Inusuales mugidos se oyen por las noches en las lagunas del andino estado de Mérida, al sudoeste de Venezuela. No se trata de vacas insomnes, ni del ulular del viento entre arroyos y árboles, según comprueban ambientalistas, campesinos de esas frías laderas y cualquier paseante.
La búsqueda de profesores y estudiantes de biología de la Universidad de Los Andes detectó al causante: un anfibio de color marrón amarillento, de aproximadamente 23 centímetros de largo y que puede pesar más de un kilogramo.
La rana catesbeiana, más conocida como rana toro (en inglés, bullfrog), porque emite sonidos similares a un mugido, es originaria del este de Estados Unidos y se sabe de su existencia en Mérida desde hace por lo menos cuatro años. Se ignora cómo llegó a Venezuela.
Las voraces ranas toro devoran desde insectos hasta sus propios congéneres, y se reproducen en forma prolífica. En la región andina ya hay centenares de miles que amenazan la existencia de especies propias del lugar, como pájaros, serpientes pequeñas, tortugas y algunos roedores.
”Aún no ha causado grandes daños, pero puede hacerlo”, dijo a IPS la especialista en ecología animal Amelia Díaz, de la Universidad de Los Andes, quien ha realizado estudios sobre el batracio para la venezolana Fundación Bullfrog.
La introducción ilegal de especies foráneas y su diseminación por manejo imprudente son problemas graves en América Latina y el Caribe. Uno de los casos emblemáticos es el del pez tilapia, natural de África, registrado al igual que la rana toro en la lista de 100 especies exóticas invasoras más peligrosas, elaborada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Algunos países de la región han aprovechado económicamente el cultivo de ese pez de sabrosa carne. Entre ellos se cuentan Argentina, Brasil y México, que han establecido controles en la reproducción y delimitación de espacios para su desarrollo.
El Banco Interamericano de Desarrollo calcula que la producción de tilapias en América ”alcanzará unas 500.000 toneladas anuales antes de 2010, duplicándose a un millón de toneladas antes de 2020”.
Sin embargo, la especie ha impactado el ambiente, pues sus excrementos contaminan las aguas, y ”la rápida reproducción de la especie le da ventaja frente a otras”, señaló a IPS Eddy Solórzano, de la Oficina de Diversidad Biológica del Ministerio del Ambiente venezolano.
Han sido también emblemáticos los casos de la introducción en Colombia de la trucha llamada arcoiris, originaria de las costas del Pacífico, y de la introducción en Argentina del castor canadiense.
Algunos estudios en Colombia han atribuido a la trucha arcoiris responsabilidad directa en la extinción del pez ganso y de las aves acuáticas cira y ”pico de oro”.
El castor canadiense, de casi un metro de largo y que puede pesar de 12 a 20 kilogramos, ha contribuido a la destrucción de árboles, al comer cortezas, ramas, hojas y algunos frutos, y desvía cursos de agua de sus cauces naturales, con su típica construcción de represas de troncos que crean lagos artificiales.
Un caso particular fue el de la importacion legal a Brasil en 1956 de algunas abejas reinas africanas, para mejorar la calidad de las europeas en sus apiarios.
Las características más peligrosas de esos animales resultaron dominantes en las cruzas, y al año siguiente escaparon 26 reinas y sus respectivos enjambres que se digieron hacia el norte y el noroeste, expandiéndose hasta llegar en los años 80 a América Central.
Por el camino quedaron centenares de personas muertas o severamente afectadas por las picaduras de los agresivos enjambres, muchas veces familias campesinas que perdieron a un niño o un labriego además de vacas, cerdos o aves de corral. Incontables ejemplares de fauna silvestre también sucumbieron a los ataques de los himenópteros.
La rana toro está lejos de causar tales desastres, pero para las autoridades de Venezuela ”es muy importante evitar que se extienda, pues el ecosistema de los Andes es frágil”, afirmó Solórzano.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente reconoce como amenaza a la biodiversidad de la región ”la presión de las especies exóticas sobre las nativas y sus hábitat”.
En Venezuela la introducción ilegal de especies está penada por leyes ambientales con tres meses a un año de prisión y multas de 1.500 a 5.000 dólares (de 10 meses a casi tres años de salario mínimo).
Un ejemplar de rana toro puede poner de 50.000 a 70.000 huevos. En un área entre montañas que alberga una laguna, de unas decenas de kilómetros cuadrados entre los poblados merideños de Jají y La Carbonera, la Fundación Bullfrog calculó que había unos 600.000 de esos batracios, que fueron reducidos a un tercio o un sexto.
Eso se logró mediante el trabajo de equipos provistos de redes y mallas, y al eliminar vegetación que servía de refugio a las ranas toro.
La búsqueda sigue, y hay recompensas. Sesenta centavos de dólar ha pagado el Ministerio del Ambiente por cada hembra cazada, 30 centavos por cada macho y 20 centavos por kilogramo de renacuajo.
¿Cómo cazarla? Los campesinos, especialmente los muy jóvenes, apelan a una de sus armas tradicionales, económicas y hasta ecológicas: pequeñas hondas con las que lanzan pedruscos para liquidar al parduzco batracio.
En otros países de la región, es posible que algunos consideren un desperdicio escandaoso tantos esfuerzos contra la rana toro, que se cría comercialmente en Argentina, Brasil, Cuba y México, para vender a restaurantes sus apetitosas ancas.
En Estados Unidos, la rana viva se cotiza aproximadamente a 5,.5 dólares por kilogramo, y la carne congelada a unos 10 dólares por kilogramo.
Pero ningún avezado criador se ha instalado aún en Mérida, y en cambio continúa la lucha, auscultando mugidos, para contener la invasión de la rana estadounidense.