Parece que fue ayer cuando el iraquí Ahmed Chalabi ocupó el codiciado asiento junto a Laura Bush en el Congreso estadounidense, cuando el presidente George W. Bush pronunció su discurso anual del Estado de la Unión. Ocurrió en enero.
El integrante del Consejo de Gobierno Iraquí era el futuro líder democrático del país árabe, si no su George Washington, según consideraban entonces figuras como el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld.
De hecho, Chalabi puede enorgullecerse de ser el iraquí que más hizo por convencer al gobierno de Bush de que desalojara del poder al presidente Saddam Hussein, hoy prisionero de Estados Unidos en Bagdad.
¿Por qué, cinco meses más tarde, agentes y soldados estadounidenses y policías iraquíes irrumpieron en su habitación en Bagdad este jueves de mañana, registraron su residencia y sus oficinas, se incautaron de archivos y computadoras y detuvieron a colaboradores suyos?
En una conferencia de prensa poco después, Chalabi acusó a la Autoridad Provisional de la Coalición encabezada por Estados Unidos de atacarlo por razones políticas.
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El banquero iraquí atribuyó la novedosa animadversión de Washington hacia su persona a su abierta oposición a las gestiones del enviado especial de la ONU, Lakhdar Brahimi, para designar un gobierno que asumiría la soberanía formal del país el 1 de julio.
Pido políticas que podrían liberar al pueblo iraquí y darle la plena soberanía ahora, y lo hago de un modo que a ellos no les gusta, dijo Chalabi, en referencia a la Autoridad Provisional de la Coalición, pero muy cuidadoso en reiterar su gratitud a Bush por liberar Iraq del régimen de Saddam Hussein.
Mientras, en Washington, el portavoz del Departamento de Estado, Richard Boucher, negó que hubiera razones políticas detrás de la incursión en la residencia y las oficinas de Chalabi.
Hubo, claramente, razones legales e investigativas para el acontecimiento de hoy, no políticas, sostuvo, y aseguró que la requisa fue ordenada por un juez iraquí y realizada por la policía iraquí.
Cualesquiera sean las razones —y muchas podrían ser relevantes— hay pocas dudas de que la caída de Chalabi confirma que la batalla de dos años por el control de la política estadounidense en Iraq se está inclinando en favor de la facción realista del gobierno.
Este sector se concentra en el Departamento de Estado y en la Agencia Central de Inteligencia (CIA), que consideran hace mucho tiempo a Chalabi un oportunista y un maleante.
Esta posición parece plenamente compartida por Robert Blackwill, funcionario del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense que encabeza el Grupo de Estabilización de Iraq creado en octubre, cuando quedó claro que la ocupación del país árabe resultaba muy problemática.
Desde entonces, Blackwill, quien trabajó durante varios meses en estrecho contacto con Brahimi, ha intentado con éxito reducir la influencia del Departamento de Defensa (Pentágono) en Iraq.
Los hechos de este jueves también dejan en evidencia la pérdida de credibilidad del ala neoconservadora del gobierno, al menos en lo que respecta a Iraq. Eso incluye al subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz, el subsecretario de Defensa para Asuntos Políticos Douglas Faith, el jefe del equipo de Cheney, I. Lewis Libby, y el ex presidente de los asesores civiles del Pentágono, Richard Perle.
El registro de la vivienda y las oficinas de Chalabi se produjo pocos días después de que el Pentágono anunciara el corte de 335.000 en aportes mensuales al partido político de Chalabi, el Congreso Nacional Iraquí (INC).
La decisión fue criticada por Perle, quien sostuvo el lunes que el INC y Chalabi en particular son la mejor esperanza para Iraq.
Chalabi, un banquero radicado en Londres durante el régimen de Saddam Hussein, se dio a conocer al fundar el INC poco después de la guerra del Golfo en 1991, en lo que fue el primer intento de reunir organizaciones opositoras.
Los detractores de Chalabi, sobre todo en el Departamento de Estado y la CIA, que trabajaron estrechamente con él en los años 90 para orquestar un golpe contra Saddam Hussein, lo consideran poco confiable.
Muchos destacados iraquíes se alejaron del INC en la última década a raíz de su autoritarismo, señalaron.
Chalabi y sus seguidores del INC son esos tipos de Londres con trajes de seda y relojes Rolex, señaló despectivamente el ex jefe del Comando Central de las Fuerzas Armadas estadounidenses, general retirado Anthony Zinni, quien ha asesorado al secretario de Estado Colin Powell sobre Medio Oriente.
Chalabi, quien huyó de Jordania tras ser procesado por fraude bancario en 1989, no previó el alcance ni la magnitud de la resistencia a la invasión estadounidense de Iraq.
Muy por el contrario, el líder del INC aseguraba contar con miles de simpatizantes en puestos claves del gobierno de Saddam Hussein, listos para rebelarse una vez que aparecieran los invasores estadounidenses.
De hecho, los principales partidarios de Chalabi en Washington también aseguraban que los soldados de Estados Unidos serían recibidos con flores y dulces por la población iraquí.
Además, acusaban al Departamento de Estado y a otros organismos de representar los intereses de gobiernos sunitas de Medio Oriente, como Arabia Saudita.
Chalabi es un musulmán chiíta, como entre 60 y 65 por ciento de la población iraquí. La mayoría de los funcionarios del régimen de Saddam Hussein eran musulmanes sunitas, incluido el propio presidente depuesto.
Riyad temía que la presencia de Chalabi al frente del gobierno de Iraq generara inestabilidad en la minoría chiita saudita, según analistas del neoconservador American Enterprise Institute, que tiene a Perle entre sus investigadores.
Pero un estudio de la CIA concluía antes de la invasión que una cantidad abrumadora de iraquíes desconfían de Chalabi y del INC.
En los últimos meses se han acumulado informes sobre malas prácticas por parte de Chalabi, entre ellas nepotismo, sobornos, corrupción e incluso chantaje.
Pese a la popularidad extremadamente baja de Chalabi en encuestas, su posición en el Consejo de Gobierno Iraquí, su influencia sobre ministerios claves y su control de datos de inteligencia del anterior régimen encabezado por Saddam Hussein le dieron un poder formidable y la posibilidad de no depender completamente de Washington.
En todo caso, para que la relación con él pasara a ser insostenible desde el punto de vista de la Casa Blanca parecen haber incidido una serie de filtraciones, entre ellas la de que personas vinculadas con el INC fueron la fuente gran parte de los datos falsos en que se apoyó Washington para sostener que Bagdad poseía armas de destrucción masiva.
Para peor, Chalabi alardeó de eso al afirmar: Somos héroes en el error (…). Desde nuestro punto de vista, hemos tenido total éxito.
Además, la Oficina General de Rendición de Cuentas, un organismo del Congreso estadounidense que funciona de manera autónoma, investiga si parte de los 18 millones de dólares entregados por Washington al INC desde 1998 fueron usados ilegalmente para abogar por una invasión.
Por otra parte, y quizás esto fuera lo más grave para Washington, interceptaciones de comunicaciones electrónicas por parte de agencias de inteligencia estadounidenses revelaban que Chalabi cortejaba al gobierno iraní, quizá con demasiado fervor para el gusto de la Casa Blanca.
Al parecer, incluso le brindó información delicada sobre operaciones de seguridad de Estados Unidos en Iraq, que según una fuente citada por la revista estadounidense Newsweek pudo haber causado la muerte de personas.
Al mismo tiempo, Chalabi había lanzado una campaña de críticas contra la incorporación a las fuerzas de seguridad de ex integrantes del partido Baath, de Saddam Hussein, decidida por el principal funcionario civil de la ocupación, L. Paul Bremer.
En las últimas semanas, trató de convencer a la mayoría chiita de la población iraquí, que integra, de que Estados Unidos estaba devolviendo el país a la minoría sunnita y al Baath, atacando a Brahimi por ser sunnita y nacionalista árabe como lo fue originalmente el partido de Saddam Hussein.
También rechazó las demandas de Washington y de la ONU de que el INC devolviera las fichas de inteligencia de las que se apoderó durante la invasión, y que según diversas versiones contienen pruebas de corrupción masiva de funcionarios del foro mundial en la administración del programa Petróleo por Alimentos, que regulaba las ventas de crudo por parte de Bagdad.
Todas esas actividades amenazaban los vagos planes estadounidenses para transferir el poder en Iraq a un nuevo gobierno el 1 de julio, y en medio del actual caos iraquí, la Casa Blanca no parece capaz de hacer planes más allá de esa fecha.
Chalabi trataba de desestabilizar el proceso, y ya no está en nuestro equipo, afirmó un funcionario estadounidense.
Cuando Estados Unidos trata así a sus amigos, está en graves problemas, replicó Chalabi el jueves.