DANZA-CUBA: Refugio del baile mundial

Buena parte de la historia de la danza del planeta permanece en un palacete de la capital cubana, que atesora desde un hilo del chal que causó la muerte de Isadora Duncan, hasta documentos, fotos y atuendos originales llegados desde los más lejanos parajes.

Los visitantes se asombran ante el fragmento delgado de la prenda que protegía el cuello de Duncan (1878-1927) la tarde en que el tejido quedó apresado en la rueda trasera del auto que la transportaba y le causó la muerte por asfixia cuando vivía sus años de plenitud.

”Atesoramos los objetos más diversos, porque la danza se alimenta de varias artes, pero entre nuestros bienes más valiosos están libros, fotos autografiadas, cartas, manuscritos y bocetos de coreografías”, cuenta a IPS la museóloga Aleida Pellón.

Este museo en el corazón de La Habana es el único de su tipo en América Latina y el Caribe y una de las pocas instituciones en el mundo especializada en reunir y exhibir bienes asociados a una de las artes más antiguas, según sus directivos.

Su enriquecimiento veloz desde la apertura, en 1998, fue posible gracias a donaciones del Ballet Nacional de Cuba y a los objetos personales y obsequios que recibió durante su carrera su fundadora y ”prima ballerina assoluta” cubana Alicia Alonso (1920).

Entre las piezas más curiosas están tres folios originales del primer tratado de notación coreográfica, de Raoul Feuillet, impreso en 1.700 en Francia. ”Fue el primer sistema eficaz para llevar a una especie de pentagrama los desplazamientos en escena”, precisa un experto.

Uno de los ambientes está dedicado completamente a la carrera de Alonso, con buena parte de las medallas, trofeos y otros premios conquistados en festivales internacionales. También se exhiben los atavíos con que salió a escena durante unas siete décadas.

El traje de Gisell, el personaje más emblemático de Alonso, cubre ahora la armazón de madera que históricamente fue usada para probar, arreglar o exhibir los vestidos de la artista, capaz de mantener durante muchos años el mismo talle.

”La institución es un reto para los expertos en conservación, que tienen que velar por materiales tan diversos como papel, tela, óleos, litografías, esculturas, aditamentos decorativos y ediciones centenarias”, aseguran sus responsables.

Especialistas estiman que la existencia del Museo de la Danza en La Habana es el reflejo de la pujanza de esta manifestación en este país caribeño, donde desde hace cinco siglos se mezclan el vigor, la originalidad y la creatividad de la las raíces culturales españolas y africanas.

Una contribución cultural decisiva para esta isla fue la creación en octubre de 1948 de la compañía Ballet de Alicia Alonso, que en 1959, tras el triunfo de la revolución liderada por Fidel Castro, pasó a llamarse Ballet Nacional de Cuba y siguió comandada y dirigida por la artista, al amparo estatal.

Para el investigador Pedro Simón, compañero en la vida de Alonso, esta compañía de ballet es ”una de las pocas, tres o cuatro a lo sumo, que tienen en el mundo una escuela nacional de estilo propio y una original proyección estético-coreográfica”.

Autor de textos sobre la historia del ballet cubano y la carrera de la primera bailarina cubana, Simón opina que las características más destacadas de la compañía son la autenticidad de estilo, la coherencia de su dramaturgia y la riqueza de vocabulario coreográfico.

Esas particularidades han merecido la inclusión de versiones cubanas de obras en el repertorio de la Opera de París, la Scala de Milán, el Teatro San Carlo de Nápoles, la Opera de Viena, y el Teatro Colón de Buenos Aires, entre otros afamados escenarios.

Las primeras manifestaciones de la danza escénica en Cuba son ubicadas por investigadores en el siglo XVIII, y tuvieron un impulso notable en el siglo XIX, cuando llegaron de gira figuras y compañías afamadas provenientes de Europa.

Entre las visitas más recordadas en el siglo XIX estuvo la de la bailarina austríaca Fanny Elssler, virtuosa del período romántico. Otras visitas quedaron rodeadas de un halo mítico, entre ellas la presencia de la rusa Anna Pavlova, quien estuvo tres veces en Cuba en el siglo pasado.

Pavlova llegó por primera vez a esta isla del Caribe en 1915, como parte de gira inicial por América Latina, donde esperaba reponer su maltrecha economía, golpeada por la primera guerra mundial iniciada un año antes.

La burguesía azucarera cubana de entonces, que retribuía muy bien esas representaciones, esperó a Pavlova con gran expectación, alimentada por la potente campaña de prensa que elogiaba sobre todo la interpretación que la rusa hacía de ”La muerte del cisne”.

Era tanta la ansiedad en la localidad de Matanzas, a un centenar de kilómetros al este de La Habana, por ver a Pavlova que, cuando la compañía demoró unos minutos en salir a escena, el público desencadenó una reyerta y los rusos fueron multados.

El Museo de la Danza cuenta con fondos estatales, aunque ha recibido donativos privados para obras de climatización, así como para enriquecer la exhaustiva biblioteca, que espera aún por espacio propio para abrir al público y para concluir la catalogación.

Otra de las colecciones muy valiosas son obras de cotizados pintores, como René Portocarrero, Servando Cabrera Moreno, Mariano Brull, Nelson Acosta y Zayda del Río. Todos inspirados en motivos de la danza o la personalidad de Alonso.

En estos días, el museo vive en plena actividad para recibir a partir del 28 de octubre y hasta e 6 de noviembre a los invitados del XIX Festival Internacional de Ballet de La Habana, una cita bajo la supervisión personal de Alonso.

La bailarina prepara para la ocasión una versión coreográfica de ”La flauta mágica”, estrenada en 1893 en la occidental ciudad rusa de San Petersburgo y que fuera presentada en Cuba por Pavlova durante su segunda gira por escenarios locales, en 1917.

Nada tiene que ver esa obra con la ópera homónima de Mozart. Sus orígenes están en un ballet de inicios del siglo XIX en que la música de una flauta encantada hacia bailar a todos, como también ocurre desde hace siglos entre los cubanos: se baila a cualquier hora, sin que se necesiten flautas encantadas y, mucho menos, los pretextos.

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