María Lionza, deidad de la segunda religión de Venezuela, emerge de los profundos bosques y aguas que protege, según sus fieles, desde los tiempos de la conquista española, para ser el centro de un áspero debate cultural.
Hace medio siglo que una estatua de hormigón de esa diosa protectora de la naturaleza, que la muestra como una musculosa mujer desnuda a caballo sobre una danta (tapir), que eleva al cielo una pelvis femenina, símbolo de fertilidad, domina desde una franja de césped la principal autopista de Caracas.
Pero Freddy Bernal, alcalde del municipio Libertador, que abarca dos tercios de la capital, acogió un pedido de instituciones culturales y decidió que la estatua, en riesgo de deterioro irreversible, será trasladada el año próximo a la céntrica Plaza Venezuela, a unos 500 metros de su actual emplazamiento.
La escultura, de tres metros de altura más dos de pedestal, ha recibido durante décadas tributos de los creyentes, en forma de coronas, guirnaldas y pequeños ramos de flores, que se colocan ante ella sobre todo de madrugada, cuando es menor el tránsito automotor a los costados del emplazamiento.
Pero, también durante décadas, el tránsito diario de decenas de miles de automóviles, camiones y autobuses ha causado manchas y resquebrajaduras en el pedestal y la estatua, que están al borde del colapso.
Hemos decidido evitar el deterioro de este ícono emblemático, restaurarlo y reubicarlo. Irá a un nuevo pedestal sobre la fuente de la Plaza Venezuela, anunció Bernal, un seguidor del presidente Hugo Chávez que está entre los blancos favoritos de los dardos de la oposición.
Influyentes arquitectos y urbanistas como Hannia Gómez y William Niño se han pronunciado contra ese traslado, con los argumentos de que la estatua ya se ha integrado al paisaje de la autopista, el lugar para el culto pertenece al alma urbana y a sus devotos, y en su nuevo emplazamiento quedará expuesta a la informalidad que rodea la Plaza Venezuela.
En Caracas se ha jugado ajedrez con las estatuas, observó el escritor José Pulido, y el humorista Claudio Nazoa presentó un inventario de mudanzas de esculturas en los últimos 20 años para concluir que Caracas es una ciudad donde las estatuas caminan.
La ubicación actual, mero resultado del azar, es tan indeseable como la Plaza Venezuela, un punto nodal de la ciudad (donde convergen varias vías con tráfico intenso) tratado por las autoridades con absoluto desprecio, dijo a IPS Marco Negrón, ex decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central, la principal del país.
Negrón destacó que en reuniones de expertos realizadas en septiembre nadie puso en discusión la conveniencia de reubicar la escultura, pero nadie asomó siquiera la opción de Plaza Venezuela.
A su juicio, esa plaza debe ser objeto de un profundo proceso de revisión y rediseño, pues amalgama actividades de copioso tránsito subterráneo y de superficie con las de oficinas, bares y comercio formal e informal.
El monumento a María Lionza es obra del fallecido escultor Alejandro Colina, quien lo elaboró como base de un pebetero para los Juegos Deportivos Bolivarianos de 1951, en la ciudad universitaria de Caracas que entonces se inauguraba, pero las autoridades de la época la enviaron fuera del campus, a la autopista que bordea un costado de la Universidad Central.
Lo vital es que se salve la obra. Si no se restaura, se desploma. Está en estado comatoso. El traslado es una operación de salvamento, dijo a IPS el sociólogo Carlos Colina, nieto del escultor y presidente de la Fundación Alejandro Colina.
La escultura reúne tres dimensiones: es una obra de arte, un ícono de la ciudad y un monumento de culto. Artistas, urbanistas y algunos sectores sociales la ven (cada uno) desde una sola dimensión, pero debemos verla de modo integral, como una positiva apropiación colectiva e individual de este objeto cultural, opinó.
En su apoyo, el estatal Instituto de Patrimonio y dos expertos de la asociación Restauradores sin Fronteras, la francesa Anne Béndele-Gerard y el español Juan Carlos Bermejo, expresaron apoyo a la mudanza de la escultura, si se coloca una réplica en el mismo sitio donde actualmente está emplazada.
Los devotos también se encuentran divididos, y se han manifestado en la prensa desde la montaña de Sorte, 300 kilómetros al oeste de Caracas, un parque nacional en el lugar que consideran morada original de la diosa-reina, al que acuden miles de seguidores cada fin de semana, y decenas de miles durante el asueto de la Semana Santa católica.
Deben trasladarla. Si sigue en la autopista se va a caer, y en Plaza Venezuela quienes la veneramos podremos ir sin mucho peligro, opinó Eva Suárez, una sacerdotisa.
Juana de Dios, otra sacerdotisa en Sorte, cree en cambio que si la mueven, se va a desmoronar, se va a caer, y si eso sucede en Venezuela puede venir una tragedia, algo todavía peor de lo que nos está pasando.
María Lionza es la principal deidad de un culto sincrético venezolano gobernado por una étnica trilogía de espíritus, en la que son sus compañeros el indio Guaicaipuro, líder de la resistencia indígena en el área de Caracas durante el siglo XVI, y el héroe Pedro Camejo, Negro Primero, osado lancero en la Guerra de Independencia.
Las representaciones más habituales de María Lionza son, además de la escultura de Colina y de pinturas de Pedro Centeno que la muestran como una beldad indígena, estampas casi calcadas de retratos de las emperatrices del siglo XIX Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, y Carlota de México, esposa de Maximiliano.
En cuanto al mito, la antropóloga Angelina Pollak defiende, con el criterio del francés Claude Levi-Strauss, que no exista una versión única sino una acumulación de versiones, y así recoge las distintas leyendas sobre María Lionza.
Una de las más populares es que un jefe indígena de la etnia arawak nivar, poco antes de la conquista española, tuvo una hija de ojos claros, y consideró que eso traería mala suerte a su pueblo, por lo cual decidió ocultarla junto a una laguna, pero la anaconda dueña de ese lugar se enamoró de la muchacha y, al no ser correspondida, la devoró.
Esa leyenda sostiene que, como castigo, los dioses hicieron crecer a la serpiente hasta que su estallido creó una inmensa laguna, desde entonces propiedad de la reina-diosa María Lionza y custodiada por ella.
Durante el periodo colonial, la deidad fue adorada bajo la católica advocación de Nuestra Señora María de la Onza del Prado de la Talavera (apellidos de conquistadores) de Nivar, y se la tuvo como una protectora de la naturaleza.
Durante los siglos XIX y XX, el culto avanzó como expresión espiritista, e incorporó cortes presididas por los espíritus de celebridades como el libertador Simón Bolívar o el médico José Gregorio Hernández, así como la adoración a divinidades de afroamericanas como Yemanyá, Shangó y Obatalá, evocó Pollak.
En las áreas para el culto, bancos (dirigentes) y médiums a quienes se incorporan espíritus en rituales muy cambiantes, que suelen incluir baños, despojos y consumo de alcohol y tabaco, trabajan para curar enfermos y dar consejos sobre la felicidad y la fortuna.
Algunos autores calculan que los seguidores de ese culto son de uno a dos millones de personas, en un país con 24 millones de habitantes, pero en muchos casos esos creyentes se identifican en forma simultánea con el credo católico, de la mayoría de la población.
La estatua de María Lionza en la autopista caraqueña mira hacia el oeste, donde viven las mayorías pobres de la ciudad y en dirección a su santuario de Sorte. Todavía es una incógnita hacia dónde alzará sus brazos cuando se la instale en la Plaza Venezuela.
Pero se mudará. No hay vuelta atrás, dijo Bernal.