MEDIO ORIENTE: Muerte de Arafat, prueba para Bush

La muerte del presidente palestino Yasser Arafat pone a prueba al presidente de Estados Unidos, George W. Bush. ¿Estará dispuesto a mantener su apoyo incondicional a Israel, a riesgo de contrariar a sus aliados europeos y la opinión pública islámica?

También permitirá apreciar si la coalición de ”halcones” que ha dominado la política exterior de Washington desde el 11 de septiembre de 2001 (neoconservadores nacionalistas y miembros de la Derecha Cristiana aliados con el gobernante Partido Likud de Israel) conservará o incluso ampliará su influencia en el segundo mandato de Bush.

El día antes de la muerte de Arafat, ocurrida el jueves en París, Bush dijo a la prensa que veía ”una oportunidad de paz” en la desaparición del líder.

La mayoría de los analistas coinciden en que el equilibrio de fuerzas dentro del gobierno todavía favorece a los halcones, y que Washington no hará nada que afecte los planes del primer ministro israelí Ariel Sharon para retirar unilateralmente los asentamientos judíos de la franja de Gaza y consolidar el control israelí sobre Cisjordania.

Por lo tanto, lo más probable es que el reclamo del primer ministro británico Tony Blair de una posición más equilibrada de Washington en cuanto al conflicto palestino-israelí sea rechazado.
[related_articles]
Blair declaró esta semana, en vísperas de una cumbre de dos días con Bush, que la restauración del proceso de paz entre palestinos e israelíes ”es el cambio político más necesario en el mundo actual”.

”Dado que el gobierno (de Bush) y una enorme mayoría del Congreso apoyaron explícitamente el plan de Sharon, las perspectivas de un cambio de política del tipo que pretende Blair son bastante reducidas”, opinó Stephen Zunes, un experto en Medio Oriente de la Universidad de San Francisco.

Además, la prevista salida del gobierno del secretario de Estado (canciller) Colin Powell, considerado un moderado, fortalecerá las posiciones unilateralistas de la administración, en particular en el Consejo de Seguridad Nacional, la oficina del vicepresidente Dick Cheney y los líderes civiles del Departamento de Defensa, señaló Zunes.

Bush y sus más influyentes asesores demonizaron como ”patrocinador del terrorismo” a Arafat, quien fue el mandatario extranjero que más frecuentemente visitó al presidente Bill Clinton (1993-2001) tras la firma de los acuerdos de paz de Oslo en los jardines de la Casa Blanca, en septiembre de 2003, con el primer ministro israelí Yitzhak Rabin.

Cheney llegó a decir al ministro de Defensa de Israel que Arafat, elegido presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) por casi 90 por ciento de la ciudadanía, debería ser ”colgado”.

Cuando Sharon confinó definitivamente a Arafat en su pequeño cuartel general en Ramalá, hace más de tres años, Washington se limitó a insistir en que las fuerzas israelíes no arrestaran ni hicieran daño físico al líder palestino.

Poco después, en junio de 2002, el gobierno de Bush anunció que ya no trataría con Arafat, sino sólo con líderes ”moderados” que pudieran organizar nuevas elecciones, controlar a todas las fuerzas de seguridad palestinas y detener todos los ataques terroristas contra objetivos israelíes.

Sin embargo, cuando el primer ministro palestino aprobado por Estados Unidos, Mahmoud Abbas, tomó medidas para cumplir con esas condiciones, Bush no le exigió a Sharon que adoptara medidas recíprocas, por ejemplo la liberación de cientos de prisioneros palestinos, el retiro gradual de las fuerzas israelíes de los territorios ocupados o el desmantelamiento de asentamientos judíos ilegales en Cisjordania.

Todos esos objetivos figuran en la ”hoja de ruta”, como se llama al plan de paz para Medio Oriente impulsado por la Unión Europea, la Organización de las Naciones Unidas, Rusia y Estados Unidos.

”Pese a sus promesas, Sharon no hizo nada”, afirmó Henry Siegman, especialista en Medio Oriente del Consejo de Relaciones Exteriores, un gabinete de expertos que tuvo un papel clave en el proceso de paz de Oslo.

”Y pese a la promesa de Bush de presionar a Sharon para cumplir esas promesas, él tampoco hizo nada. Sharon no le dio nada a Abu Mazen” (Abbas), dijo Siegman.

Como resultado, Abbas, quien sucederá a Arafat como presidente de la Organización para la Liberación de Palestina, renunció a la jefatura de gobierno en septiembre de 2003. Esto frustró las esperanzas de revivir el proceso de paz y permitió a Sharon insistir en que, con Arafat al mando, no tenía un ”socio palestino” con quien negociar.

Blair, como uno de los principales impulsores de la hoja de ruta, se propone presionar a Bush para que use su influencia sobre Sharon para reanudar el proceso de paz, en especial ahora que líder ”moderados”, como Abbas y su sucesor en la jefatura de gobierno, Ahmed Qureia, parecen formar la esencia del gobierno provisional, hasta las elecciones previstas para el año próximo.

Pero ”nada pasará a menos que los israelíes y Estados Unidos así lo quieran”, advirtió Shibley Telhami, experto en Medio Oriente de Brookings Institution, otro gabinete de expertos.

Sharon y sus socios de la administración Bush, vaticinó Telhami, argumentarán que la capacidad de los líderes palestinos moderados para hacer cumplir su voluntad es incierta, y que por tanto cualquier nuevo esfuerzo diplomático de Washington sería prematuro.

Sin embargo, la desaparición de Arafat resta argumentos a Washington para no involucrarse en el proceso de paz.

”Mientras Arafat estaba en el poder, la cuestión era si había un socio palestino para la paz”, recordó Siegman.

”Si Arafat es reemplazado por un líder palestino opuesto a la violencia, ¿habrá un socio israelí para la paz, y qué hará Estados Unidos para que así sea?”, preguntó. (

Archivado en:

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe