El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, acaba de reiterar que el Mal es Osama bin Laden, no el derrumbe de la democracia consumado este domingo en Haití, ni el maremoto anunciado para Venezuela.
Pero los dos países de América, el mismo continente de Bush, viven una amenaza tangible: el colapso de democracias acosadas por la pobreza y los complots.
Haití y Venezuela, Jean-Bertrand Aristide y Hugo Chávez son los nombres, hoy, de democracias derrotadas o bajo asedio.
Seguramente Aristide y Chávez son merecedores de duras críticas, pero la experiencia demuestra que la competencia nunca fue requisito indispensable para gobernar en esta zona del planeta.
En ambas naciones, una oposición política que no pudo ganar elecciones se une contra el gobierno mezclando alegremente a auténticos demócratas, elites empresariales y financieras, golpistas, corruptos y hasta miembros de grupos paramilitares.
En los dos países, los presidentes fundamentaron su poder en el apoyo de masas empobrecidas, habitantes de barrios fangosos e insalubres como la Cite Soleil de Puerto Príncipe, o la Charneca de Caracas.
Mientras Aristide vive hoy el primer día de un nuevo exilio, dejando un país devastado por la pobreza y más de 80 muertes en las últimas semanas, Chávez parece estar mucho más firme en el poder, con un apoyo organizado y aparente respaldo militar.
Aristide, adalid de la democracia contra la dinastía de la familia Duvalier, no pudo sostener, en el poder, los cambios que propuso. Aunque en sucesivos actos electorales la voluntad popular estuvo de su lado, otros factores lo debilitaron hasta dejarlo solo.
Las tropas de Estados Unidos, Francia y Canadá que llegaron a restaurar el orden tras la renuncia de Aristide el domingo, parecen la única respuesta de la comunidad internacional para defender la democracia, y a menudo sólo cuando el incómodo presidente electo ya no está.
Ahora muchos en el Caribe y en el resto de América se preguntan hasta dónde están vigentes los compromisos democráticos de la OEA (Organización de Estados Americanos).
Aristide fue el primer presidente democráticamente electo de Haití. Su partido Lavalas ganó las elecciones de 1990, 1995 y 2000 por mayorías abrumadoras. A poco de asumir su primer mandato, fue derrocado por un sangriento complot militar.
Cientos de víctimas cayeron en esa dictadura, hasta que en 1994, harto del constante flujo de haitianos que huían del terror, Washington se resolvió a intervenir con tropas y a restaurar a Aristide en el poder, pero obligándolo a considerar los años de dictadura como parte de su período presidencial.
A diferencia de Iraq, en Haití los soldados estadounidenses fueron recibidos en 1994 con cánticos y flores. En los muros de Puerto Príncipe, donde se escriben las noticias como historietas multicolores de arte naif, aparecieron helicópteros sobrevolando palmas, y un negro diminuto rodeado de gigantes blancos.
Y escrito en creole: "Vive Aristide, Vive Mangé" (Viva Aristide, Viva la Comida).
Pero Aristide volvió sin "mangé". Los compromisos que se vio obligado a asumir con el Fondo Monetario Internacional debilitaron no sólo la agricultura de subsistencia, sino el único producto alimentario del país, el magnífico arroz de Artibonite.
Más de la mitad de los 8,4 millones de haitianos están desnutridos y el arroz estadounidense reemplazó al propio. La ayuda prometida por Washington llegó primero en cuentagotas y cesó luego paulatinamente, como una soga ajustada al cuello del gobierno, a medida que los reclamos opositores se hacían oír.
La mayoría de los problemas seguían vigentes: el ejército fue disuelto pero no desarmado. Y los intentos de llevar a la justicia a los principales criminales y violadores de derechos humanos fueron infructuosos.
Varios de ellos escaparon a la vecina República Dominicana y ahora han regresado muy bien armados (mucho mejor que los 5.000 policías que debían proteger la democracia y la seguridad pública).
Guy Phillipe, al que hoy la prensa mundial llama líder de los insurgentes, es un antiguo jefe de policía que condujo el fallido golpe de Estado de diciembre de 2001, cuando ex militares armados ingresaron a la sede de gobierno matando a 12 personas.
Los grupos armados ilegales nunca dejaron de existir. Y los asesinatos políticos de oficialistas y opositores fueron una práctica corriente. Muchos seguidores del presidente se desilusionaron de su gestión y cruzaron a la vereda de enfrente.
Entre los opositores a Aristide hay antiguos duvalieristas y, por supuesto, toda la elite empresarial, los pocos pero poderosos haitianos ricos.
Fue la oposición política la que rechazó decenas de propuestas de la OEA para solucionar la crisis iniciada en 2000 por el cuestionamiento a la elección de ocho senadores oficialistas.
En las últimas semanas, mientras una ola de violencia iba tomando ciudad tras ciudad, caían en saco roto los intentos de solución pacífica, encabezados por la Comunidad del Caribe (CARICOM).
Si la comunidad internacional se niega a actuar y a hacerlo rápidamente, estaremos condonando el intento de derrocar a un gobierno por la fuerza, clamaba el jueves ante el Consejo de Seguridad de la ONU el ministro de Relaciones Exteriores de Bahamas, Frederick Mitchell.
Hasta ese día, Haití había vivido 32 golpes de Estado, recordó.
La ONU (Organización de las Naciones Unidas) se tomó tiempo para resolver, lo justo para que el presidente cayera.
Aristide se aferró a lo que le quedaba: Terminaré mi mandato constitucional, decía.
La oposición civil apostó al peligroso juego de rechazar cualquier arreglo. Quería el derrocamiento de Aristide. Y las bandas de Phillipe y de Louis Jodel Chamblain, líder paramilitar convicto por asesinato, estaban haciendo su trabajo, mientras mataban policías y abrían las cárceles de cada ciudad que tomaban.
Washington adhirió al juego: dejar que el avance rebelde acabara con el gobierno, mientras balbuceaba un discurso contrario al cambio de régimen.
¿Acaso esto no recuerda lo ocurrido en abril de 2002 en Venezuela, cuando empresarios, políticos y algunos militares sacaron de en medio a Chávez y nombraron un gobierno encabezado por el empresario Pedro Carmona, que apenas sobrevivió unas horas?
El ex presidente Carlos Andrés Pérez, condenado por corrupción y escapado a Miami, decía a las cadenas internacionales de televisión que estaba haciendo sus valijas para regresar.
Mientras, su amanuense Daniel Romero (devenido en flamante procurador general) leía por televisión el primer decreto del efímero gobierno de Carmona y le tomaba juramento.
Poco duró la pantomima. Chávez conservaba el control del grueso de las Fuerzas Armadas, y una masa de gente en las calles forzó su regreso al palacio de Miraflores desde la isla de la Orchila, donde estaba arrestado.
Pero lo notable fue la luz verde inicial de Washington al golpe, y su posterior paso atrás ante la indignación latinoamericana, que acompañó con un intento de responsabilizar del acto golpista al propio derrocado.
Esperamos que Chávez haya aprendido la lección, dijo por entonces Condoleezza Rice, la consejera nacional de Seguridad de Bush.
Ahora Aristide ya no está y en Venezuela los disturbios y manifestaciones acompañan un complicado proceso de recuento de firmas para poner a referendo la continuación de Chávez en el poder.
El mecanismo, una rareza constitucional en América y en el mundo, fue introducido por la carta magna impulsada por el propio presidente, abriendo inusitado espacio a la democracia directa. (