”Dignity Return” es una marca de ropa que lucha por hacerse su lugar en la industria tailandesa de la vestimenta, compitiendo con nombres mundialmente reconocidos como Nike y Levis. Pero también es sinónimo de esperanza.
La marca estampada en camisetas y vinchas, que significa en español ”devolución de la dignidad”, transmite el espíritu de los 30 hombres y mujeres que se agruparon para establecer una fábrica pequeña pero de gran valor simbólico, porque en ella se respeta, ante todo, la dignidad de los trabajadores.
El taller de confección contrasta con los lúgubres galpones que proliferan en la zona industrial de las afueras de Bangkok, donde se hacinan trabajadores en régimen de semiesclavitud.
Fundada hace menos de un año, la fábrica capta el sentido de unidad de los trabajadores ya desde su nombre: ”Grupo Solidaridad”, que promoverá su estilo de ”capitalismo amigo de los trabajadores” en el Foro Social Mundial que comienza este viernes en Mumbai (ex Bombai), India.
El Foro es un encuentro anual de organizaciones no gubernamentales, otros grupos e individuos críticos del actual orden económico y político internacional. Su lema es ”otro mundo es posible”.
Kanchana Wongpan y Sunee Narmso, dos mujeres jóvenes procedentes del noreste de Tailandia, la región más pobre del país, disfrutan las horas que pasan frente a la máquina de coser produciendo prendas con la marca Dignity Return y ropa infantil.
”Trabajar aquí es muy diferente que en otras fábricas donde he trabajado antes. Aquí no hay explotación ni abusos, por eso este lugar es único”, manifestó Sunee.
Para empezar, el taller ”pertenece por completo a los trabajadores” y ”éstos pueden expresar sus opiniones e involucrarse en las decisiones de la empresa”, explicó Kanchana.
Entre los detalles que diferencian a la fábrica de las otras 2.641 de Tailandia es que sus trabajadores no tienen que usar uniforme y pueden escuchar música, el ambiente es aireado, y las paredes están adornadas con afiches que celebran los derechos laborales.
”Demostremos a los capitalistas que la solidaridad mundial de los trabajadores es real”, reza un afiche.
El taller fue establecido en marzo de 2003 luego de que un conflicto de tres meses entre la mayoría de los miembros del Grupo Solidaridad, entre ellos Kanchana y Sunee, y los propietarios de la fábrica de ropa para la que habían trabajado hasta fines de 2002.
Esa fábrica había quebrado por mala administración y más de 800 trabajadores quedaron en la calle sin aviso ni promesa de compensación.
Posteriormente, los trabajadores se unieron para instalar su propia fábrica. Para eso, precisaron créditos de distintas fuentes, entre ellas el Ministerio de Trabajo y amigos personales. Algunos equipos, incluso máquinas de coser, son prestados.
”Nos llevará unos dos años reembolsar los préstamos, y entonces la fábrica será realmente nuestra. Estamos tratando de aumentar nuestra base de clientes. Ochenta por ciento del trabajo que hacemos es como subcontratistas”, explicó Manop Kaewphaka, encargado de la comercialización.
Todos los miembros del Grupo Solidaridad cobran el mismo salario de 4.500 baths mensuales (unos 110 dólares) y trabajan la misma cantidad de horas seis días a la semana.
”No tenemos gerente aquí, pero tres personas han sido encargadas del control de calidad. Las decisiones se toman en reuniones regulares”, agregó Manop.
”Este emprendimiento único demuestra al sector empresarial que los trabajadores son capaces de manejar sus propias fábricas de manera satisfactoria”, dijo a IPS la activista de los derechos laborales Junya Yimprasert, fundadora de Campaña Tailandesa por los Trabajadores, un grupo con sede en Bangkok.
”Es un desafío a la explotación… Estos trabajadores están demostrando que una alternativa es posible, aunque los capitalistas no aprueben esta idea”, agregó.
La explotación en los talleres de confección ha sido una característica de Tailandia por muchos años, afirmó Wichai Narapaiboon, funcionario del nuevo Museo Tailandés del Trabajo. ”Cuanto menor es la tecnología en las fábricas, mayor es la explotación”, sostuvo.
Con frecuencia, los trabajadores no conocen sus derechos y por lo tanto no pueden reconocer la explotación a la que están sujetos. ”Esto se agrava porque las leyes nacionales no protegen a los trabajadores que intentan formar sindicatos en sus fábricas”, afirmó Narapaiboon.
Actualmente, hay unos 40.460 trabajadores en la industria tailandesa de la vestimenta. Otros 65.000 trabajan en 741 hilanderías, y 118.520 en fábricas de tejidos.
En 2002, el valor de las exportaciones de textiles e indumentaria de Tailandia sumó 2.980 millones de dólares, según un estudio realizado por Junya.
Kanchana y Sunee saben que el camino que empezaron es riesgoso. ”Pero si esta fábrica tiene éxito, nos sentiremos orgullosos, porque habrá sido por nuestro propio esfuerzo”, dijo Kanchana.
Sunee espera que otros trabajadores se animen a establecer sus propias fábricas. (