La reelección del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, constituye una fuerte señal para la ciudadanía británica, que acudirá a las urnas a mediados del año próximo para renovar el Parlamento.
El triunfo del conservador Bush implica que la debacle de la coalición militar que invadió Iraq, encabezada por Estados Unidos y Gran Bretaña, no significa la caída en desgracia del liderazgo belicista en ambos países. No necesariamente
El primer ministro británico Tony Blair se presentará como aspirante a ocupar por un tercer periodo la residencia londinense de Downing Street.
El fracaso en la búsqueda de armas de destrucción masiva en Iraq, las admitidas fallas de la inteligencia británica en ese sentido y el innegable caos en ese país del Golfo no mellaron la confianza de Blair en sí mismo, y tal vez ni siquiera sus posibilidades.
Si Bush pudo —debe pensar—, él también puede.
El mensaje que llega a Londres desde Estados Unidos es que no se pierden elecciones sólo por formular un argumento malo.
La renovada fortaleza política de Bush y Blair se produce en momentos en que se consolidan las alianzas militares de los ocupantes en Iraq.
Las tropas británicas se han trasladado al norte de la relativamente segura ciudad de Basora para apostarse alrededor de la ciudad de Faluya, donde se prevén fuertes combates.
La victoria de Bush también fortalece la posición de Blair dentro de Europa, en medio de previsiones de que el rival de Bush, el senador del Partido Demócrata John F. Kerry, habría acercado desde la Casa Blanca la política exterior estadounidense a Francia y Alemania.
El equipo de Kerry había elogiado al canciller (jefe de gobierno) alemán Gerhardt Schroeder. Kerry no se entrevistó con Blair en su última visita a Estados Unidos, alegando problemas de agenda.
Cuando Kerry comenzó a distanciarse firmemente de la política de Bush en Iraq, quedó claro que su hoy frustrada mudanza a la Casa Blanca significaría el comienzo de la retirada. Para el senador demócrata, la operación fue una guerra equivocada en el lugar equivocado y en el momento equivocado.
La caída de Bush habría dado a Blair una puerta de salida segura de Iraq y le habría ayudado a silenciar las continuas críticas de que es objeto dentro de su país.
Pero, de ser reelecto el año próximo, no parece posible que Blair tome una decisión contradictoria con lo que decida Bush, sea lo que sea. Eso significa, casi con certeza, mantener las tropas en Iraq.
Blair mostró una discreta preferencia por Bush, aunque mantuvo la debida neutralidad diplomática. Y Bush mencionó continuamente a Blair como su aliado en Iraq.
Este apoyo, que no mejora, por cierto, la imagen del gobernante británico ante los votantes de su país, resulta ilustrativa de la especial relación entre Londres y Washington: Blair ha considerado que Estados Unidos es la envidia del resto del mundo.
Se prevé ahora que ambos líderes se alienten recíprocamente respecto de Iraq y de su firme compromiso con la guerra contra el terrorismo. Buena parte del apoyo que el primer ministro británico concita en su país procede de esta actitud, y cualquier error en esas campañas es considerado por sus simpatizantes como un detalle menor.
Pero su apoyo a las aventuras militares y de seguridad de Bush también le aparejan algunos problemas, como, sin duda, también los tuvo el presidente estadounidense.
Para Blair, perder significaría el triunfo de las organizaciones terroristas. Y su fuerza dentro del electorado procede de la determinación de una gran franja de la población a negar a los terroristas la posibilidad de ganar.
El triunfo de Bush le puede dar a Blair dolores de cabeza domésticos, en el sentido más estricto del término. Su esposa, Cherie Blair, es una exitosa abogada de derechos humanos que invariablemente ha discrepado con la política estadounidense, en evidente discrepancia con su marido.
La semana pasada, en la Universidad de Harvard, Cherie Blair aplaudió la decisión de la Corte Suprema de Justicia en Washington de otorgar protección legal a dos británicos detenidos en la base naval estadounidense en Guantánamo, Cuba, a lo que se oponía el gobierno de Bush.
La sentencia constituyó una significativa victoria para los derechos humanos y el estado de derecho internacional, dijo la abogada ante un auditorio que colmaba las instalaciones de la universidad estadounidense.
En el pasado, Cherie Blair se refirió a Bush como ese hombre.
De cualquier manera, Blair avanza varios casilleros en su influencia mundial tras el triunfo de Bush. El rechazo del gobernante estadounidense en las urnas habría constituido también el implícito rechazo de Blair, y habría dificultado mucho su campaña reeleccionista en Gran Bretaña.
Por otra parte, Blair ganará influencia sobre el gobierno de Bush. Su política es menos aventurerista en Iraq, y además respalda la posición palestina.
Pero Blair deberá ganar primero en sus propias elecciones. Y, al igual que Bush, podría alcanzar un respaldo inesperadamente fuerte. (