Fue dramático ver hombres de 30 años llorando como niños, comentó Carmen Bascarán, buscando transmitir el terror en que vivían trabajadores carboneros del norte de Brasil que acogió hace tres meses.
Eran 11 empleados de una carbonería del municipio Dom Eliseu, en el sudeste del estado de Pará, que huyeron para escapar al trabajo en condiciones de esclavitud y buscaron ayuda en el Centro de Defensa de la Vida y los Derechos Humanos (CDVDH), en la ciudad vecina, Açailandia.
El Centro los alojó por algunos días en una casa en la ciudad, pero las amenazas de los patrones y el temor por perder la vida obligaron a estos trabajadores a buscar un refugio más seguro. A la medianoche los llevamos a una finca alejada, de amigos, hasta que el Ministerio del Trabajo intervino, 15 días después, contó Bascarán a IPS.
Como presidente del CDVDH, ella ya vivió muchos episodios similares, teniendo que proteger y ocultar trabajadores sometidos a condiciones deshumanizadas, situación muy extendida en la región que comprende el sur de Pará y el sudoeste de Maranhao, el vecino estado más al este y donde se ubica Açailandia.
Una esperanza de reducción del trabajo esclavo en las carbonerías de la región surgió el viernes pasado, cuando 15 empresas siderúrgicas locales prometieron exigir de sus proveedores de carbón vegetal que sus empleados tengan condiciones dignas de trabajo.
El compromiso se firmó en Brasilia, entre la Asociación de la Siderúrgicas de Carajás, que agrupa a las empresas, a otros gremios de la industria del acero y organizaciones no gubernamentales que promueven la responsabilidad social empresarial, como el Instituto Ethos y el Observatorio Social.
Hace más de una década se intenta combatir la esclavitud moderna en Brasil tratando de movilizar a las empresas industriales en busca de abolir el trabajo en condiciones humillantes en toda la cadena de producción.
La siderurgia es un eslabón clave por utilizar el carbón vegetal en sus primeras etapas de procesamiento del mineral de hierro.
Las carbonerías y las haciendas que están preparando sus tierras para la siembra o la ganadería son las principales explotadoras de mano de obra esclava en el norte de Brasil, según Bascarán.
La siderurgia se expandió a lo largo de los estados de Pará y Maranhao luego que se puso en marcha, en los años 70, la minería de hierro en Carajás, una reserva gigantesca en el sur paraense que permitió a Brasil incrementar sus exportaciones de mineral de hierro.
Esa expansión se hizo aprovechando la abundante mano de obra sin empleo, en una parte de Brasil donde el Estado es poco presente y las leyes tienen escasa vigencia en las relaciones de trabajo.
Esa zona es donde se registra el mayor número de asesinatos rurales, entre cuyas principales víctimas se encuentran los líderes campesinos, sindicalistas y activistas sociales o de los derechos humanos, así como algunos sacerdotes católicos.
La esclavitud se caracteriza porque los trabajadores son impedidos de desplazarse y dejar el local de trabajo, porque deben dinero a sus patrones. Las deudas se acumulan por distintos artificios, como cobrarles el transporte desde el lugar de origen, los instrumentos de trabajo suministrados y alimentos cuya venta es monopolizada por el hacendado o dueño de la carbonería.
En muchos casos son mantenidos como prisioneros por guardias armados, bajo constantes amenazas de torturas y muerte, si intentan escapar sin pagar la deuda. Sus derechos laborales no son reconocidos, no hay contrato de trabajo, se trata de una informalidad impuesta unilateralmente.
Los carboneros son sometidos a jornadas de hasta 14 horas diarias, sin la protección de guantes o calzados, con alimentación precaria, según Odilon Faccio, director del Observatorio Social.
Aceptan el trabajo ante promesas de mejores condiciones y porque no hay alternativas de empleo en la región. Hay agentes especializados en reclutarlos, a los que se les llaman gatos.
En los estados de Maranhao y Pará hay entre 20.000 y 23.000 carbonerías, estimó Faccio. Bascarán cree que pueden ser muchas más, ya que una gran parte opera clandestinamente, en locales desconocidos.
El trabajo en la producción de carbón vegetal es la tarea más dañina para la salud, por la total inseguridad, las enfermedades respiratorias y de piel que provoca. A los 40 años, un carbonero ya es un viejo, sin fuerzas, y los accidentes mutiladores son frecuentes, observó la presidente del CDVDH.
Las empresas siderúrgicas adhirieron a la lucha contra el trabajo esclavo porque las denuncias contra sus proveedores de carbón amenaza provocarles problemas judiciales y dejarlos sin crédito en los bancos oficiales. Además, algunos mercados extranjeros rechazan el acero o hierro-gusa producido con ese tipo de explotación de la mano de obra, explicó Bascarán.