo sector chino de la vestimenta, cuya fuerza laboral no puede sindicalizarse y tiene uno de los peores índices de accidentes industriales del mundo.
Para el Occidente industrializado, China se ha vuelto tanto una pieza clave del comercio global como una fuente importante de inestabilidad, por el peligro de que se estrelle su economía de alto vuelo.
La verdad es que los turistas chinos han comenzado a llover sobre Europa y a gastar dinero. Las empresas europeas han duplicado sus ventas a China en los últimos cuatro años, a tal punto que la Unión Europea (UE) está por convertirse, desde este 2004, en el mayor socio comercial del país asiático, superando a Japón y a Estados Unidos.
Pero los temores están en alza desde la industria automotriz hasta la textil, pues China podría disparar muy pronto una sucesión de cierres de fábricas en toda Europa.
En el caso de los automóviles, por ejemplo, China espera que sus ventas lleguen a 50.000 millones de dólares para 2010. Este año, capitales chinos aspiraron a comprar al último fabricante británico de autos, la MG Rover, pero la UE aún duda de si China califica como mercado viable de consumo de alto poder adquisitivo.
Una hesitación similar marca el demorado proceso de la UE para decidir si levanta el embargo de armas impuesto a Beijing luego de la masacre de 1989 contra estudiantes y opositores en la plaza de Tiananmen.
Algunos miembros del bloque se debaten entre la codicia por el mercado chino y los escrúpulos morales que en 1989 dictaron que China fuera tratada como un estado renegado por asesinar a sus jóvenes.
Los que están a favor de levantar las sanciones, como Francia y Alemania, confían en que China ha adoptado la dirección correcta, aunque las evidencias son escasas.
Los contrarios aseguran que Beijing está bloqueando la democracia en Hong Kong (enclave que recuperó de manos británicas en 1997, bajo el prometido principio de un país, dos sistemas) y amenaza con usar la fuerza militar contra la isla de Taiwán, a la que considera una provincia renegada.
Los líderes chinos han anunciado su intención de promulgar una ley anti-secesión —una señal del dramático endurecimiento de Beijing ante el movimiento independentista de Taiwán— que podría suministrar la base legal para lanzar una guerra contra la isla.
China asegura haber experimentado este año su más pacífica transferencia de mando. El veterano líder Jiang Zemin renunció inesperadamente a su cargo como jefe de las Fuerzas Armadas, que se reservaba como resorte de poder, tras 15 años con el control absoluto.
Pero las esperanzas de que su sucesor, el presidente y jefe del Partido Comunista Chino, Hu Jintao, (quien ascendió en marzo de 2003 como líder de la cuarta generación) habilitaría más libertad de expresión, reformas políticas y negociaciones con Taiwán, se terminaron pronto.
En los últimos meses, el partido ha perseguido y amenazado a por lo menos media docena de intelectuales que expresaron públicamente su preocupación por la creciente brecha entre ricos y pobres, el desempleo persistente y el aumento de las protestas sociales en las provincias.
Y Beijing intenta ahora silenciar a los que quedan, aquellos que afirman que el creciente poder económico chino se apoya en frágiles basamentos.