Una década después de que el EZLN irrumpió en el escenario mexicano empuñando las armas, los indígenas zapatistas de las selváticas montañas de Chiapas ya no piden ni exigen, sino que ejercen sus derechos a través de las juntas de buen gobierno.
Considerada por algunos la última de las guerrillas del siglo XX o la primera del XXI, surgió el 1 de enero de 1994, cuando entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte entre Estados Unidos, Canadá y México, promovido como pasaporte del socio latinoamericano al primer mundo.
Al despuntar el nuevo siglo, algunos analistas y críticos señalaron el virtual declive de su líder, el subcomandante Marcos, y del proyecto político que encarnó con diversas y muy publicitadas acciones internacionales.
Paralizadas las negociaciones de paz con el gobierno desde 1996, las banderas zapatistas de autonomía y reconocimiento de derechos indígenas parecían disolverse en el silencio. Pero el EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) dio un giro inesperado.
En agosto de este año, los ”Aguascalientes”, centros de reunión política y cultural que funcionaron desde 1994, murieron para dar vida a los ”Caracoles”, nueva división geográfica de 33 municipios chiapanecos bajo control del EZLN y emblema de la lucha por la autonomía indígena, donde las autoridades ”mandan obedeciendo”.
Así comenzó una nueva forma de lucha política por la democracia, la libertad y la justicia, proclamada por el EZLN cuando en el primer minuto de 1994 declaró la guerra al gobierno del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari (1988-1994).
El sudoccidental estado de Chiapas es uno de los de mayor proporción de población indígena y el más pobre, aunque posee grandes riquezas petroleras y gasíferas.
La principal lección aportada por el zapatismo fue la continuidad y resistencia de un movimiento singular, dijo a IPS el escritor e historiador Carlos Montemayor, autor de ”Guerra en el paraíso”, novela que narra el exterminio en la década de 1970 de otra guerrilla mexicana comandada por el maestro rural Lucio Cabañas.
La preservación de esta organización rebelde en los años 90 contribuyó a reconfigurar los temas del debate nacional, incluyendo en la agenda la situación de los pueblos indígenas.
También incentivó la incorporación de la sociedad civil a la toma de decisiones en la vida política y social, señaló Montemayor, destacado estudioso de los movimientos armados en México.
La creación de los Caracoles, uno de los de mayores proyectos del grupo insurgente que combatió apenas diez días y casi sin armas contra las Fuerzas Armadas, fue la respuesta pacífica del EZLN al incumplimiento de los Acuerdos de San Andrés sobre Derechos y Cultura Indígena, firmados en febrero de 1996 con el gobierno.
La proclamación de autonomía en una treintena de municipios pretende consolidar el autogobierno y la implementación de un programa propio en materia de salud y educación, bajo la mirada vigilante de las milicias, aún armadas.
Esas primeras acciones para forjar un poder alternativo mediante las juntas de buen gobierno responden a las tradiciones de comunidades indígenas mexicanas y, en general, siguen la tendencia de gobiernos locales aborígenes en otros países latinoamericanos, como Ecuador o Colombia.
Se trata del reconocimiento de una antigua forma de organización, señaló Montemayor, también autor de ”Las armas del alba”.
Desde otra perspectiva, la instalación de los Caracoles ha sido interpretada como un desafío al gobierno y una burla al Estado de derecho, sobre todo desde sectores políticos.
Pero Montemayor recordó que el Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ratificado por México, establece el reconocimiento y protección de los valores y prácticas sociales, culturales, religiosas y espirituales.
Para el logro de ese objetivo, se requiere preservar las instituciones autóctonas tradicionales, que durante siglos permitieron la permanencia de comunidades con sus rasgos de identidad. Y, más aun, sobrevivieron en un medio adverso, destacó.
El EZLN logró en 10 años ir más allá de la lucha armada y mantuvo su proceso de organización en asuntos civiles y culturales, opinó el escritor.
Sin embargo, no se vislumbra en el futuro inmediato la reanudación de un diálogo con el gobierno con miras a sellar la paz, añadió.
En septiembre de 1996, siete meses después de firmados los Acuerdos de San Andrés, el EZLN resolvió abandonar las conversaciones de paz, que se habían extendido por casi un año y medio. Y en 1997 anunció que no reanudaba el diálogo mientras no se cumplieran los compromisos suscritos.
Tras la asunción en 2000 del primer gobierno ajeno al Partido Revolucionario Institucional en 70 años, la aprobación de una ley indígena en 2001 se erigió como uno de los principales escollos para la reanudación del diálogo.
Según el historiador, esa legislación no recoge el espíritu de los Acuerdos de San Andrés e incorpora en forma parcial y distorsionada algunos conceptos y derechos consignados en el Convenio 169 de la OIT.
La ley determina que el reconocimiento de pueblos y comunidades indígenas corresponde a las constituciones y leyes estaduales, y no al plano federal.
Entre otros aportes zapatistas se encuentra la convocatoria, en 1996 y en 1997, de los Encuentros por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, que convirtieron al EZLN en el primer organizador de la campaña mundial contra la globalización económica.
Los pomposamente llamados ”encuentros intergalácticos” fueron antecedente directo de la ola de protestas que comenzó a recorrer el mundo en 1999, con la fallida conferencia de la Organización Mundial del Comercio celebrada en la noroccidental ciudad estadounidense de Seattle.
Aunque la militarización de las zonas zapatistas continúa, así como las bandas paramilitares y las amenazas de desalojo a pobladores de bastiones del EZLN, como la reserva de la biosfera de Montes Azules, los insurgentes celebran con gran despliegue los diez años de vida pública del movimiento.
Los festejos comenzaron en noviembre, junto con una campaña nacional para explicar el pensamiento y las razones del levantamiento armado, una historia que tiene en verdad 20 años, desde la fundación del EZLN en noviembre de 1983, a cargo de cinco hombres y una mujer en el corazón de la selva Lacandona.
El acto principal de los festejos fue la presentación del libro ”20 y 10, el fuego y la palabra”, de la periodista mexicana Gloria Muñoz, que narra la vida en las comunidades zapatistas y los orígenes del movimiento.
Mientras, el subcomandante Marcos, quien enfundado en un pasamontañas negro sedujo a buena parte de la sociedad mexicana y de la ”intelligentsia” izquierdista internacional, ha dicho que lamenta el crecimiento de su figura dentro y fuera del país, y parece haber optado por el bajo perfil.
De hecho, ni siquiera apareció en los actos de inauguración de los Caracoles y está claro que ya no controla el movimiento.
Con todo, la persistencia del EZLN no ha movido un ápice la situación de pobreza de los indígenas mexicanos, que suman 10 millones en este país de 100 millones de habitantes. La diferencia es que ahora tienen esperanza y dignidad, sostiene la comandancia rebelde.
Según datos oficiales de más de 62 pueblos que forman el mosaico multiétnico mexicano, Chiapas es el tercer estado con más población autóctona mayor de 15 años sin educación primaria (39,8 por ciento), detrás del septentrional Chihuahua, con 40,8, y de Guerrero, en el sur, con 45,4 por ciento.
El presidente Vicente Fox, quien antes de asumir el poder en 2000 prometió acabar con el conflicto chiapaneco en ”15 minutos”, se esfuerza ahora por ignorar el asunto y destaca que en ese estado ”las cosas están en paz y todo el mundo está trabajando, afortunadamente”.