Aunque América Latina y el Caribe son la región con mayor disponibilidad de agua dulce del mundo, se mantiene la lucha por el acceso a ese recurso, la educación sobre su uso racional y contra la desertificación.
Los latinoamericanos necesitan fortalecer las instituciones que trabajan en la cuestión del agua y tejer más y mejores redes de comunicación para compartir experiencias exitosas, concluyó un taller regional sobre el manejo de recursos hídricos realizado en Caracas, con delegados de entidades públicas y organizaciones no gubernamentales (ONG).
Un primer inventario sería satisfactorio, porque con 15 por ciento de la superficie terrestre del planeta y apenas 8,5 por ciento de su población, la región recibe 29 por ciento de la lluvia y dispone de un tercio de los recursos hídricos renovables, según cifras de la Convención de Lucha contra la Desertificación.
Sólo América del Sur tiene 30 por ciento de la escorrentía total mundial, 42.650 kilómetros cúbicos de agua. Si Brasil es el gigante en la región (40 por ciento de los recursos hídricos), países pequeños, como Guyana o Belice lideran la disponibilidad, con 316.689 y 82.102 metros cúbicos al año por habitante.
Pero con recursos enormes, su distribución es irregular, de modo que hay extensos territorios, que suman 4,5 millones de kilómetros cuadrados, con déficit severo de agua.
Ellos son Barbados, Haití, el oeste de Perú, zonas del norte de México, la costa del Pacífico en América Central y América del Sur, así como áreas de la austral Patagonia, el altiplano andino y el nordeste brasileño. Todas esas zonas padecen sequía crónica o "estrés hídrico", como dicen los expertos.
"El problema en muchas áreas de Brasil sigue siendo el acceso de la población al agua, traducida en la imagen que tengo grabada de niños que caminan kilómetros para llenar un cubo y llevarlo a casa, no sólo en el sertón (del nordeste) sino en zonas semiáridas entre Minas Gerais y Espírito Santo", más hacia el sur, comentó a IPS la activista de la Asociación Pernambucana de Defensa de la Naturaleza, Silvia Alcântara.
Varias organizaciones no gubernamentales (ONG), con apoyo del Estado y empresas privadas, desarrollan entre Minas Gerais y Espírito Santo un programa de construcción de cisternas o tanques en las casas para recoger agua de lluvia, filtrarla y disponer de ella. "Ya se han beneficiado 50.000 familias y el plan es construir un millón de cisternas", dijo Alcântara.
Recoger agua de lluvia y potabilizarla también es el eje del programa Cidecall, para aprovechamiento del recurso, que se lleva a cabo en varias zonas de México.
"En comunidades indígenas zapotecas, en (el sureño) estado de Oaxaca, ya no se ve a las mujeres caminar durante varias horas para conseguir agua. Ahora utilizan las cisternas", dijo a IPS Manuel Anaya, coordinador del programa.
"Es común que al principio la gente pregunte ¿Cómo vamos a tomar agua de lluvia?, pero luego se convencen porque recubrimos las cisternas con una tela que hace de filtro, y el agua se purifica con plata coloidal, ozono o rayos ultravioleta", explicó Anaya.
"Adicionalmente construimos sanitarios y dictamos talleres a las comunidades sobre cómo aprovechar las aguas limpias y las residuales", agregó.
En Bolivia la iniciativa en gestión de recursos hídricos se centra en proyectos de conservación hidrológico-forestal.
"En la ciudad de Tarija, unos 1.000 kilómetros al sur de La Paz, reforestamos las cuencas de los ríos Tolomosa y La Victoria. También instrumentamos un programa de prevención de incendios, pues buena parte de la cobertura vegetal de la zona ha sido destruida por esta causa", informó a IPS el representante de la ONG Protección del Medio Ambiente de Tarija (Prometa), Ricardo Aguilar.
Con 140.000 habitantes, Tarija no recibe agua en forma permanente. "El principal problema es el desabastecimiento, consecuencia del manejo irracional de los recursos. A pesar de contar con todas las redes de tuberías, algunas comunidades reciben el servicio de agua potable sólo una hora al día", agregó Aguilar.
El proyecto de Prometa y otras ONG aspira a desarrollar planes de agricultura sostenible que beneficien a las comunidades que circundan las cuencas, con estudios de proyección de la disponibilidad de agua a mediano y largo plazo.
Chile, por su parte, apuesta a la reforestación, el fomento del riego y la recuperación de suelos degradados y áreas desertificadas.
"Se han recuperado tres millones de hectáreas desde fines de la década de 1990, con tendencia creciente, pero aún quedan por recuperar más de 45 millones de hectáreas afectadas", señaló un informe del Plan de Acción Nacional contra la Desertificación (PANCD), en el que participan entes gubernamentales, académicos y ONG.
El Norte Chico, Puna y Secano Mediterráneo son las áreas chilenas con prioridad para los próximos años en el PANCD, un programa de 115 millones de dólares anuales. El fortalecimiento de la participación comunitaria y la educación ambiental son parte del esfuerzo.
En todo el mundo, los intentos por mejorar el manejo del agua buscan relacionarse desde 1994, cuando se adoptó en París la Convención de Lucha contra la Desertificación, al cobijo de la Organización de las Naciones Unidas. En 2002, más de 179 países formaban parte de ella.
Por acuerdo de los países de América Latina y el Caribe, la Convención desarrolló una propuesta para establecer una red regional de gestión de recursos hídricos en zonas áridas, semiáridas y sub-húmedas, ligadas a ecosistemas frágiles con alta degradación.
En reuniones de intercambio, como la de Caracas a mediados de este mes, ONG y entidades públicas pasan revista al panorama de una región de más de 500 millones de habitantes. Algunos de ellos nadan literalmente en la abundancia hídrica, y otros casi mueren de sed.