La presidencia de Ronald Reagan (1981-1989) preparó en gran medida el camino para la gestión del actual presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en parte porque debilitó al sector moderado del gobernante Partido Republicano y fortaleció a la extrema derecha.
La principal diferencia entre Bush y Reagan, quien falleció el pasado sábado a los 93 años y será enterrado este viernes, es que el actual mandatario enfrenta enemigos diferentes y ha sido más extremo en sus tácticas.
Casi todos los problemas importantes que hoy enfrenta el pueblo estadounidense pueden rastrearse hasta las políticas de Reagan o funcionarios de su administración, afirmó el analista político William Rivers Pitt.
Un ejemplo es la crisis fiscal que enfrenta actualmente Estados Unidos. Debido en gran parte al enorme gasto del presupuesto militar bajo el gobierno de Bush, este país enfrenta el mayor déficit de su historia (500.000 millones de dólares este año), sin señales de recuperación en los próximos años.
En sus tiempos, el militarismo de Reagan, justificado por la supuesta amenaza de una ya decadente Unión Soviética, también provocó un déficit récord, aunque a diferencia de Bush, intentó controlarlo mediante una serie de aumentos de impuestos que casi han sido olvidados por sus seguidores.
Como dijo el vicepresidente Dick Cheney cuando Bush intentaba determinar en qué medida debía recortar impuestos, Reagan probó que el déficit no importa.
De manera similar, Reagan, en ruptura con el republicanismo de Wall Street de la era del presidente Dwight Eisenhower (1953-1961), alentó la guerra de clases, como parece hacerlo Bush en la actualidad.
Con el recorte de impuestos a los ricos, la negativa a aumentar el salario mínimo y la declaración de guerra a los sindicatos al despedir a controladores del tráfico aéreo durante una huelga en 1981, Reagan atacó la creación más importante del New Deal: una clase trabajadora segura y con salarios dignos, señaló Harold Meyerson, de la revista The American Prospect.
En este sentido, Bush ha sido un fiel seguidor de Reagan, eliminando el impuesto a la herencia, ofreciendo amplio alivio fiscal a las grandes empresas y designando para la Junta Nacional de Relaciones Laborales y la justicia federal a funcionarios abiertamente hostiles a los sindicatos.
Aunque ambos presidentes apoyaron en el discurso los derechos civiles y la igualdad racial, los dos también alienaron a la comunidad negra en una medida sin precedentes desde el fin de la segunda guerra mundial.
Reagan fue una figura polarizadora para los negros estadounidenses, afirmó Julian Bond, presidente de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color, en declaraciones el miércoles al diario The Washington Post.
Bond recordó la hostilidad de Reagan hacia las medidas de acción afirmativa o discriminación positiva de grupos tradicionalmente marginados, así como su designación de jueces igualmente hostiles a esas medidas y partidarios de los derechos estaduales, o sea la reducción de las facultades del gobierno federal en materia de derechos civiles.
Bush no sólo se opuso a la política de acción afirmativa, sino que favoreció la designación de miembros de la Sociedad Federalista, también partidaria de los derechos estaduales.
En cuanto a los derechos de la mujer, la férrea oposición de Reagan al aborto y a la enmienda constitucional por la igualdad de derechos (contra la posición de republicanos moderados) se ha transformado en una especie de prueba para los republicanos en el actual gobierno.
Bush extendió las prohibiciones federales originalmente impuestas por Reagan a cualquier tipo de ayuda económica para grupos que apoyen el aborto o programas de salud reproductiva.
En el ámbito internacional, el desprecio de Reagan por el derecho internacional y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se anticipó a Bush en 20 años.
Reagan se negó a reconocer que el minado de puertos en Nicaragua por la CIA durante la revolución sandinista en ese país centroamericano constituyó un uso ilegal de la fuerza, como dictaminó la Corte Internacional de Justicia.
Asimismo, cuando su ferviente apoyo a Israel y al régimen del apartheid (segregación racial) en Sudáfrica, provocó airadas protestas en la Asamblea General de la ONU, uno de los principales diplomáticos del gobierno de Reagan sugirió que el foro mundial debía transformarse.
Reagan fue el primer presidente que otorgó poder a los neoconservadores, belicistas y hostiles a los procesos multilaterales en general. Los neoconservadores son políticos, académicos y analistas de medios de comunicación con gran influencia en asuntos de política exterior dentro del Partido Republicano.
Fue bajo su gobierno que Washington forjó un consenso estratégico con Israel, dejó de considerar ilegal la construcción de asentamientos judíos en territorios palestinos ocupados, y dio luz verde a la invasión israelí de Líbano en 1982.
Reagan también creó el precedente de las operaciones no oficiales de la CIA y otros organismos de la burocracia de la seguridad nacional, para eludir el control del Congreso. El ejemplo más claro fue el caso Irán-contras, que consistió en la venta encubierta de armas a Irán y el uso de las ganancias resultantes para financiar la contrarrevolución nicaragüense.
Para promover sus políticas, la administración de Reagan se valió de tácticas como la elaboración de datos ficticios de inteligencia, la manipulación de la prensa y la desinformación, como cuando acusó a la Unión Soviética de intentar asesinar al papa Juan Pablo II y de usar armas químicas (lluvia amarilla) en Afganistán, Laos y Camboya.
El Pentágono (Departamento de Defensa) y la oficina del actual vicepresidente Dick Cheney utilizaron las mismas estrategias para justificar la invasión de Iraq. Las supuestas armas de destrucción masiva con las que el régimen de Saddam Hussein amenazaba la seguridad de Estados Unidos y del mundo nunca aparecieron.
No sorprende que varios funcionarios hayan participado en ambas estrategias, en sendas administraciones.
Los métodos de Reagan estaban dirigidos contra la ahora extinta Unión Soviética, a la que llamó el imperio del mal. Así, inspiró el eje del mal de Bush, integrado por Iraq, Irán y Corea del Norte, y sus frecuentes referencias a malhechores, expresión que alude a una mezcla de extremistas islámicos y nacionalistas árabes.
Resulta paradójico que el director de la CIA bajo el gobierno de Reagan, William Casey, haya sido el responsable de reclutar a extremistas islámicos, principalmente al saudí Osama bin Laden, para la jihad o guerra santa contra las fuerzas soviéticas que habían ocupado Afganistán. Aquellos combatientes por la libertad son los actuales terroristas y malhechores.
Es igualmente paradójico que la confianza de Reagan en la magia del mercado, que transformó las políticas de instituciones financieras internacionales, y la doctrina Reagan que alentó ruinosos conflictos en América Central, Africa, Asia meridional y el sudeste asiático, hayan tenido un papel clave en la creación de países que la administración Bush considera fracasados y caldo de cultivo de terroristas.
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