AMBIENTE-DESARROLLO: Maíz transgénico crece en Mesoamérica

En Mesoamérica, donde el maíz se originó hace unos nueve mil años, Honduras es el único país que permite la siembra comercial de variedades transgénicas de esa gramínea. Allí, fuentes oficiales opinan que quienes rechazan esos cultivos lo hacen por desinformación o por creer que se relacionan ”con la brujería”.

Pero la batería de argumentos contra tal siembra es mucho más compleja, e incluye razonamientos científicos sobre los riesgos que puede implicar para los ecosistemas, la seguridad alimentaria y la cultura de la región.

Las variedades transgénicas ”sólo han generado beneficios” a Honduras, dijo a Tierramérica Francisco Gómez, uno de los portavoces del estatal Instituto de Información Agropecuaria de ese país, que en 2003 autorizó la siembra comercial del cereal.

Cerca de 2.000 de las 350.000 hectáreas hondureñas dedicadas al maíz están ocupadas por variedades genéticamente modificadas.

La oposición a esos cultivos se debe a desinformación y a que ”mucha gente cree que lo transgénico tiene relación con la brujería”, pero ”lo único que hacemos es acelerar y mejorar las producciones”, sostuvo Gómez..

En México, donde hay un amplio debate sobre el tema, la brujería no ha sido ciertamente uno de los argumentos esgrimidos.

En este país, la controversia viene subiendo de tono desde 2001 cuando se reportó que maíz transgénico, que por una ley de 1999 no puede cultivarse, contaminó a su pariente natural.

Para gran parte de los habitantes de Mesoamérica, la gramínea es un ingrediente básico de la dieta, y tradiciones prehispánicas sostienen que fue usada por los dioses para hacer al primer hombre.

En México, el maíz se cultiva cada año en cerca de ocho millones de hectáreas, 60 por ciento de ellas de pequeños agricultores que lo siembran para su consumo y el de sus familias.

Por considerar que a la contaminación del maíz es un asunto de vital importancia, la Comisión de Cooperación Ambiental de América del Norte (CCA) decidió en 2002 iniciar una amplia investigación al respecto, cuyos resultados se esperan para junio.

Sin embargo, aún no se sabe si los gobiernos socios de la CCA, Canadá, Estados Unidos y México, harán públicas esas conclusiones.

”El problema de la introducción de variedades transgénicas en regiones de diversidad genética es que las características de los granos genéticamente modificados se extienden hacia las variedades locales que los pequeños productores suelen sembrar y ello podría diluir la sustentabilidad natural de estas razas”, señala uno de los informes preliminares de la Comisión.

Otro elemento a considerar es que el maíz transgénico cuenta con toxinas para repeler plagas, que podrían ”desplazarse a través de las cadenas alimenticias de los insectos, y ello entraña graves implicaciones para el control biológico natural en los campos de cultivo”, apunta.

El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente también ha tomado en cuenta el caso del maíz mexicano. En el informe ”GEO América Latina y el Caribe 2003”, se refiere al asunto para mencionar las ”posibles consecuencias ambientales de la contaminación transgénica”.

Según las transnacionales que producen semillas transgénicas, su uso enriquecerá las variedades nativas de maíz sin afectar el ambiente.

Uno de los asuntos que más preocupa a los ambientalistas es que las patentes de maíz y otros transgénicos desarrollados con propósitos comerciales pertenecen a un puñado de transnacionales, a las que los campesinos deben pagar si no desean ser demandados.

La agricultura de pequeños productores latinoamericanos abastece 40 por ciento del consumo doméstico y es la responsable de 51 por ciento de la producción de maíz, 77 por ciento de la de frijol y 61 por ciento de la papa.

En Guatemala, país clave en el origen del maíz junto con México, se prohibió desde 1998 la experimentación, el cultivo y la importación de variedades genéticamente modificadas.

”La prohibición se justifica porque al usar polinización un transgénico puede mezclarse con variedades nativas” y generar una situación difícil, dijo a Tierramérica el agrónomo Salvador Sandoval, de la estatal Area de Fitozoogenética de la Unidad de Normas y Regulación del Ministerio de Agricultura y Ganadería de Guatemala.

Ese país dedica a producir maíz unas 60.000 hectáreas, insuficientes para cubrir la demanda interna, y cada año importa unos 11,5 millones de toneladas del grano. Situaciones similares se presentan en toda América Latina y el Caribe.

La región compra cerca de 90 por ciento de la producción de maíz de Estados Unidos, el mayor productor mundial, y un tercio de los cultivos estadounidenses del grano son transgénicos, pero llegan a América Latina sin etiquetado que lo indique a los consumidores.

Investigaciones mexicanas indican que la contaminación del maíz nativo pudo deberse a polinización accidental, que quizás haya ocurrido también en otros países mesoamericanos.

El maíz es un cultivo de polinización abierta, y se sabe que el flujo genético ocurre con facilidad entre plantas de espacios cercanos. Durante siglos, los campesinos han aprovechado eso para cruzar maíz cultivado con parientes silvestres o malezas.

En Costa Rica, donde se permite desde inicios de los años 90 la producción de semillas transgénicas de maíz con fines exclusivos de exportación, no hay evidencia de contaminación, dijo a Tierramérica Alex May, de la Comisión Nacional de Bioseguridad del Ministerio de Agricultura y Ganadería. Ese país dedica unas 18.000 hectáreas al maíz, e importa anualmente de Estados Unidos unas 70.000 toneladas de la gramínea.

El científico mexicano Luis Herrera, a quien se considera uno de los padres de la biogenética, sostiene que a pesar de todo el debate en curso, la introducción de los transgénicos es irreversible en el mundo.

Lo que los países deben hacer es controlar, usar y desarrollar su propia versión de transgénicos, mientras continúan impulsando las tecnologías tradicionales, opina.

* Con aportes de Jorge A. Grochembake (Guatemala) y José Eduardo Mora (Costa Rica). (

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