El batey ya no vive a ritmo de zafra. Falta el ulular de la sirena apresurando los cambios de turnos, el sobresalto de las ruidosas calderas a todo vapor y el trajinar constante de vehículos y personal.
¡Figúrate!, exclama con lágrimas en los ojos, José Antonio Fernández, de 83 años, quien sólo atina a repetir la misma palabra cuando recuerda el día en que supo que el centro azucarero donde trabajó más de cuatro décadas dejaría de fabricar el producto.
Nadie oculta en el antiguo central Hermanos Ameijeiras, en el municipio de Placetas de la central provincia de Villa Clara, que el cambio fue difícil y dio un vuelco radical a la vida de todos los vecinos.
Para Antonio Gómez el golpe fue doble. Primero me dijeron que se cerraba el central. Después, que debíamos levantar los rieles que puse y cuidé durante tanto tiempo, porque había que despejar ese parqueo frente a la fábrica para hacer un organopónico (agricultura orgánica dispuesta en espacios reducidos), relata.
Gómez y otros antiguos trabajadores a cargo del transporte ferroviario del central trabajan ahora los canteros, alineados en un área de 0,5 hectáreas, que por estos días se ven repletos de lechugas, habichuelas, tomates, pepinos y cebollinos.
Las verduras van directo previa compra, claro-, del surco a la mesa de las familias (unas 3.500 personas) del batey, una comunidad que incluye la fábrica, almacenes y otras instalaciones, además de las viviendas de los trabajadores de un ingenio azucarero.
En un campo más lejano, otrora dedicado al cultivo de semillas de caña de azúcar, el ingeniero agrónomo Julio Margolles tiene ahora a su cargo viveros de flores, yuca, malanga, girasol, frijoles, maíz y otras plantas para la venta a otras empresas del país.
El batey es como un pequeño pueblo, donde aún se conservan algunas casas de madera, muy antiguas. Me dijeron que ésta fue construida hace un siglo, cuenta Josefina Pérez, dueña de una de esas edificaciones.
La comunidad cuenta con una escuelita primaria, el consultorio del médico de familia, una biblioteca con 7.000 volúmenes, el infaltable estadio de béisbol y la Casa del Azucarero, con restaurante y sala de fiestas.
De inicio, todo el mundo sintió nostalgia, pero luego comenzamos a ver el resultado de las nuevas producciones y uno se anima. El año pasado no fue malo, tuvimos ganancia, reflexiona Margolles.
El central Hermanos Ameijeiras se convirtió en granja agropecuaria a partir de la reconversión aplicada al sector azucarero en 2002 para enfrentar la baja de los precios en el mercado internacional, un fenómeno que golpea fuertemente a la economía cubana.
La ganancia neta del primer año no fue mucha, pero esperamos aumentarla poco a poco. Lo fundamental por ahora son las producciones agrícolas, no tenemos mucha área para ganado, que deja más, comenta Rafael Roche, director de la empresa.
La granja, de unas 435 hectáreas, es atendida por 214 empleados y dispone además, de un centro genético desde el cual se distribuye pies de crías a todo el país.
También criamos cerdos, aves, conejos, carneros y caballos, tanto para la venta a los trabajadores como a otras empresas, informa Roche, quien confiesa que estudió química por equivocación. Debí estudiar agronomía, es lo que me gusta, acota.
La reestructuración de la industria azucarera cerró las puertas de unos 70 ingenios, de un total de más de 150, y traspasó alrededor del 60 por ciento de las tierras cañeras a la producción forestal, frutal o de ganadería.
De los centros en actividad, 14 se dedican a la producción de derivados del azúcar, un sector abierto a la inversión extranjera, y el resto a la fabricación de azúcar. La reforma implicó una reducción drástica de personal, pero, según el gobierno, nadie quedó desamparado.
El ingenio Ameijeiras prescindió de cerca de la mitad de sus trabajadores, aunque unos 141 permanecen allí, en planes de capacitación para asumir otras tareas o bien terminando estudios de primaria o secundaria que en su momento dejaron inconclusos.
El programa de reconversión, que redujo las capacidades para que la producción no exceda los cuatro millones de toneladas anuales, implica que los obreros que estudian conservan sus salarios de azucareros, de unos 400 pesos al mes, en promedio.
En todo el país, más de 100.000 trabajadores azucareros se encuentran matriculados en cursos de superación, 54 por ciento de los cuales tiene el estudio como empleo y el resto estudia y trabaja a la vez.
El programa de estudios se concibió con la idea de graduar 10.000 técnicos de nivel medio y unos 15.000 nuevos profesionales universitarios en especialidades afines a la industria del azúcar.
Otros cursos están encaminados a elevar el nivel de escolaridad promedio en el personal de noveno a 12 grados. Para los graduados en estudios superiores, el plan contempla estudios de diplomado, maestría y doctorado.
Según las autoridades, la reforma permitió concentrar esfuerzos y recursos en los ingenios más eficientes, rebajar los costos de producción y elevar la competitividad tanto de los azúcares como de los derivados de la agroindustria.
Fuentes del Ministerio del Azúcar calculan en más de un millón de hectáreas el área liberada de caña que ahora se dedica al desarrollo de planes pecuarios y a la siembra de hortalizas, verduras, árboles frutales y otros cultivos.
Para expertos cubanos, la reconversión azucarera era la única opción ante los actuales precios que ofrece el mercado internacional, de entre seis y siete centavos de dólar la libra (450 gramos), donde esta isla caribeña está obligada a vender toda su producción.
Según esas fuentes, hasta 1999, la libra de azúcar se cotizaba entre 11 y 15 centavos de dólar (entre 240 y 260 dólares la tonelada), lo que permitía cubrir los gastos de producción y se generaban importantes beneficios económicos.
La zafra azucarera 2003-2004 produjo poco más de 2,5 millones de toneladas, una cifra ligeramente superior a la del período anterior (2002-2003).