Estuvo en el infierno y aún siente el impacto de un viaje que para muchos no tiene retorno. ”A veces hablo demasiado o camino muy rápido sin darme cuenta de lo que hago”, dice Yosmany, un ex drogadicto cubano de 36 años.
Su historia de consumidor comenzó a muy temprana edad. Primero fue la marihuana, luego los psicofármacos y más tarde las llamadas drogas duras. A los 22 o 23 años ya era un adicto a la cocaína y para conseguirla no se fijó en detalles.
Conversamos en un parque de La Habana Vieja, donde en los últimos años comenzaron a menudear las ofertas de droga a turistas extranjeros. Mientras habla, mantiene la mirada fija en un punto lejano. Su esposa lo escucha en silencio.
”Aprendí a falsificar recetas para comprar en la farmacia un medicamento cuyo efecto es parecido, si se toman muchas dosis, al del éxtasis (droga sintética psicoactiva). Da mucha energía, puedes estar hasta cuatro días sin dormir, bebes alcohol como si fuera agua”, cuenta.
Pero la resaca es mortal, según este hombre que sólo se identifica como Yosmany y se hace acompañar siempre de su esposa, quien, cual ancla en el fondo marino, le ayuda a pisar tierra firme.
”Cuando el efecto de las pastillas pasa, es como si te molieran en una maquinita, (pues aparecen) dolores en los huesos, en las piernas. Puede darte un paro cardíaco, quedarte loco. Yo sabía todo lo que sucedía, pero me gustaba drogarme, para sentirme otro”, confiesa.
Según afirma, la cocaína ”comenzó a caer” en Cuba por Varadero, el principal balneario del país y situado a unos 140 kilómetros de La Habana. ”Eso fue antes del fusilamiento de (Arnaldo) Ochoa”, recuerda.
En 1989, la población cubana asistió estremecida al proceso seguido contra el ex general Ochoa y otros oficiales de los institutos armados por su participación en operaciones de tráfico de drogas y otros delitos que pusieron en peligro la seguridad nacional.
Ese sonado caso concluyó con cuatro condenas a muerte, entre ella la de Ochoa, seis a 30 años de cárcel, tres a 25 años y una a 10 años de privación de libertad. ”A mi me dieron una lucecita de lo que podía suceder y me fui de Varadero”, asegura Yosmany.
Pero fue un ”retiro” momentáneo. ”Es muy malo estar enganchado con la cocaína, pues cuando no la tienes te vuelves como loco. Uno es capaz de robarle al hermano, a los padres. Hice muchas locuras, algunas de las cuales pagué con cárcel”, relata.
Traficó y consumió droga hasta 2000 y ahora se considera una persona ”curada” de todo vicio. ”El amor a mi esposa, a mi familia, me ayudaron, al punto que hoy me puedes poner dos kilogramos de cocaína delante y a mi no me interesa”, asegura.
En enero de 2003, el gobierno cubano de Fidel Castro reconoció por vez primera la existencia de un ”incipiente” mercado interno de expendio y consumo de droga. En consecuencia, emprendió una ofensiva sin precedentes contra ese problema.
Pero el ”uso indebido de drogas muestra índices crecientes, aunque discretos en comparación con otras naciones”, se alertó en el decreto-ley de enero del año pasado que añadió la confiscación de viviendas y predios a las severas sanciones penales con que se castiga el narcotráfico.
A fines de agosto, fuentes oficiales informaron que en los primeros seis meses del año habían sido incautadas cuatro toneladas de droga y estaban en curso unos 1.000 expedientes penales por tráfico de estupefacientes en el país.
El mayor volumen confiscado fue de marihuana, con casi 3.500 kilogramos, cerca de media tonelada correspondía a cocaína y el resto pequeñas cantidades de otras drogas, según el recuento del Ministerio del Interior citado por el oficial diario Granma.
Aunque no escrito en la prensa cubana, el anecdotario popular era rico en detalles sobre los escondrijos de narcóticos detectados durante los operativos policiales, acompañados de cierres de calles, entradas sorpresivas de las tropas especiales y registros en viviendas.
Según los rumores surgidos en el marco de esos operativos, lo mismo aparecía cocaína prolijamente guardada en huevos de gallina, enmascarada como pintura de una blanca pared o como relleno de inocentes caramelos que llamaron la atención de la policía porque se vendían sólo a adultos.
”Creo que demoraron en iniciar esa operación. Tal vez dejaron que pasara el tiempo para tener pruebas, pero yo creo que para estas cosas no se espera hasta el último momento”, reflexiona Osmany.
A su juicio, se estaba escondiendo el problema, pues había un mercado para la droga ”desde antes del caso Ochoa”, que creció con el auge del turismo internacional y el levantamiento de la prohibición, en 1993, de tenencia de dólares a los ciudadanos cubanos.
”Claro, el problema es menor que en otros lugares, porque este país está controladito, pero no hay que olvidar que la droga no tiene fronteras”, remata Yosmany, quien dice ”aplaudir” la represión antinarcóticos.
”Los que están en ese negocio ”son asesinos, incluyéndome a mi mismo, que no deben andar sueltos”, concluye.
A un año de la operación denominada ”Coraza popular”, alrededor de 60 cubanos y extranjeros involucrados en tráfico ilegal de drogas tóxicas en esta isla caribeña habían sido juzgadas y sancionadas con penas que van de 10 años de cárcel hasta la prisión perpetua.
En tanto, el tema del consumo dejó de ser tabú en los medios estatales de prensa, que comenzaron a publicar testimonios parecidos a los de Yosmany y menudean en exhortaciones a no caer en la tentación.
La campaña es parte del ”Programa Nacional Integral de prevención”, puesto en vigor en agosto de 1999, que involucra a instituciones estatales, organizaciones sociales y a la familia en el esfuerzo de impedir la propagación del problema.