El actor brasileño Marcos Palmeira, de 41 años y famoso por su actuación en 28 filmes y unas 15 telenovelas (dice que perdió la cuenta), entre ellas Hermanos Coraje, Pantanal y Vale todo, es conocido también como agricultor orgánico. Ejerce esa actividad en una propiedad de 250 hectáreas cerca de Río de Janeiro, y sobre ese lado de su vida habló con Tierramérica.
—¿Qué lo llevó a convertirse en productor orgánico? —La preocupación por la salud de las personas y del planeta. Descubrí que no basta que un alimento sea natural para que sea saludable. Todo viene de la naturaleza, incluso el fertilizante químico que afecta la salud. La salud es algo más complejo. Adherí entonces a la agricultura orgánica, por ella descubrí la biodinámica, y me acerqué a la Asociación Brasileña de Agricultura Biodinámica.
—¿Pero algún hecho en su vida le despertó ese interés? —Sí, me di cuenta de que las personas que trabajaban en mi hacienda no comían lo que ellos mismos producían, porque sabían que le habían puesto veneno. Cuando compré la hacienda, hace siete años, había allí una producción convencional. Al ver que los trabajadores no comían lo que habían cultivado, empecé a cambiar mis conceptos.
—¿Ellos le dijeron claramente que no comían debido al agrotóxico? —Sí, contaron que el agrotóxico que aplicaban en la siembra los hacía sentirse mal, que les dolían los ojos y les picaba la piel. ¿Como podían comer algo tratado así? Preferían comprar los productos afuera. Era una incoherencia total. Me convencí que estaba equivocado, y empecé a cambiar las cosas, a buscar orientación.
—¿Qué produce su hacienda? —Verduras, legumbres, frutos, leche, lácteos como queso y requesón, huevos de gallina caipira (criada en forma natural). Estamos ahora en transición para trabajar en un ecosistema totalmente equilibrado, autosustentable, y obtener un certificado biodinámico.
—¿Qué cambios hubo en la hacienda? —Ahora los trabajadores ya comen lo que cosechan y se sienten integrados a la producción, más valorados. Reapareció una gran cantidad de aves, como tucanes y pericos. También los tamanduás (Tamandua tetradactyla), que comen verduras, pero también hormigas, que devastan los sembradíos. Los visitantes se espantan porque hay muchas telarañas en mi establo, pero las arañas hacen el control natural de las moscas.
—Su padre (el cineasta ZelitoViana) hizo un filme sobre los indígenas y usted lo acompañó. ¿Eso tuvo alguna influencia en su adhesión a la agricultura orgánica? —Estuve 90 días con los indígenas xavante, en (el central estado de) Mato Groso. Yo tenía 16 años entonces y volví allá 25 años después. Creo que el contacto con ellos reforzó un poco mi respeto por la naturaleza, me hizo encararla de otra forma, ver al ser humano inserto en ella.
—¿Cómo ve los transgénicos? —Los considero una locura, un absurdo. Creo que el mundo se sujeta otra vez al mercadeo: la publicidad del transgénico repite la del agrotóxico, y habla de un alimento saludable que alimentará al planeta. Pero está probado que el problema de la alimentación es la mala distribución de los alimentos, no la falta de producción. Lo mismo pasa con la riqueza, que no falta, sino que está mal distribuida.
—¿Además de los agrotóxicos, que otro problema ambiental jerarquiza? —El hombre, su ambición, su voluntad de ganar dinero a cualquier costo, incluso con las quemadas de bosque para realizar cultivos agrícolas. Creo que el hombre es el gran culpable, porque no aprende, no logra asumirse como integrante de la naturaleza. Hay formas ecológicas de vida más interesantes.
* Publicado originalmente el 18 de septiembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.