Poco antes del atardecer, un grupo de choferes sesiona al lado del camino, en un alto obligado de la Ruta Pacífica de las Mujeres contra la guerra colombiana, por la rotura del neumático de uno de los autobuses.
Es una de las tantas medidas de autoprotección de esta caravana de más de 3.000 mujeres que viajan en más de 100 autobuses rumbo al meridional departamento del Putumayo: si alguien queda varado, todos lo esperan.
Si alguno de los actores armados decidiera llevarse a la fuerza a una de las viajeras, han pactado que todas se irían con ella.
El trayecto fue emprendido el domingo para llegar al corazón de la guerra: el Putumayo, epicentro de la lucha del gobierno contra los cultivos de coca y la guerrilla. Allí se aplican fumigaciones aéreas masivas sobre 66.000 hectáreas de sembrados ilegales del arbusto, a partir del cual se fabrica la cocaína.
A la caravana de 96 autobuses que arribaron el lunes desde distintos puntos del país a Mocoa, capital del Putumayo, se sumaron otros 15 provenientes de la zona.
Las viajantes rechazaron la escolta militar ofrecida por el gobierno de Alvaro Uribe y enviaron mensajes a la guerrilla izquierdista y a los paramilitares de derecha, instándolos a convertir los trayectos de la caravana, durante seis días, en corredores humanitarios.
En las grandes ciudades colombianas, la idea misma de esta marcha es percibida como una locura. La guerra que se libra en áreas rurales ha arrinconado paulatinamente a los citadinos dentro de los perímetros urbanos.
Pero la caravana ya estaba el lunes en territorio de guerra, sin reportar novedades. Y los choferes dispuestos a seguir, pero con dudas.
”Eso se sabe”, comentaba a sus colegas un conductor, ”nadie puede circular después de las seis”.
Se refería a una de tantas leyes no escritas de este país: la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, con 40 años de rebelión armada) no permite el tránsito por las carreteras de sus dominios entre las seis de la tarde y las seis de la mañana.
La ruta que lleva de Mocoa a Puerto Caycedo, en dirección a Ecuador, figura como pavimentada en los mapas del Plan Colombia contra el narcotráfico y la guerrilla. Pero una de las principales carreteras del país no es más que una vía de pedregullo y tierra con cinco metros en sus tramos más anchos.
Aunque hay recursos para pavimentarla, los trabajos cubrieron sólo siete kilómetros desde Mocoa, debido a la presencia guerrillera.
Reparado el neumático y con la última ceja de luz solar, la serpiente de farolas, polvo y motores diesel reemprende su marcha, a 20 kilómetros por hora, y se adentra en la noche sin obstáculos.
Este bien podría ser el movimiento feminista más grande y mejor articulado del mundo a favor de la paz: 315 organizaciones de mujeres agrupadas en ocho regiones hacen presencia masiva allí donde la geografía de la guerra colombiana señale la violencia mayor.
Esta es la tercera edición de la Ruta Pacífica. En 1996 1.000 mujeres se movilizaron al noroccidental Murindó, por entonces la región más convulsionada por los combates.
En 2001, 5.000 mujeres llegaron a la central Barrancabermeja, donde meses antes se había librado la disputa de guerrilleros y paramilitares, en medio de atentados y asesinatos colectivos.
”Ni una mujer, ni un hombre, ni un peso más para la guerra”, advierten sin cesar. Este año, la Ruta decidió acompañar a las mujeres del Putumayo en su soledad.
El trayecto de Mocoa a Puerto Caycedo, normalmente de tres horas, lleva cinco y media a la caravana, a través de tramos de selva y de Villa Garzón, 16 kilómetros al sur de Mocoa.
El personero de Mocoa (funcionario municipal que tramita las denuncias de los ciudadanos), Gustavo Burgos, había explicado a IPS que en Garzón despachan sus asuntos las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
Se han erigido en administradores de justicia de Mocoa y Villa Garzón. Cuando surge un litigio, los paramilitares intervienen. ”De las cifras de muertos uno se va olvidando porque la gente no habla, no denuncia”, agregó.
En Mocoa están asentadas unas 11.000 personas desplazadas de sus hogares por la guerra. Algunas llevan dos años viviendo en tiendas de plástico. En medio de los combates, no encuentran sentido al retorno. La mayoría de los desplazados -entre dos y tres millones en todo el país- son mujeres y niños.
A cinco minutos de automóvil de Garzón hay una brigada del ejército y un batallón antinarcóticos que alberga el aeropuerto civil. En torno a las dos bases se mantienen siete anillos de seguridad para protegerse de la guerrilla.
En las aldeas más grandes dominan los paramilitares, que han logrado copar todas las cabeceras municipales del Putumayo. El campo, en cambio, permanece en manos de las FARC.
En Puerto Umbría, los residentes están en la calle y han armado una fiesta simplemente para decir adiós a las mujeres de la Ruta Pacífica. ”¿De dónde vienen?”, preguntan a gritos a las pasajeras.
Viajan indígenas paeces y guambianas del Cauca, profesionales de Bogotá, Cali y Medellín, líderes populares de Santander y de Bolívar, maestras del Huila y de la zona cafetalera, negras de las selvas del Chocó y dirigentes campesinas contrarias al libre comercio.
Muchas van vestidas de negro. Es el movimiento de Mujeres de Negro contra la guerra, iniciado en Israel y que en Colombia encontró terreno fértil.
En los tramos entre aldea y aldea, en medio de la oscuridad, los pobladores rurales, ancianos, niños, mujeres y hombres, improvisan el símbolo universal de la paz y agitan camisetas y sábanas blancas para saludar a la caravana.
A veces surgen de la nada grupos de niñas y niños de todas las edades, otras son familias enteras, o un anciano solitario que ondea un pañuelo blanco desde el corredor de su casa. A veces, las casas tienen luz. ”!Gracias por venir!”, se oye al pasar.
Puede ser la alegría de ver pasar en la noche, después de años y a contravía de las prohibiciones, no un autobús, sino más de cien de una vez. Los choferes terminan por tocar las bocinas en respuesta a tanta hospitalidad.
Las viajeras saben que no sólo los campesinos las ven pasar. Las FARC, desde la oscuridad, atienden el llamado y deciden no mostrarse.
Puerto Caycedo, un villorrio de 2.500 habitantes, cayó meses atrás en manos de los paramilitares. Hace seis semanas, la policía retornó y patrulla ostentosamente la llegada de las mujeres.
El recibimiento, a las 11.30 de la noche, es discreto. Pero los habitantes abren sus hogares para alojar a todo el contingente, más del doble del total de la población. Una hora después, reina una acogedora tranquilidad.
Este martes amanece con la noticia de que en Villa Garzón, a las seis de la mañana, han acribillado a balazos en la puerta de su casa a Luz Marina Benavides, presidenta del Comité de los Derechos del Pueblo. La han asesinado en presencia de su hijita de seis años.
En nombre del Comité de Derechos del Pueblo, Benavides había instaurado varias denuncias penales por corrupción contra la administración de la localidad.
El crimen coincide con la conmemoración, este 25 de noviembre, del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, fecha en que se recuerda la violación, tortura y muerte de tres hermanas opositoras al régimen del dictador Leonidas Trujillo (1930-1961) en República Dominicana.
Durante su sesión central en las afueras de Puerto Caycedo, las participantes de la Ruta Pacífica guardan un minuto de silencio.
La caravana iniciará el retorno este miércoles y el paso obligado será Villa Garzón. Las organizadoras resuelven que harán allí un alto y, en la plaza central, las Mujeres de Negro cumplirán un plantón en protesta por el asesinato de la líder popular.