Un tailandés que dejó sus estudios universitarios por amor a la comunidad dirige un hogar para niños y niñas desamparados en la frontera con Birmania. Su misión: salvarlos de la pobreza, las drogas y la esclavitud sexual.
Guljohn Jeamram, de 30 años, es recibido por todos como un héroe cada vez que atraviesa el puente que conecta Birmania con Mae Sai, el poblado de 25.000 habitantes en el extremo septentrional de Tailandia, donde vive.
Es que todos saben que va o viene de algún lugar para ayudar a los niños birmanos que cruzan la frontera con Tailandia en busca de restos de basura, o para mendigar.
Todos le están agradecidos, en especial aquellos que, fueron rescatados de las calles por él. Mee Su es una entre muchos casos. Nunca olvidará su dura niñez. Poco después de cumplir ocho años, comenzó a mendigar para ayudar a su familia.
Si en aquel entonces, por algún motivo, se le hubiera prohibido a Mee Su atravesar el puente, no habría dudado en cruzar a nado el río Sai, que separa Tailandia de Birmania y que se torna especialmente peligroso cuando lo azotan las lluvias monzónicas.
Veníamos todos los días antes de las nueve de la mañana. Había otros niños que solían cruzar conmigo, más de 10, y siempre nos quedábamos hasta las cinco de la tarde, recuerda.
Pero, afortunadamente, esa vida ya quedó atrás. Esta jovencita de la comunidad étnica akha conoció hace dos años el hogar Childlife, que dirige Guljohn, o Kru Ngau (profesor, en tailandés), como le llaman los niños..
La vida aquí es diferente. No tengo que mendigar y puedo ir a la escuela, señaló.
Mee Su crece ahora en un hermoso complejo de casas de madera construidas por Guljohn y sus colaboradores, rodeado por campos, huertas y colinas, junto a otros 75 ex niños de la calle también rescatados por Childlife.
Este proyecto, creado en 1999, tiene el objetivo de rescatar a niños pobres que llegan a Mae Sai, la mayoría desde Birmania.
Childlife envía a los niños a una escuela cercana, y trabaja con ellos para evitar que caigan en la drogadicción —Birmania es uno de los principales productores de heroína del mundo— y en la prostitución, o para desviarlos de esos caminos.
La idea de ayudarlos surgió luego de que pasé un año investigando la vida de los niños en situación de calle. Los niños con los que hablé querían salir de la calle, tener una casa e ir a la escuela, dijo Guljohn.
Este joven tailandés no dudó en abandonar sus estudios de diseño de interiores para fundar este hogar, que alberga cada vez a más niños y niñas.
Lo que atrae a los pobres a Mae Sai es el gran número de turistas extranjeros que se detienen algunas horas en la localidad para comprar recuerdos o productos tradicionales en sus cientos de pequeños comercios.
Los activistas de derechos humanos siempre expresaron su preocupación por la vulnerabilidad de los niños y niñas de Mae Sai ante el tráfico sexual.
Los niños en situación de calle son muy vulnerables, señaló Titima Wanwilaiwan, de la oficina tailandesa de la organización internacional Acabemos con la Prostitución Infantil y el Tráfico de Niños con Fines Sexuales (ECPAT).
La mayoría de estos niños y niñas no tienen otra opción que mendigar, ya que son enviados por sus propios padres, que viven en las zonas más pobres de Birmania.
Hubo casos de padres pobres que vendieron a sus hijos pequeños por 2.000 bahts (50 dólares) para así conseguir dinero, señaló la activista de ECPAT.
Las redes de tráfico sexual están buscando a estos pequeños desamparados, dijo a IPS Nuchanart Boonkong, coordinadora del Grupo de Voluntarios para el Desarrollo de los Niños, que colabora con Childlife.
En los últimos tres años, 26 niños fueron salvados de los traficantes, aseguró.
Pero algunos aún son sometidos sexualmente por extranjeros que integran una red con su sede central en (la septentrional ciudad tailandesa de) Chiang Mai, añadió.
Activistas estiman que cerca de 50 niños y niñas birmanos cruzan todos los días la frontera para mendigar en las calles de Mae Sai. Muchos proceden de Yaboyaya, localidad donde viven en extrema pobreza unas 70 familias de la comunidad akha.
Mee Su es originaria de Yaboyaya. Todos los meses regresa allí para ver a sus padres, y luego vuelve al hogar.
Estos niños y niñas están aquí con el permiso de sus padres. No todos se quedan, porque no aceptan las reglas del hogar. Sin embargo, las puertas siempre están abiertas. No le puedo negar la entrada a ningún niño, dice Guljohn.