Este hombre diminuto y de turbante suele tripular con paciencia su pequeño automóvil por el mar caótico de autobuses, rickshaws y limosinas que es la capital de India. Es Manmohan Singh, próximo primer ministro del segundo país más poblado del mundo.
A este técnico de hablar suave se le atribuye la paternidad del proceso de reformas de una economía sobreprotegida, dominada por monopólicos negocios familiares y por un ineficiente sector privado. Lo hizo al frente del Ministerio de Finanzas, entre 1991 y 1996.
A Manmohanómico —como se le llamaba entonces con ánimo peyorativo— también se le atribuyó en 1996 la derrota electoral del Partido del Congreso, sector autoproclamado bastión de los pobres que había gobernado de forma ininterrumpida desde la independencia en 1947.
Pero tanto el izquierdista Frente Unido que asumió el gobierno tras esa derrota como el partido conservador e hinduista Bharatiya Janata, que lo sucedió en 1998, ampliaron las reformas trazadas por Singh.
Hoy, el Doctor Bueno, como suele llamarlo la prensa por sus impresionantes credenciales académicas, vuelve al asiento del conductor, esta vez como primer ministro luego de que la líder del Partido del Congreso, Sonia Gandhi, renunciara a la postulación el martes.
Resulta curioso que su ascenso sea resultado del malestar ciudadano con las reformas económicas impulsadas por Bharatiya Janata, que se limitó a profundizar el programa de privatizaciones, austeridad y captación de inversiones iniciado por Singh.
La consigna electoral de Bharatiya Janata, India brillante, sirvió para que muchos votantes se sintieran excluidos de los beneficios que las reformas efectuadas por el último gobierno prodigó sobre los más ricos.
Analistas afirman que el triunfo del Partido del Congreso en las elecciones celebradas en cuatro fases, entre abril y mayo, fue, en realidad, una derrota de Bharatiya Janata.
El Partido del Congreso, que gobernó durante 49 de los 57 años de historia de India, logró apenas una mayoría relativa, muy dependiente del respaldo de los partidos comunistas del Frente de Izquierda, que lograron la mejor votación de su historia.
Singh se deberá seguir un programa mínimo común puesto por el Frente de Izquierda como condición para su apoyo. Eso lo obligará a tomar decisiones económicas favorables a agricultores, obreros y empleados.
El próximo primer ministro prometió destinar cinco por ciento del producto interno bruto a la salud y seis por ciento a la educación.
Los pequeños granjeros que constituyen la columna vertebral de la economía agrícola india llevaron sobre sus espaldas el grueso del peso de las reformas. Tan es así que 8.000 agricultores se suicidaron en los cinco años de gobierno de Bharatiya Janata, asolados por las deudas.
El propio Singh ha admitido en reiteradas oportunidades que se le debe dar rostro humano a un proceso de reformas particularmente traumático para India, luego de muchos años de proteccionismo y tendencia a la autarquía.
Singh, nacido en 1932 en el poblado rural de Gah —en el actual territorio de Pakistán—, no necesita lecciones sobre la importancia de defender los derechos de los agricultores.
El hombre al que se ha considerado el padre de las reformas indias cuestionó el último presupuesto presentado por Bharatiya Janata porque se niega a atender problemas reales como la pobreza y el desarrollo agrícola..
Por otra parte, Singh no ha vacilado en oponerse a proveer energía eléctrica gratuita a los agricultores, como dispuso la semana pasada el gobierno del meridional estado de Andhra Pradesh, perteneciente al Partido del Congreso.
Singh se ha propuesto liberar el espíritu innovador y empresarial que siempre ha existido en India, a través de un programa de ajuste estructural creíble.
El próximo primer ministro, que asumirá con seguridad esta semana, profesa la religión sij, al igual que dos por ciento de los 1.000 millones de habitantes de India.
Nacido en una familia humilde, se graduó en Leyes y en Economía en las británicas universidades de Oxford y Cambridge y fue gobernador del Banco Central de India.