AMBIENTE-VENEZUELA: Ecoturismo anida en las cumbres

La sonrisa de Irene Sánchez es tan copiosa como el chocolate hirviente que reparte entre los huéspedes de su posada El Trigal, a 3.380 metros de altitud, en los Andes venezolanos. ”Siempre quise tener una microempresa, y por eso acepté apenas me propusieron el programa”, comenta al periodista que la visita.

El no gubernamental y ambientalista Programa Andes Tropicales ha esparcido 11 ”mucuposadas” en los páramos de Mérida (noroeste de Venezuela): albergues en casitas de campesinos ”que tienen carencias materiales pero viven en un paisaje paradisíaco”, explica el biólogo belga que dirige la iniciativa, Yves Lesenfants.

”Mucu” es ”lugar” en la lengua de los ya extinguidos indígenas timotocuicas que habitaron estas frías comarcas. Poblados y parajes conservan nombres como Mucuchíes, Mucubají o Mucurubá, y, como un sello de marca, réplicas del programa en el sudeste venezolano y en la frontera entre Argentina y Bolivia también se llamarán ”mucuposadas”.

”Llevamos 22 días seguidos con turistas, es un ingreso importante”, comenta Iris Rondón mientras en la mucuposada Agüita Azul extiende la masa para la ”arepa”, suerte de gran tortilla que en el resto del país se hace de maíz, pero en estas alturas es de trigo. ”La cosecha de ajo no fue buena este año, pero aquí podemos recuperarnos”, comenta.

Juan Carlos Quintero, que cultiva tres de las diez hectáreas de su parcela —el resto es páramo con flora silvestre— organizó con su madre, Rosa, la mucuposada Nido del Gavilán, a 3.358 metros sobre el nivel del mar. ”Más o menos los ingresos de la posada y de la agricultura son 50 y 50” por ciento, explica.

Los Andes tropicales están entre las regiones naturales más ricas y diversas del planeta, con 45.000 especies de plantas, de las que 44 por ciento son endémicas, y 3.389 especies de vertebrados (sin contar peces), con 46 por ciento de endemismo. También son hábitat de variedades silvestres de vegetales alimenticios como la papa, el maíz y varias frutas.

Sobre ellos avanza la depredación que tiene como vanguardia la expansión de la frontera agrícola. Las cumbres de Mérida —con el pico Bolívar, que alcanza 4.987 metros— son una muestra.

En los Andes venezolanos, por ejemplo, la introducción de variedades de café de sol está acabando con bosques de ladera que protegían cultivos de cafetos Arábica (de sombra).

”Nos propusimos trabajar con las comunidades que más afectan los bosques arbóreos y los microbosques en los páramos, alguna vez asiento de glaciares hoy reducidos a unas pocas lagunas y humedales que son la fuente de manantiales y ríos que van al Orinoco y al Lago de Maracaibo”, relató Lesenfants.

Venezuela es uno de los países con más protección formal sobre sus áreas verdes de selva, llanura y montaña. Cuarenta parques nacionales ocupan 16 por ciento de sus 916.445 kilómetros cuadrados, entre ellos los 2.000 kilómetros cuadrados del páramo La Culata y 2.700 de Sierra Nevada, la mayor parte en el estado de Mérida.

”Pero no queremos llegar al campesino con alambres de púas, sino con una visión de los magníficos paisajes de sus parques como capital de trabajo”, observó William Aular, otro ecologista del Programa Andes Tropicales.

”Si no hay empleo u oportunidades, el joven campesino migra a la ciudad u ocupa el parque para hacer un prado donde pasten sus ovejas o sus vacas”, añadió.

Irene Sánchez milita en esa causa: ”Si ocupamos o destruimos el parque, los ríos y las matas, entonces no tendremos qué mostrar a los turistas y no habrá ingresos”, comenta, ”además de que ahora las mujeres tenemos una empresa en nuestras manos, ya no trabajamos únicamente la agricultura, y en forma cooperativa salimos adelante”.

Un total de 140 posaderos y baquianos se han organizado alrededor de las 11 mucuposadas para ofrecer la bucólica estadía en los refugios y servicios de paseos y de 22 recorridos a través de las montañas para disfrutar de los seis pisos ecológicos de los verdes y floridos Andes venezolanos.

La Asociación de Baquianos y Posaderos —algunos tienen una posada, otros sólo un par de mulas y un sinfín de historias para contar— se conecta mediante un sistema de radio y homologa servicios mínimos, como agua caliente y comidas típicas, así como las tarifas: pernoctar y comer tres veces cuesta 15 dólares por persona.

”Ahora queremos más al páramo. Es realmente bonito”, comenta Rómulo Rangel, un campesino de rasgos ibéricos en la salita de su posada Michicabá, en Gavidia, un caserío de 300 años que medio siglo atrás quedó dentro del el perímetro del Parque Sierra Nevada. Hace 17 años llegó la carretera y la electricidad apenas 13 años atrás.

Rangel y su esposa Rosalía comparten una velada de conversación con sus huéspedes, degustando truchas asadas, provistas por la cooperativa de Gavidia que las cría, en medio de los infaltables relatos de espantos y aparecidos. ”Los ingresos han mejorado y ya podremos enviar los hijos a estudiar en Mucuchíes”, el pueblo más cercano.

Las cuentas son claras: Seis turistas, que duerman en las posadas y hagan allí las tres comidas diarias y un paseo a caballo, generan el ingreso de 14 sacos de papas de 50 kilogramos o un décimo de hectárea trabajada durante seis meses.

”Nuestro trabajo sobre las comunidades no es aleatorio”, explicó Lesenfants. ”Hemos trabajado sobre áreas críticas, donde bosques y páramos están más amenazados, y seleccionamos a los campesinos del programa por su ubicación, la conveniencia de revalorizar el parque como capital de trabajo, y por su capacidad gerencial”, añadió.

El Programa Andes Tropicales se ha financiado con 1,1 millones de dólares aportados por la Unión Europea, y otros 300.000 dólares aportados por la organización no gubernamental española Codespa, la Corporación Andina de Fomento e ingresos propios obtenidos con sus servicios de cartografía de los Andes, a base de imágenes satelitales.

Buena parte de los fondos se emplearon en financiar la remodelación y dotación de las viviendas campesinas convertidas en posadas, así como en créditos para compra de equinos y materiales de trabajo, cuyos reintegros nutren un fondo rotatorio.

La experiencia animó a la empresa estatal Edelca, que maneja la represa de Guri en el sureste venezolano fronterizo con Brasil, a promover mucuposadas entre las comunidades indígenas de la etnia pemón, para que exploten las bellezas de la Guayana. También se han interesado los operadores de otra represa en Yacambú, en el centro-oeste del país.

Contrastando experiencias, Edelca y el Programa Andes Tropicales llevaron campesinos de los Andes a las sabanas de Guayana para interactuar con la comunidad pemón. Fue la primera vez que Irene Sánchez salió de los páramos y subió la escalerilla de un avión. ”Los pemón son gente sencilla como nosotros, nos entendimos fácilmente”, narró.

En la noroccidental provincia argentina de Salta y en Tarija (sur de Bolivia) existe interés en reproducir la experiencia de las mucuposadas, para aprovechar humedales que son refugio de flamencos, y las Yungas, los más sureños bosques de los Andes tropicales, en forma de turismo rural comunitario en la ruta del alto río Bermejo.

Si el proyecto se concreta, los gélidos humedales a cuya vera crecen los frailejones (pequeña planta de flores amarillas emblema de los páramos del trópico), habrá exportado la raíz mucu de la extinguida lengua de los timotocuicas, y la consigna de sus emprendedores descendientes, ”conservar mejorando vidas”.

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