CAMBIO CLIMÁTICO: Testigos del futuro

Para Penina Moce, habitante de Kabara, una de las más pequeñas de las islas Fiji, el cambio climático es evidente en la forma en que el océano Pacífico se devora las playas de su aldea.

Norbu Sherpa, de Nepal, sufrió el recalentamiento global mucho antes de la primera reunión internacional sobre el tema. Diecinueve años atrás, una enorme masa de agua avanzó desde un glaciar derretido montaña arriba, a dos kilómetros de su poblado, cerca del monte Everest.

La brutal presión del agua no pudo ser contenida por diques preparados para resistir deshielos de menor magnitud, y arrasó con árboles, animales y viviendas de la aldea, incluida la propia. Sherpa dice que él y su familia se salvaron de la muerte porque era de día y no estaban en casa.

Osvaldo Bonino es argentino y vive en una aldea de 300 habitantes, pero sabe por propia experiencia que los cambios del clima son un hecho y que muchos de sus efectos son irreversibles.

Bonino vive en Aarón Castellanos, al sur de la oriental provincia de Santa Fe, una zona tradicionalmente agropecuaria que debió volcarse a la pesca luego de que la superficie de la laguna más cercana, La Picasa, creció de 3.000 a 50.000 hectáreas en poco tiempo, debido al aumento de las lluvias.
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Ninguno de los tres había participado antes de una reunión internacional como la que se realiza desde el lunes en Buenos Aires, la Décima Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP-10), para buscar forma de reducir los gases de efecto invernadero, responsables de esas modificaciones dramáticas.

Junto a otros representantes de comunidades afectadas por las alteraciones del clima, los tres llegaron invitados por el no gubernamental Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) que acaba de lanzar la campaña ”Testigos del cambio climático”.

Moce tiene marido y cinco hijos, y se dedica a la pesca y la artesanía.. En Kabara, como en otras islas cercanas, se trabaja mucho para sobrevivir, en especial para obtener el agua potable, que se colecta cuando llueve.

”Cuando era niña sacábamos muchas cosas del océano y de la tierra, pero ya no”, dijo a IPS.

”El mar se está comiendo nuestras playas y está cada vez más cerca de las casas”, asegura. La isla en la que podría representar a primera vista la imagen del paraíso, pero no es fácil sobrevivir allí. ”El interior es muy rocoso, no podemos construir nuestras viviendas si no es en las costas”, lo que los expone a la elevación del mar, explicó.

Los pobladores intentan ganar la batalla al mar plantando vegetación a lo largo de la costa a modo de barrera frente a olas cada vez más fuertes. Pero es poco lo que pueden hacer. ”El dinero que llega a Fiji se queda en las islas grandes”, dijo a IPS una activista de la Fundación Vida Silvestre de Argentina, que participa de la campaña.

Sherpa, habitante cercano del pico más alto del mundo, llegó desde Khumbu, la región nepalí afectada por el derretimiento de glaciares que inunda y desborda los lagos de la zona.

Los científicos advierten que ese fenómeno será cada vez mayor si continúa el recalentamiento de la atmósfera, principalmente atribuido a los gases liberados por la combustión de petróleo, gas y carbón.

Desde hace 15 años, Sherpa trabaja como guía de montaña, y en sus expediciones observa como los glaciares se van derritiendo y los lagos se vuelven más y más extensos. ”Es difícil vivir en las montañas, pero es mucho peor si además tenemos la amenaza de una inundación como la que ya nos ocurrió”, dijo a IPS.

”Soy un montañés. No tengo acceso habitual a una reunión internacional como ésta, por eso quiero aprovechar para pedir que tomen muy en serio el cambio climático porque es algo que tiene que ver con la vida de la gente en todos los lugares del mundo, desde Buenos Aires hasta los Himalayas”, dijo en su presentación.

En Argentina, la laguna La Picasa solía variar de tamaño entre 3.000 y 10.000 hectáreas, según las lluvias. Pero en 2001, las precipitaciones anuales pasaron de 800 a 1.200 milímetros y el espejo de agua se desbordó hasta ocupar 50.000 hectáreas.

Ahora sus dimensiones son de 30.000 hectáreas. La carretera nacional más cercana a la aldea permanece inhabilitada desde que ocurrieron las primeras lluvias fuertes, en 1998, igual suerte que las vías del tren, desde entonces bajo el agua.

La aldea de Aarón Castellanos era una estación ubicada en la carretera y las vías férreas que unen Buenos Aires con el oeste del país y con Chile.

”Todavía tengo una foto donde se ve el último tren circulando sobre un espejo de agua”, dice Bonino.

Unos 200 productores agropecuarios (grandes, medianos y pequeños), reclaman desde entonces indemnizaciones por la tierra que les quitó la inundación, así como obras de infraestructura para evitar que el problema se agrave.

Pero poco se ha logrado. Bonino, un comerciante de la aldea, sufrió el impacto en su actividad, pues la población local pasó de 600 a 300 personas.

La familia de su hermana vivía a dos kilómetros de la laguna. Se ganaban el pan trabajando en el predio cercano de un gran hacendado. En 2001 el agua llegó hasta su casa. Resistieron bastante tiempo la inevitable mudanza.

”Durante meses, mi cuñado salía con sus dos hijos en brazos y el agua hasta la cintura, caminaba 100 metros hasta la ruta, para que los niños fueran a la escuela”, dijo a IPS.

La familia y otros pobladores intentaron dedicarse a la pesca, pero el recurso fue rápidamente sobreexplotado por pescadores que llegaban de otras provincias, y se agotó.

Los pobladores de Aarón Castellanos demoraron en comprender que la expansión de la laguna era irreversible y tenía relación con la actividad humana.

”El cambio climático parece un tema del futuro, pero no es así. Lamentablemente, uno lo entiende solo cuando le pasa una tragedia como nos ocurrió a nosotros”, dice Bonino.

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