Falsas expectativas: eso resultó mi idea de vivir en Corea del Sur, dice ahora una exiliada norcoreana que se hace llamar Lee Min-Sun y que trabaja en un restaurante en Seúl.
Es como un matrimonio con un amante que te hace promesas falsas, recuerda Lee, de 35 años, quien llegó a Corea del Sur en 2001. El galán prometía una casa decente con un manantial, pero sólo podía darme una choza sin siquiera una ducha, se lamentó.
La vida es tan difícil en el Sur… Me discriminan por ser del Norte. Cuesta obtener un empleo decente, agregó Lee.
Adaptarse a la vida en la capitalista Corea del Sur es un desafío para los refugiados norcoreanos. Mientras, Seúl trata de tejer un delicado equilibrio diplomático regional que les permita albergarlos en su territorio.
La semana pasada, 460 norcoreanos huyeron a Seúl desde algún país del sudeste asiático, que según las versiones predominantes es Vietnam.
Corea del Norte acusó a Corea del Sur de cometer un crimen terrorista al conceder asilo a los norcoreanos. Mientras, Seúl guarda una actitud discreta en torno de este éxodo, en parte para evitar la ira de Pyongyang.
Corea del Sur será responsable de las consecuencias de la operación y todas las fuerzas que cooperaron con ella pagarán un alto precio, dijo el Comité Norcoreano para la Reunificación Pacífica de la Patria según la agencia surcoreana Yonhap.
Aún está por verse cómo usará Pyongyang el episodio para presionar esta semana en la ronda de diálogo sobre seguridad en que participará junto con Seúl, Estados Unidos, China, Japón y Rusia.
Generalmente se prevé que la llegada masiva de 'desertores' del Norte postergará la resolución pacífica del bloqueo nuclear entre Pyongyang y Washington que ha sembrado tensión en la península coreana desde octubre de 2002, dijo el diario Korea Times en un editorial.
Para activistas surcoreanos y occidentales, el sufrimiento de los norcoreanos en ese país comunista y afectado por el hambre justifica el juego diplomático en la península coreana.
Pero el gobierno de Corea del Sur tiene otras preocupaciones. Su mayor temor es que un éxodo de disidentes constituya el preludio de un colapso de Corea del Norte similar al de Albania, lo cual provocaría el ingreso de millones de refugiados.
Obviamente, queremos recibirlos (a los nuevos asilados) por razones humanitarias, pero no podemos provocar abierta o innecesariamente a Corea del Norte, dijo a IPS un alto funcionario en Seúl.
Lee comenzó su fuga a Corea del Sur en el río Tumen, en la frontera de Corea del Norte con China. Allí, sobornó a guardias chinos y le pagó luego a un contacto para que la condujera a la Embajada de Corea del Sur en Beijing, donde pidió asilo. Luego, pudo trasladarse a Seúl.
Este periplo es típico. Más de 5.000 norcoreanos arriesgaron sus vidas para llegar a la capitalista Corea del Sur desde la división de la península en dos países al cabo de la guerra de Corea, concluida en 1953.
Las fugas de Corea del Norte han crecido desde la década pasada. La mayoría de los denominados desertores prefirieron escapar por la porosa frontera con la comunista China más que por la fortificada frontera con Corea del Sur.
De todos modos, Beijing, como aliada de Pyongyang, se ha negado a aceptarlos como refugiados, y los desertores corren el riesgo de ser enviados de vuelta si las autoridades chinas los atrapan.
Pero la promesa de una vida mejor fuera de la firmemente sellada Corea del Norte no siempre es garantía de un lecho de rosas.
Luego de vivir en un país con poca libertad personal, la transición puede ser abrumadora par los norcoreanos. Uno de los mayores problemas es el desempleo.
Cincuenta por ciento de los desertores carecen de empleo, o tienen apenas uno de tiempo parcial. Y muchos renuncian, incapaces de lidiar con la competitiva atmósfera de los lugares de trabajo, dijo Chung Sung-Im, investigador del Centro de Estudios Norcoreanos del Instituto Sejong, en Seúl.
De los cerca de 5.000 norcoreanos en Corea del Sur, algunos tienen éxito como empresarios, artistas o periodistas. Pero hay muchos que luchan con la dura realidad de un mundo capitalista que parece desconcertarlos, sostuvo Chung.
El investigador dijo que muchos de los refugiados tienen la sensación de ser tratados como ciudadanos de segunda clase, y también sufren el choque de culturas.
La herbolaria que se hace llamar Kim Mi-Ran, de 37 años, huyó al Sur en 2001. Tuvo suerte de encontrar trabajo en su profesión y en un pequeño poblado. Pero siente que los clientes la tratan diferente cuando se dan cuenta de que procede del Norte.
Me amargo cuando mis clientes cancelan sus consultas o acuden a otro herbolario porque soy norcoreana, dijo.
Joon Soon-Young era actriz en Pyongyang hasta que escapó en 2003, y ahora es propietaria de un restaurante en Seúl donde trabajan otros 15 norcoreanos.
Por supuesto, nunca me arrepentí de irme del Norte. Aprecio la atención y el apoyo financiero que he recibido del gobierno y de donantes privados. A pesar de todas las dificultades que debí afrontar, Corea del Sur es un lugar mejor para vivir, dijo Joon.
No renuncié. Me levanté otra vez, y, ahora, amo lo que hago. Tuve el sueño de ser libre y quiero que funcione, agregó.