La imagen no resulta, por cierto, nada alagüeña. El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, figura como un caballo y el vicepresidente Dick Cheney como su jinete. El cuadro es obra del senador Joseph Biden, del opositor Partido Demócrata.
Entrevistado por la revista National Journal, Biden, poderoso miembro de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, apeló a esa pintura para describir la relación entre Bush y Cheney, y asignó al secretario de Estado (canciller) Colin Powell el papel de caballerizo.
Powell trata de convencer a Bush de desarrollar una política exterior más conciliatoria, y lo logra de tanto en tanto, como en el caso de los vínculos con Corea del Norte y la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
”Powell siempre puede conducir a Bush, como a un caballo, al agua. Pero justo cuando el caballo está a punto de bajar la cabeza, Cheney, desde la montura, dice 'uh, uh' y tironea las riendas antes de que Bush pueda beber”, sostuvo Biden.
Esta es, también, la imagen que gana predominio en los círculos de poder en Washington. Cuando se trata de política exterior, Cheney es percibido como el que lleva las riendas.
Cheney, rodeado por figuras de la corriente neoconservadora — la más derechista del gobernante Partido Republicano—, asumió parte de las funciones que, en teoría, corresponden a la consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, dedicada más bien al vínculo con Rusia y las repúblicas ex soviéticas.
La debilidad de Rice y la propia pasividad e inexperiencia de Bush permitieron al vicepresidente controlar la política exterior, en particular la relación con Medio Oriente. La visión de Cheney sobre la región es consistente con la de los neoconservadores, cercanos al gobernante partido israelí Likud.
Cheney apoyaba reservadamente la política de asesinatos selectivos de dirigentes palestinos ejercida por Israel, incluso antes de los atentados que dejaron 3.000 muertos en Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001.
Un año más tarde, el vicepresidente estadounidense decía al ministro de Defensa israelí que el presidente palestino Yasser Arafat ”debería ser colgado”.
El papel de Cheney en el gobierno no sorprende a nadie, dado el grado en que Bush dependió de él durante la campaña electoral y en los primeros días de su presidencia.
Por otra parte, el hecho de que Cheney se hubiera recomendado a sí mismo cuando Bush le pidió una recomendación para completar la fórmula presidencial sugiere que se atribuiría extraordinarios poderes una vez en la Casa Blanca.
Cheney tuvo mayor importancia que Rice, a pesar de que ésta tiene una relación mucho más personal con Bush, en la designación de los secretarios de Estado y de sus segundos, empezando por el de Defensa, Donald Rumsfeld, y de su subsecretario Paul Wolfowitz.
Y también se las arregló para que el mejor amigo de Powell, Richard Armitage, no ocupara el cargo que finalmente obtuvo Wolfowitz. Y para que el ultraunilateralista John Bolton ejerciera un alto cargo en la oficina de control de armas del Departamento de Estado (cancillería).
Incluso el jefe del equipo de Cheney, el abogado I. Lewis Libby, es un operador político y burocrático con más experiencia que la propia Rice. Y su equipo de seguridad nacional tienen lustrosos antecedentes como operadores en Washington.
Así, el vicepresidente tuvo un papel clave en la asignación de la mayoría de las responsabilidades en el Iraq de posguerra al Departamento de Defensa (Pentágono), cuando los antecedentes históricos indicaban que esa función correspondería al Departamento de Estado.
Al mismo tiempo, en las vísperas de la invasión a Iraq, Cheney y Libby presionaron a los analistas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para consolidar pruebas dudosas sobre los supuestos arsenales de destrucción masiva en poder del régimen de Saddam Hussein.
Luego de la guerra, el vicepresidente logró que el presidente despojara a Powell de las potestades para negociar con el Consejo de Seguridad de la ONU una resolución que habría reducido el control del Pentágono sobre la transición política iraquí, un acuerdo que Bush ya había aprobado.
El presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, el republicano Richard Lugar, manifestó frente a las cámaras de televisión su alarma por el poder de Cheney.
”Le diría (a Bush): Señor presidente, hágase cargo. Hágase cargo. Dígale a su secretario de Defensa, al de Estado y a su vicepresidente 'ésta es mi política, y cualquiera de ustedes que se desvíe de la política está fuera del equipo'”, indicó.
”El presidente debe ser presidente. Es decir, sobre el vicepresidente y sobre los secretarios”, agrgó Lugar.
De todos modos, hasta ahora hay poca evidencia de que Cheney esté dispuesto a desmontar.