Cuando los últimos soldados del ejército colonial portugués embarcaron hace 30 años de regreso a su país y la República de Guinea-Bissau iniciaba su vida independiente nada hacía presumir que también comenzaban tres décadas de inestabilidad y violencia.
Sin embargo, al entrar en el palacio presidencial el 14 de este mes para deponer al presidente Kumba Ialá, el general Verissimo Correia de Seabra, más que un capítulo de historia, estaba registrando un hecho de esa extensa crónica.
Desde la independencia de Portugal, hace justamente 30 años esta semana, este pequeño país de Africa occidental, con sólo 1,2 millones de habitantes y ubicado entre Senegal y Guinea (ex colonia francesa), ha vivido de sobresaltos.
El golpe de Estado desconcertó a una comunidad internacional pronta a condenar todo pronunciamiento militar, pero no sorprendió a los mejor informados, en especial los africanos de las ex colonias lusitanas, los portugueses, brasileños y timorenses.
Es por eso que la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa (CPLP), formada por Angola, Cabo Verde, Brasil, Guinea-Bissau, Mozambique, Santo Tome y Príncipe y Timor Oriental, había designado en agosto al canciller timorense, José Ramos-Horta, como mediador en Bissau.
También el canciller brasileño Celso Amorim, presidente en ejercicio de la CPLP, había anunciado en julio en Lisboa que la organización enviaría en los próximos días a Ramos-Horta al país africano para intentar mediar en el pesado conflicto guineano, que amenazaba con una nueva guerra civil.
Para muchos observadores y analistas, esta balada martirizante de un país arrasado por incompetencias y corrupción no podía terminar de otra forma.
En enero de 2000, el hasta entonces desconocido Ialá, logra vencer en las elecciones presidenciales al candidato del omnipotente Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC), el mítico grupo político que condujo la lucha armada contra el ejército colonial de Portugal de 1961 a 1973.
Un año antes, el Partido de la Renovación Social (PRS), fundado en 1998 por Ialá, había logrado romper el monopolio mayoritario del PAIGC durante 26 años en el parlamento.
La fuerza del PRS es fundamentalmente étnica. Su gran base de apoyo son los balantes, pueblo mayoritario en Guinea Bissau.
No obstante, Ialá, tras su aplastante victoria con 72 por ciento de los sufragios válidos, optó por una política autoritaria y en menos de tres años cambió 50 ministros y viceministros, exoneró a cinco primeros ministros, encarceló jueces del Tribunal Supremo y limitó la libertad de información.
Los altos cargos del Estado fueron ocupados por balantes, con excepción del general Correia de Seabra, de etnia Papel.
El ahora mandatario derrocado también había amenazado con invadir Gambia, romper relaciones con Portugal, pese a que es el principal inversor y donante extranjero, además de que expulsó periodistas y clausuró por dos meses a Radio Televisión Portuguesa (RTP)-Africa, en Bissau, la capital del país.
Ante este callejón sin salida, Ramos-Horta regresó a comienzos de agosto desilusionado de Guinea Bissau. Su informe al secretario ejecutivo de la CPLP, el brasileño José Augusto de Medicis, fue pesimista al reconocer que en los hechos no existía un régimen democrático en Bissau.
Más informada y cauta, la CPLP lamentó el golpe de Seabra, pero a diferencia de la Comunidad Económica de los Estados del Africa Occidental (CEDEAO), de la Unión Europea (UE) y de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), no condenó la acción militar.
A este respecto, la opinión del historiador angoleño Carlos Pacheco es demoledora.
Muchas veces, las potencias mundiales defienden falsas democracias, no importándoles que éstas se comporten como un bando de mafiosos, escribió Pacheco el 20 de este mes en una columna de opinión del diario Publico, de Lisboa.
Frente a los abusos de Ialá, la comunidad internacional respondió con silencios o frívolas censuras, lo que hizo que el autócrata de Bissau se sintiese cada vez más fuerte para desacatar la Constitución, no respetar el parlamento y acabar por 'kumbalizar' el régimen, sostuvo.
Diplomáticos de varios países y la propia ONU condenan ahora el hecho de que el orden constitucional fue herido, siendo por eso urgente su restauración, añadió el historiador, para luego interrogarse sobre ¿cuál orden fue herido?, ¿el de una parodia democrática de Guinea, que poco tiene que ver con sus realidades nacionales?.
Pacheco apuntó su dedo contra la ONU y las grandes potencias industrializadas, que imponen su modelo de democracia, en una norma burocrática que es necesario aplicar de cualquier manera, haciendo tabla rasa de las situaciones políticas concretas de cada realidad.
Como antecedente, el ex presidente de Portugal, Mario Soares (1986-1996), advirtió a los políticos europeos, varias veces al referirse a Africa, que allí no deben copiarse los modelos democráticos occidentales como si se tratase de una fotocopia.
El poder en Africa no debe ser entendido sólo como acceder al gobierno, dijo Soares a IPS.
La oposición también debe contar con una parcela de lo que entendemos por poder, añadió Soares, en varias ocasiones compañero de celda de líderes independentistas de las ex colonias luso-africanas durante la dictadura portuguesa de Antonio de Oliveira Salazar (1926-1974).
Según la analista en asuntos africanos Ana Días Cordeiro, en Guinea-Bissau se dio un golpe donde no se tenía nada que perder, recibido sin sorpresa y acogido como la única solución para sacar al país de la crisis y hasta para evitar una guerra civil.
Días Cordeiro hizo alusión así a declaraciones realizadas en agosto a RTP-Africa por el ex primer ministro de Guinea Bissau Mario Pires, donde advirtió que una victoria electoral de la oposición, en las elecciones que estaban programadas para octubre, se podría traducir en una nueva guerra civil.
Pero es que, al hacer un balance de los 30 años de vida independiente de Guinea Bissau y los 10 años previos de lucha contra los portugueses, el estigma de la violencia está casi siempre presente en la bitácora de este país africano.
En enero de 1973, fuerzas especiales de fuzileiros (marines) portugueses al mando del comandante Apoim Galvao —hasta nuestros días exponente de la extrema derecha lusa— asesinó en Conakri, capital de la República de Guinea, al líder y fundador del PAIGC, Amilcar Cabral.
El PAIGC responde en septiembre de ese año declarando unilateralmente la independencia de Portugal, la que Lisboa reconoce un año después, tras el golpe militar izquierdista del 25 de abril de 1974 que derrocó la dictadura de Marcello Caetano, sucesor de Oliveira e Salazar desde su muerte en 1969.
Luis Cabral, hermano de Amilcar, asumió ese año la presidencia, que ocupó hasta 1980, cuando fuera derrocado por uno de sus más cercanos colaboradores, el general Joao Bernardo Vieira, el legendario comandante Nino de la guerrilla contra los portugueses.
Según los representantes de la diáspora guineana, que se reunió en Lisboa entre el 23 y el 25 de este mes, el periodo de Cabral fue el único relativamente pacífico del país, pero regido por una dictadura del PAIGC, único partido permitido.
El lapso de Nino Vieira se caracterizó por una serie de fusilamientos sumarios por traición a la patria, nepotismo y corrupción generalizada.
A pesar del apoyo político de Francia y militar de Senegal, que envió tropas a Guinea-Bissau, incluidas divisiones blindadas, Vieira fue depuesto tras ser derrotado en la guerra civil por el brigadier-general Ansumane Mané, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
Viera se asiló en Portugal, con una inmensa fortuna, que le ha convertido hoy en uno de los hombres más ricos del país que lo cobija.
Tras asumir el poder en enero de 2000, Ialá mandó a asesinar a Mané, al tiempo de promover en su cargo, de comandante en jefe, al general Correia de Seabra, el hombre fuerte que ahora lo derrocó.
Representantes de la diáspora de Guinea Bissau consultados por IPS coinciden en que la tragedia de su país comenzó en el propio momento en que los fuzileiros de Galvao apretaron el gatillo en Conakri.
La decisión de Correia de Seabra de nombrar como primer ministro a Artur Sanha, vicepresidente del PRS, levantó protestas en Bissau y entre los dirigentes de la diáspora residente en Portugal y los que viajaron a Lisboa desde Brasil, España y Francia.
Contrastante es la opinión unánimemente favorable sobre el acaudalado empresario Henrique Pereira Rosa, de padre portugués y madre guineana, propuesto por el obispo de Bissau, José Camnate, para ocupar la presidencia de su país.
El dramaturgo Ricardo Goudinho, el geólogo Orlando Cristiano da Silva, el ingeniero Adriano de Almeida y el arquitecto Joao Carlos Barros señalaron a IPS que designar a Pereira Rosa es un acierto, pero nombrar a Sanha, sería una farsa, porque continuará la 'balantización' de los cargos públicos.
En Guinea-Bissau, añadió por su parte el periodista Humberto Monteiro, no debemos continuar hablando de las etnias balanta, mandinga, papel o fula, sino pensar en su globalidad, porque de otra manera, esto será una nueva bomba reloj que explotará en poco tiempo.
La cineasta y ex guerrillera anticolonial Flora Gomes marcó la conclusión con un a nota preocupante, al aseverar que en la Guinea- Bissau de nuestros días la cara de las personas refleja más miedo que hace 30 años, cuando con las armas en las manos enfrentábamos a los portugueses en la selva.