La comunidad sudamericana que nacerá esta semana en Ayacucho, Perú, aparece como el programa de integración más ambicioso de la región y despegará con 32 proyectos de infraestructura física de más de 4.200 millones de dólares de costo, a ejecutar en los próximos cinco años.
El nuevo bloque reunirá a Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, que conforman el Mercado Común del Sur (Mercosur), a Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, unidos en la Comunidad Andina de Naciones (CAN), junto con Chile, Guyana y Surinam.
Siempre previmos que esta comunidad sudamericana sería un proceso de convergencia gradual del grupo andino y del Mercosur, comentó a IPS el secretario general de la CAN, Allan Wagner.
No podemos partir de cero cuando ya tenemos bases sobre las cuales construir, añadió en referencia a la agenda de trabajo de los presidentes o representantes de gobierno en la meridional ciudad peruana de Ayacucho, donde se firmará el acta constitutiva de la comunidad de países de América del Sur, y en la cercana Cusco, donde se realizará la cumbre.
Al dar el paso más importante de la región para integrarse, como definió a la cumbre de este miércoles en Perú el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, los sudamericanos debatieron sobre si crear una nueva estructura institucional o reunir los esquemas de integración regional que ya manejan, y ésta última se impuso en sus deliberaciones.
Hay consenso en que la nueva Comunidad nacerá sobre tres pilares: definición de políticas comunes ante organismos multilaterales, integración de su infraestructura física y convergencia entre la CAN y el Mercosur.
Un objetivo final, que ojalá se dé, en el tiempo, son los Estados Unidos de América del Sur, dijo Wagner. Y no se descarta que los grupos subregionales pudieran fusionarse, pero en el horizonte, ni siquiera en el mediano plazo. Lo que está planteado ahora es un proceso de convergencia de los dos bloques más los otros tres países, insistió.
La unión o comunidad sudamericana es un proyecto acariciado por centros de pensamiento de la cancillería de Brasil, como el Instituto Brasileño de Relaciones Internacionales (IBRI), desde que a fines del siglo XX ese país abandonó la tesis de convertirse en una potencia por su cuenta y activó junto a sus vecinos el Mercosur.
En 2000, el entonces presidente Fernando Henrique Cardoso aprovechó el quinto centenario del descubrimiento de Brasil por Pedro Alvares Cabral para reunir en Brasilia a los 12 mandatarios de la región e impulsar la Unión Sudamericana, un objetivo sostenido por su sucesor Lula desde su asunción en enero de 2003.
La comunidad sudamericana supone un mercado gigantesco, con 17 millones de kilómetros cuadrados de territorio y 350 millones de consumidores, un producto bruto de 1,2 billones de dólares y exportaciones anuales por 190.000 millones de dólares.
Las reservas de petróleo, gas y minerales pueden abastecer sus industrias durante más de un siglo, posee ocho millones de kilómetros cuadrados de bosques, 27 por ciento del agua dulce del planeta, comparte los dos grandes océanos y puede exhibir liderazgo mundial en biodiversidad y en producción de alimentos.
Sin embargo, y pese al interés económico subyacente, lo determinante en este proceso regional ha sido la voluntad política, que es lo que debe privar, señaló a IPS el venezolano Roberto Guarnieri, secretario permanente del Sistema Económico Latinoamericano (SELA), que reúne 25 estados de América Latina y el Caribe.
Según Guarnieri, el bloque que nace en Ayacucho necesitará de una entidad que elabore programas y propuestas y articule desde el punto de vista técnico y administrativo los logros que se consigan, como fue en el proceso europeo la comisión ejecutiva, y para eso puede servir como eje, y así lo proponemos, el SELA, con sede en Caracas.
Brasilia y el ex presidente argentino Eduardo Duhalde (2002-2003), titular de la comisión de representantes permanentes del Mercosur y gran animador del proyecto sudamericano, propusieron inicialmente establecer una estructura propia para la comunidad sudamericana, pero la idea se ha desvanecido en las reuniones preparatorias.
De cualquier manera será preciso un mecanismo de seguimiento palmo a palmo de las directrices que se adopten en Cusco, en particular de los programas de infraestructura.
Wagner recordó que existen 350 proyectos de infraestructura (carreteras, puentes, ferrovías, puertos, aeropuertos, telecomunicaciones) para fortalecer diez ejes de integración entre países y regiones sudamericanas, en la llamada Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamerciana (IIRSA).
Un estudio del IBRI en 2000 mostró que al menos la mitad de esos proyectos tocaban directamente a Brasil y requerían casi 200.000 millones de dólares para su desarrollo. Del plan IIRSA se escogieron 32 proyectos cuya ejecución consumirá más de 4.200 millones de dólares y para los cuales la naciente comunidad sudamericana buscará financiamiento multilateral.
Son proyectos-ancla, a desarrollar en cinco años y escogidos por su capacidad de servir no sólo como corredores entre zonas sino como vías de desarrollo de áreas fronterizas que han sido de las más pobres y marginadas en nuestros países, subrayó Wagner.
El canciller brasileño Celso Amorim dijo recientemente que la diferencia entre América del Norte y del Sur se debe en buena medida a la infraestructura.
América del Norte es desde el siglo XIX un continente integrado. Nosotros recién lo estamos haciendo ahora. Esa diferencia Atlántico-Pacífico, que para América del Norte no existe, para nosotros es dramática, porque debemos atravesar los Andes o el Amazonas, indicó.
Por la comunidad sudamericana apuestan con fervor Argentina, Brasil y Venezuela —cuyo presidente Hugo Chávez pide desde integrar las industrias petroleras hasta una alianza militar del Atlántico Sur— y con menos entusiasmo Chile, Colombia y Uruguay, aunque este último país dará un giro a favor de la integración cuando el izquierdista Tabaré Vázquez sustituya en marzo como presidente al conservador Jorge Batlle.
Colombia ha fungido de aliado político y comercial de Washington en la región, y Chile muestra precaución.
Nada nos gustaría más que marchar en dirección a la unidad sudamericana, pero lo peor que podemos hacer es pedirle a un niño, apenas preparado atléticamente, que corra una maratón, advirtió Osvaldo Rosales, director de relaciones económicas internacionales en la cancillería chilena.
Otro foco de atención ha sido si se blindará la región como una unidad económica y política en desmedro del resto de América Latina, lo que descartan de plano expertos como Wagner.
México y los países centroamericanos están en proceso de asociarse al Mercosur, recordó Wagner, y la última cumbre presidencial andina, en julio, ordenó desarrollar una asociación con México y América Central.
Así como México decidió incorporarse en el Tratado de Libre Comercio (de América del Norte) con Estados Unidos y Canadá, asumiendo sus necesidades, ahora no hay razón para pensar que el fomento de la unión sudamericana signifique dejar de lado a mexicanos, centroamericanos y caribeños, según Wagner.
En su opinión, lo que ocurre es que recuperamos la noción de una América Latina integrada, después que hace 30 años esa propuesta se fragmentó en varios procesos regionales. Ahora volvemos a la vieja noción, por la vía de convergencia de esquemas subregionales y en un contexto de globalización.
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