Por primera vez en la historia de Uruguay, la izquierda triunfó en las elecciones nacionales de este domingo, en una jornada de singular clima de celebración y emociones intensas.
El Frente Amplio, rebautizado con la incorporación de nuevos sectores como Encuentro Progresista Frente Amplio Nueva Mayoría (EP-FA-NM), obtuvo al menos 51 por ciento de los votos, frente a más de 30 por ciento del Partido Nacional (PN) y aproximadamente 10 por ciento del gobernante Partido Colorado (PC), según los primeros escrutinios parciales.
Así, el gobierno que encabece desde marzo el médico socialista Tabaré Vázquez será el primero de izquierda en este país desde su independencia, en 1825, y el único con mayoría parlamentaria desde 1966.
Detrás quedaron el candidato del PN, Jorge Larrañaga, y el del PC, Guillermo Stirling.
Desde mediados de la tarde, partidarios de la coalición de izquierda ganaron las calles para festejar, aún antes de conocer los primeros resultados. Cánticos, banderas y lágrimas marcaron toda la jornada.
El ascenso del FA al poder ha seguido un rumbo inexorable desde 1971, cuando fue fundado por socialistas, comunistas, democristianos, independientes y sectores desprendidos de los partidos Nacional y Colorado, las colectividades tradicionales que, ocupando simultáneamente el centro y la derecha, dominaron más de 150 años de vida política.
Pero muchas cosas han cambiado en 33 años. Para empezar, las urnas convirtieron en mayoría dentro de la coalición izquierdista al Movimiento de Participación Popular, encabezado por ex guerrilleros tupamaros, los mismos que habían visto con escepticismo la conformación del FA en los años 70.
El Frente fue en gran medida una alternativa política a la insurgencia tupamara activa desde el inicio de los años 60, y a un sistema de dos partidos que se resquebrajaba con las tensiones sociales locales, agravadas por la lógica de la guerra fría.
Ahora, líderes tupamaros recogen dentro del FA más votos que el partido de gobierno, hablan de practicar un capitalismo en serio y se preparan para gobernar.
En las elecciones de 1971, en las que obtuvo 18,3 por ciento de los votos, el FA proponía planificación de la economía, nacionalización de la banca y de los grandes monopolios del comercio exterior, reforma agraria y eliminación del latifundio y un radical cambio de régimen tributario.
El que nuestro Frente se propone es no sólo el cambio profundo de las estructuras, sino la sustitución de las clases en el poder. Desplazar del poder a la oligarquía y llevar al pueblo a gobernar, decía en febrero de ese año el fundador y líder histórico del FA, Líber Seregni, muerto a fines de julio.
La reforma agraria y la nacionalización de la banca desaparecieron de los postulados programáticos en los años 90. Hoy, el EP-FA-NM propone cinco ejes: políticas sociales, productivas y de ciencia y tecnología, profundización de la democracia y de la transparencia del Estado e integración regional.
En cambio, no prosperaron mociones de sus sectores radicales, de incluir en su actual programa el rechazo frontal al ALCA (Area de Libre Comercio de las Américas), la revisión de la Ley de Caducidad, que clausuró la investigación de los crímenes de la dictadura, y el no pago de la deuda externa.
La versión del socialismo reconocible en el FA está, actualmente, bastante cerca del viejo paradigma socialdemócrata, aunque en una versión más a la izquierda que su modelo europeo occidental, afirman los politólogos Adolfo Garcé y Jaime Yaffé en su libro La era progresista.
El FA continúa siendo el núcleo dominante de la coalición. Pero es mucho más que (o muy diferente a) la suma de los sectores que lo fundaron, en parte porque su trayecto incluyó la dictadura militar (1973-1985), empeñada infructuosamente en destruirlo.
De ese tramo negro, plagado de persecución, prisión, torturas y exilio, el Frente emergió como una nueva y nítida identidad política, fundada en su propia épica de resistencia, y reforzó su apuesta por las libertades republicanas.
Tras la restauración democrática de los años 80, los grupos marxistas del Frente vivieron con suerte distinta el maremoto de la desaparición de la Unión Soviética y del bloque socialista. Pero la izquierda no dejó de crecer en votos.
¿Qué le importaba más a la izquierda de los años 40? El cambio social. En los años 60 y 70 empieza a preocuparse más por transformarse en partido con competencia electoral, y ese afán se transforma en un fin muy importante, que la vuelve cada vez más un partido electoral. Lo ideológico se va acomodando a esta dinámica, dijo a IPS el politólogo Jorge Lanzaro, fundador del Instituto de Ciencia Política de la Universidad de la República.
La izquierda buscó ampliarse y competir por el centro. No pierde identidad, pero modera sus posiciones para acercarse a un electorado de centroizquierda y de centro, pero tratando también de llevarlo a posiciones distintas, añadió Lanzaro, coordinador de la obra colectiva La izquierda uruguaya. Entre la oposición y el gobierno.
Así, en los años 90 se instalaba en el país la polaridad izquierda-derecha, inexistente en el viejo sistema de partidos, mientras el FA capitalizaba bien los arraigados sentimientos uruguayos a favor del Estado y en contra del mercado.
De todas maneras, la izquierda no ha sido impermeable a la revolución cultural neoliberal, y ha integrado algunos de sus elementos, como la necesidad del equilibrio fiscal, la apertura comercial y la competitividad, dijo Lanzaro.
Los comicios de 1994 fueron un punto de inflexión, pues la izquierda empezó a quebrar la hegemonía de blancos y colorados en el electorado más conservador del interior del país, el punto más débil del FA.
En esta campaña, la izquierda se ocupó de apaciguar a los mercados financieros y al sector empresarial, anunciando anticipadamente el nombre del ministro de Economía de su futuro gobierno: el senador Danilo Astori, un prestigioso economista frentista que se ha ganado imagen de moderación.
Vázquez y Astori viajaron a Washington para asegurar a autoridades del Fondo Monetario Internacional su voluntad de honrar la abultada deuda externa y de mantener el equilibrio macroeconómico.
Los mercados reaccionaron favorablemente. No hubo en estos meses corridas bancarias, ni fuga de capitales, y hasta se apreció el peso uruguayo frente al dólar.
El estancamiento económico de fines de los años 90 y la recesión que desembocó en la profunda crisis de 2002 (percibida como la peor de la historia) hicieron el resto.
Uruguay tiene hoy un millón de pobres en una población de 3,3 millones de personas y su endeudamiento equivale a 105 por ciento de su producto interno bruto. Más de la mitad de la población infantil vive en la pobreza.
Es cierto que la actividad económica se recuperó notablemente este año y que el desempleo bajó de casi 20 a 13 por ciento. Pero los salarios siguen exiguos y crecieron la marginación y la brecha entre ricos y pobres. La ola emigratoria se elevó desde 2002 y el país está entre los primeros del mundo en proporción de suicidios.
El actual gobierno colorado de Jorge Batlle es uno de los más impopulares de América Latina.
A partir de 2002 se disparó el descontento ciudadano hacia las colectividades tradicionales, en particular hacia el Partido Colorado, que supo ser constructor del Estado de bienestar en la primera mitad del siglo XX, pero ahora está agotado por el ejercicio casi hegemónico del poder.
Además, el mapa de América del Sur ya no luce, como en los años 90, el color único de las políticas de ajuste y privatizaciones. Vecinos influyentes, Argentina y Brasil han torcido el rumbo, y hasta las agencias financieras multilaterales reconocen los daños que esas políticas dejaron en la región.
También en Venezuela y en Bolivia esas políticas están seriamente cuestionadas.
En estas condiciones, la experiencia única de un bloque de izquierda democrático que sobrevivió 33 años (y una dictadura) y creció hasta alcanzar el poder, tiene por delante una oportunidad también única de materializar las esperanzas de justicia social que alientan sus votantes.
El FA es un enorme partido popular que ocupa,de alguna manera, el sitio del Partido Colorado en el siglo XX, y que lo ocupará seguramente por mucho tiempo, vaticinó Lanzaro.