La relación entra Japón y Corea del Norte nunca fue fácil. Pero en los últimos tiempos el tono empleado por Tokio en el diálogo con su vecina se ha tornado aun más radical que el del gobierno de Estados Unidos.
La admisión por parte de Corea del Norte de que secuestró a decenas de japoneses en las dos décadas pasadas y el temor a un posible ataque nuclear provocaron un agudo viraje en las relaciones bilaterales.
Por ejemplo, el director del Centro Japonés de Información y Cultura y portavoz de la Embajada de Japón en Estados Unidos, Naoyuki Agawa, consideró que un cambio de régimen en Pyongyang sería la solución definitiva para la crisis nuclear en la península de Corea.
Nadie habla sobre eso, pero es obvio. La pregunta es cuándo. Como nadie está apurado por forzar el cambio, creo que el status quo continuará, dijo Agawa, quien habló a título personal en un seminario sobre Corea del Norte organizado en Washington por la Fundación Sasakawa para la Paz.
Este llamado abierto al impulsar la caída del líder norcoreano Kim Jong Il muestra la profundidad de las heridas infligidas por Pyongyang a la psiquis japonesa en los últimos años.
El cambio de actitudes de Tokio se remonta, según Agawa, a las pruebas norcoreanas de misiles balísticos que pasaron en 1998 sobre territorio japonés. Y se reforzó con la admisión de los secuestros, pronunciada por Kim en una visita del primer ministro japonés Junichiro Koizumi a Pyongyang.
Luego de la visita en septiembre de 2002, Pyongyang liberó a cinco de los japoneses que había mandado secuestrar mediante espías, en el auge de la guerra fría, para obligarles a enseñar la lengua y las costumbres japonesas en escuelas de espionaje norcoreanas.
Hasta la cumbre Kim-Koizumi, Pyongyang había negado cualquier responsabilidad en las misteriosas desapariciones de japoneses, muchos de los cuales murieron en cautiverio. Corea del Norte reconoció los secuestros y pidió disculpas, se niega a permitir que los hijos de los secuestrados, regresen a Japón.
Además, persisten las fricciones entre ambos países por el desarrollo de armas nucleares de Pyongyang y por la colonización japonesa de la península de Corea entre 1910 y 1945. Corea del Norte reclama a Japón una indemnización por esa agresión, y además, ambos gobiernos no han firmado un tratado de paz.
Por otra parte, Corea del Norte, pese a la condena de la comunidad internacional, reanudó un programa de enriquecimiento de uranio que puede ser utilizado para fabricar armas nucleares.
Washington advirtió que el programa viola un acuerdo bilateral de 1994, según el cual Pyongyang debía poner fin a las actividades en la central nuclear de Yonbyon. A cambio, Corea del Norte recibiría petróleo estadounidense y ayuda japonesa y surcoreana para instalar dos reactores nucleares de menor porte.
La reanudación del programa también provocó la ruptura de las relaciones entre Pyongyang y la Agencia Internacional de Energía Atómica, que supervisaba el cumplimiento de los tratados multilaterales en la materia.
Por primera vez en 50 años, Japón siente temor ante un peligro claro, añadió el diplomático, para quien muchos ciudadanos se enteraron hace pocos meses que algún familiar pudo haber sido secuestrado en el pasado por espías norcoreanos.
La ex presidenta del Partido Socialista de Japón, Takako Doi, perdió hace poco la reelección en el cargo por su identificación con una facción que había negado la existencia de secuestros durante muchos años. Doi ha sido durante muchos años una defensora de las posiciones de Corea del Norte.
Los comentarios de Agawa ilustraron, a los ojos de algunos observadores, un alarmante viraje de Japón hacia el militarismo. Para estos analistas, Tokio ha olvidado su pasado como potencia colonial en la península y como base logística de Estados Unidos durante la guerra de Corea.
Las declaraciones del diplomático, a pesar de su carácter personal, reflejan, definitivamente, la posición del gobierno de Koizumi, dijo el experto John Feffer, autor del recientemente publicado ensayo Corea del Norte/Corea del Sur: Política estadounidense en tiempos de crisis.
Feffer lamentó el aumento del sentimiento anticoreano en Japón, al tiempo que percibió un fuerte vínculo entre las posiciones del gobierno japonés y sus intentos de cambiar la constitución, que prohíbe la participación del país en conflictos bélicos en el extranjero.
El espectro de un ataque norcoreano es lo único que podría desarraigar el profundo pacifismo japonés, agregó el experto. El llamado a un cambio de régimen en Corea del Norte es irresponsable porque no hay alternativas a Kim Jong Il.
En diciembre comenzará una ronda de diálogo entre las dos Coreas, Estados Unidos, China, Japón y Rusia para poner fin a la crisis nuclear.
Pyongyang procurará obtener a cambio de su desarme nuclear garantías de seguridad y asistencia económica, dijo en la conferencia en Washington el presidente del Foro Pacífico del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, Ralph Cossa.
El principal obstáculo en el diálogo es la profunda división dentro del gobierno de George W. Bush entre la derecha de línea dura en el Departamento de Defensa —que se inclina por el cambio de régimen— y los moderados del Departamento de Estado (cancillería), que no ven alternativa a la negociación.
Bush aseguró en su visita a Asia oriental el mes pasado que se inclina por la segunda opción, pacientemente promovida por el secretario de Estado (canciller) Colin Powell. Pero la división en el gobierno le causa un problema de credibilidad, sostuvo Cossa.
De todos modos, muchos funcionarios en China y en Japón creen que las relaciones con Estados Unidos son mejores que nunca.
Eso aumenta las probabilidades de que el diálogo concluya con un acuerdo multilateral que incluya el desarme de Corea del Norte, y el requisito para ello es que Corea del Sur se plante firme junto con Corea del Norte, según Cossa.
La cuestión no es si habrá acuerdo, sino cuándo, concluyó. (