Para los norcoreanos, es una escoria humana y un vampiro sediento de sangre. Para el ex senador estadounidense Jesse Helms, de la extrema derecha, es el tipo de hombre que querría tener a su lado en la batalla final entre el bien y el mal.
Su nombre es John Bolton, y su cargo, subsecretario de Estado para control de armas y seguridad internacional de Estados Unidos.
Los halcones que impulsaron la guerra contra Iraq desde el Departamento de Defensa y la oficina del vicepresidente Dick Cheney lo consideran su hombre de confianza dentro del Departamento de Estado (cancillería), encabezado por Colin Powell, de tendencia relativamente moderada.
Corea del Norte, que la semana pasada acordó entablar conversaciones multilaterales sobre su polémico programa nuclear con países vecinos del noreste de Asia y Estados Unidos, anunció el domingo que no tratará con Bolton y ni siquiera lo reconocerá como diplomático estadounidense.
El inusual anuncio fue provocado por un discurso de Bolton en Seúl, la semana pasada, que fue parcialmente reproducido en las páginas editoriales del diario The Asian Wall Street Journal el viernes.
Bolton, el cuarto en la jerarquía del Departamento de Estado, describió a Corea del Norte como una pesadilla infernal y acusó a su presidente, Kim Jong Il, de dictador y tirano. Mencionó las palabras dictadura y tiranía no menos de doce veces.
Algunos analistas estadounidenses y asiáticos dijeron la semana pasada que Bolton, quien no oculta su creencia de que Washington debería promover un cambio de régimen en Pyongyang en lugar de un nuevo acuerdo sobre desnuclearización, podría haber provocado intencionalmente a Kim para que se negara al diálogo.
La crisis estalló en octubre de 2002, cuando Corea del Norte admitió tener un programa secreto de enriquecimiento de uranio, en contra de los términos de un tratado bilateral firmado en 1994 con Estados Unidos.
Desde entonces, el Norte se retiró del Tratado de No Proliferación Nuclear, expulsó a los inspectores de la Agencia Internacional de Energía Atómica y afirmó que posee armas nucleares.
Cheney y el Pentágono (Departamento de Defensa) son escépticos respecto de cualquier negociación con el régimen comunista norcoreano.
Aun cuando las palabras de Bolton no fueron tan duras como la respuesta de Pyongyang, su ataque verbal a Kim fue típico del abogado graduado en la Universidad de Yale, férreo anticomunista y partidario del derechista partido Likud, que gobierna en Israel.
Las políticas unilateralistas de Bolton le valieron la admiración de los halcones de la administración de George W. Bush, aunque causaron cierto desconcierto e incluso conflictos dentro del Departamento de Estado.
Pese a su aspecto amistoso, Bolton es muy combativo. Comenzó su carrera pública bajo el gobierno de Ronald Reagan (1981-1989), en una serie de cargos en la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), antes de convertirse en asesor del fiscal general Edwin Meese.
Desde ese puesto, resistió todos los esfuerzos del Congreso legislativo por investigar el papel del Departamento de Justicia en el escándalo Irán-contras, causado por el desvío del producto de la venta de armas a Irán para ayudar a los rebeldes nicaragüenses que combatían contra el gobierno sandinista en 1985 y 1986.
Su gestión le valió una promoción bajo el gobierno de George Bush padre (1989-1993) al cargo de secretario de Estado adjunto para organizaciones internacionales, un puesto que conservó hasta 1993, cuando se incorporó primero al Manhattan Institute y luego al American Enterprise Institute (AEI).
El AEI es un equipo de planifiación estratégica dominado por halcones como la ex embajadora ante la ONU, Jeanne Kirkpatrick, el ex presidente de la Junta de Política de Defensa, Richard Perle, y la esposa del vicepresidente Cheney, Lynne.
Desde el AEI, Bolton promovió la plena normalización de los vínculos con Taiwan, el retiro de Estados Unidos del Tratado de Misiles Antibalísticos y otros acuerdos de control de armas, y la eliminación de supuestas amenazas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a la soberanía estadounidense.
Tan fuerte era su oposición a la ONU, que llegó a sugerir la suspensión de todo aporte al foro mundial, del cual Estados Unidos es el principal contribuyente.
Dada la historia de unilateralismo de Bolton, el secretario de Estado (Colin Powell) se mostró muy escéptico cuando Cheney sugirió a Bolton como subsecretario.
Sin embargo, el vicepresidente insistió, y en pocos meses quedó claro que Bolton congeniaba más con los halcones del Pentágono que con las posiciones relativamente moderadas de Powell.
Además de oponerse en el plano internacional a todo intento por regular el comercio de armas de fuego y la producción de armas biológicas, Bolton encabezó la campaña para retirar la firma de Estados Unidos del tratado de creación de la Corte Penal Internacional, con jurisdicción para juzgar genocidios y crímenes de guerra y de lesa humanidad.
El funcionario mantuvo una larga disputa con las agencias de inteligencia por su acusación pública de que Cuba tenía un programa de armas biológicas. Funcionarios de inteligencia y altos oficiales militares desmintieron esa información y acusaron a Bolton de politizar datos de inteligencia.
El mes pasado, Bolton se disponía a testificar ante el Congreso que los supuestos programas de Siria para desarrollar armas de destrucción masiva alcanzaron un grado tal que amenazan la estabilidad regional, afirmación que provocó el rechazo de analistas de inteligencia, por falta de pruebas.
Destacadas figuras del Pentágono, principalmente el subsecretario Paul Wolfowitz, no ocultan su deseo de realizar un cambio de régimen en Damasco al igual que en Bagdad.
Sin embargo, en vista de la creciente sospecha pública sobre la exageración y politización de datos para justificar la guerra contra Iraq, Bush decidió postergar la aparición de Bolton en el Congreso hasta el mes próximo, al menos. (