La vida de Thu Ha es una historia de infancia perdida y sueños destrozados. Desde que fue llevada a los 12 años desde esta ciudad fronteriza del noroeste de Camboya hasta la vecina Tailandia, sólo ha conocido el sufrimiento y la explotación.
Mi padrastro vietnamita me vendió a un matrimonio tailandés, y me llevaron al otro lado de la frontera. En Tailandia, trabajaba día y noche para esa pareja, cuidando a sus tres hijos y luego vendiendo rosas en bares, restaurantes y clubes nocturnos, relató.
Todas las noches les entregaba todo el dinero que obtenía vendiendo rosas. Si ganaba entre 500 y 700 bahts (entre 12,30 y 17,30 dólares), me dejaban comer. Si no, tenía que irme a la cama con hambre, agregó.
Los niños y niñas víctimas del tráfico son las víctimas más graves de la explotación laboral infantil, según un informe del Instituto de Población e Investigaciones Sociales de la Universidad de Mahidol, Tailandia, encargado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Los niños que viven en un país extranjero, con idioma y costumbres extraños, son fácilmente engañados y con frecuencia tratados como esclavos. En su aislamiento, no saben a quién acudir para pedir ayuda. No pueden emplear los canales normales, y con frecuencia enfrentan discriminación y persecución, dice el informe.
Para la OIT, un niño víctima de tráfico es uno reclutado y transportado de un lugar a otro a través de una frontera nacional, con o sin su consentimiento.
En el destino, el menor es obligado o semiobligado (mediante información engañosa) a realizar actividades en condiciones de explotación o abusivas, explica la organización.
No existen datos confiables sobre el tráfico de niños en la región del Mekong, que integran Camboya y Tailandia, pero el grupo Niños Trabajadores en Asia, con sede en Bangkok, estimó que unos 200.000 niños, niñas y adolescentes birmanos, laosianos y camboyanos han sido llevados a Tailandia para trabajar en burdeles, en la construcción o en talleres.
El grupo calculó también que 95 por ciento de los niños que mendigan en Tailandia son camboyanos.
Las recorridas de Thu Han por bares y restaurantes terminaron cuando fue detenida por la policía tailandesa y deportada junto a otros 235 camboyanos, 142 de ellos menores, el pasado marzo.
Después de su deportación, Thu Ha volvió a su casa en Poipet, pero luego de un tiempo sus padres la volvieron a enviar a Tailandia, esta vez con una vecina a la que llamaba abuela.
En Tailandia, con la abuela, mendigaba en la calle todo el día y ganaba entre 300 y 400 bahts (entre 7,40 y 9,90 dólares) diarios. Me sentía muy avergonzada si volvía con las manos vacías, porque éramos muy pobres, contó.
Un día, la abuela llevó a Thu Ha de regreso a su casa en Camboya. Lo que iba a ser una reunión familiar terminó en tragedia, porque el padrastro vietnamita de la niña la violó.
Después de la violación, la familia se desintegró y Thu Ha cruzó la frontera con Tailandia por tercera vez, en esta ocasión con su madre, y volvió a vender flores por los bares.
Azotada por décadas de guerra civil que terminaron a principios de los años 90, Camboya lucha por recuperarse. Pero muchos camboyanos todavía están sumergidos en la pobreza. Para ellos, el futuro ofrece poca esperanza en un país donde la expectativa de vida asciende sólo a 53 años y apenas 35 por ciento de la población es alfabeta.
Noventa por ciento de la población se gana la vida a duras penas en el campo, sembrado todavía de minas de tierra.
La falta de agua y la presencia de minas dificultan la actividad agrícola en Poipet. En esta ciudad fronteriza no hay grandes industrias, y por tanto hay pocos empleos disponibles.
No sorprende entonces que Tailandia sea vista como la tierra de las oportunidades para muchos camboyanos ansiosos de escapar del ciclo de pobreza en su país.
Las actuales oportunidades de empleo en Tailandia y las dificultades económicas y políticas en los países vecinos dirigen el flujo del movimiento migratorio, dice un estudio del Programa Internacional sobre la Eliminación del Trabajo Infantil (IPEC), afiliado a la OIT.
En el marco de una tendencia más regional, existen varias rutas de tráfico bien establecidas en la subregión del Mekong. Tailandia es el principal país receptor, agrega el informe.
La mayor parte del tráfico se realiza por tierra, a través de pasajes bien conocidos.
Poipet está frente a la localidad tailandesa de Aranyaprathet, en la provincia de Sakaeo. El cruce entre ambos centros poblados es fácil durante el día.
El estudio de IPEC señala que, debido al crecimiento económico de Tailandia, aumentó la tasa de inscripción escolar en ese país y menos niños están en el mercado de trabajo, pero aumentó la demanda de niños trabajadores extranjeros.
A algunos niños como Chamran, los viajes constantes entre Bangkok y la frontera tailandesa-camboyana, escapando de la policía, podrían convertirlos en traficantes a ellos mismos.
Chamran tenía 13 años cuando fue convencido por una mujer vietnamita de que la siguiera a Tailandia. Ambos viajaron a Bangkok, donde el niño trabajaba para la mujer vendiendo caramelos en la calle.
Pronto, la policía lo detuvo y lo deportó a Camboya, pero Chamran volvió a Bangkok. He viajado entre Poipet a Bangkok al menos cuatro veces. Voy por tierra de Poipet a Aranyaprathet, y de ahí, tomo el tren a Bangkok. Si veo policías o inspectores en el tren, me escondo en el baño o corro y me subo al techo del tren, explicó.
Chamran no sabe o no quiso decir el paradero de sus padres, y dice que su casa está en las calles de Bangkok. Con otros niños, mendigo, robo, vendo caramelos, fumo, me drogo y me divierto con videojuegos, contó.
Una de las estrategias comunitarias para prevenir la explotación laboral infantil es explicarles a los niños y a sus padres los riesgos que corren en una ciudad extranjera, y que las promesas de empleo y dinero de los intermediarios raramente se cumplen. Otro enfoque es el de la rehabilitación y reintegración de los niños una vez que regresan.
Pero la reintegración de niños que han sido forzados a la delincuencia no es fácil.
Esta gente ha sufrido violencia extrema en la guerra. Han visto la muerte, vivido en campamento de refugiados y luego en la pobreza y la suciedad, explicó un trabajador social de Poipet, que sólo quiso identificarse como Patrick.
No valoran su propia vida ni la de sus hijos. Para ellos, la vida es un ejercicio cotidiano de supervivencia, por eso es difícil cambiar sus costumbres, afirmó.
(*Vannaphone Sitthirath, de la Televisióni Nacional de Laos, escribió este artículo para el programa de IPS y la Fundación Rockefeller Nuestro Mekong: Una visión en medio de la globalizacióin).