Socióloga, profesora de piano, madre de tres hijos y con cuatro nietos, Inés Grimland decidió a los 55 años que era hora de dedicarse a lo que realmente había querido hacer en su vida: ser cuentera.
Grimland, nacida en Ucrania y ciudadana argentina, llegó el 14 de este mes a Barranquilla, al norte de Colombia, como la venezolana Nilde Silva, el cubano Joel Sánchez y el español Antonio González, para participar con otros 14 narradores orales colombianos en el VI Festival Internacional de Cuenteros El Caribe Cuenta, que concluirá el 25 de este mes.
En una función especial que se llevó a cabo el lunes 18, en un pequeño parque de un barrio de desplazados en la periferia de Barranquilla, Grimland mostró sus más importantes tesoros ante un auditorio de 60 niños y unos 20 adultos.
De una cajita sacó un pedazo de servilleta que empezó a quemar ante el público, y antes de que terminara convertida en ceniza se transformó en una flor, que lanzó al aire para que todos se convencieran de que era una flor de verdad.
Contó que ese truco era uno de los que le enseñó su tío cuando era pequeña, junto con historias que narró.
Juan Carlos Segura, de 14 años, dijo a IPS que le gustaron los cuentos de Grimland ”porque tienen magia”, y María Reyes, su abuela, afirmó que le hicieron recordar ”cuando era chica y nos sentábamos todos al anochecer en la puerta de la casa, a escuchar las historias que nos contaban los mayores”.
Grimland confió a IPS que contar historias fue para ella la salida de una vida rutinaria.
”Durante muchísimos años yo hice todo lo que se supone que tiene que hacer una mujer”, o sea estudiar, trabajar, casarse y ocuparse del esposo, de los hijos ”y de que todos estuviesen contentos, pero llegó un momento en que decidí romper con todo y hacer lo que realmente deseaba, encontrarme con el mundo de los cuentos”, explicó.
”Los cuentos me han llevado de la mano. No sé a dónde, pero el tránsito y el camino son maravillosos”, afirmó la narradora.
En Buenos Aires, Grimland tiene un programa de radio en el que dice sus cuentos, y realiza en varias instituciones talleres para adultos mayores, que buscan revalorizar las historias y reencontrarse con las propias raíces culturales.
Primo Rojas, de Bogotá, actor y dramaturgo con estudios de leyes y antropología, decidió seguir por el camino de la narración oral, y dice que no necesita nada más para vivir.
El cuentero, de Bogotá, es considerado uno de los más valiosos narradores colombianos, tanto por su temática como por sus dotes actorales. Su obra mezcla humor negro y espectáculo, con lenguaje popular y crítica irónica a diversos convencionalismos sociales.
La venezolana Silva, licenciada en educación preescolar y artista plástica, creció entre cuentos de su madre. ”Ella me decía que a las plantas hay que hablarles para que crezcan hermosas, y yo les contaba las historias que ella nos narraba a la hora del almuerzo”, dijo a IPS.
En la secundaria, la semilla de ser cuentera siguió creciendo, y la primera experiencia interesante en la materia que recuerda Silva es que cuando cursaba el segundo grado, su grupo tuvo como tarea leer ”Cien años de soledad”, del colombiano Gabriel García Marquez.
”Cuando me tocó el turno, comencé a contar lo que había leído, y todos quedaron tan atados a la historia que me tocó narrar toda la obra, en sesiones de tres horas seguidas durante tres días”, dijo.
Silva trabaja en Barquisimeto, al noroeste de Venezuela, y es cofundadora de la Unión Nacional de Narradores Orales de ese país. También hace títeres con el grupo Los Niños Creadores. En su trabajo utiliza la música, y las historias sobre diferentes tipos de mujeres son parte de su habitual repertorio.
Para ella, el oficio de la palabra ha cobrado importancia porque ”la gente está aprendiendo a escuchar, y el cuento no sólo se utiliza para la fantasía”, al tiempo que festivales como el que se lleva a cabo en Barranquilla ”abren espacios para acercarse al arte y la literatura de una manera más sencilla y más pura”.
En opinión de Manuel Sánchez, del comité organizador de El Caribe Cuenta, ese festival que se ha realizado durante seis años sucesivos muestra que, ”pese a la crisis que afronta el sector de la cultura, seguimos creyendo en las inmensas posibilidades del arte”.
Luneta 50, organización no gubernamental responsable del festival, debió cerrar por falta de recursos la sala que había mantenido durante seis años en Barranquilla, empleada para proyectos de sensibilización artística del público.
Pero ese grupo decidió continuar con el festival de cuenteros, el tercero más importante del país, después del iberoamericano que se realiza en la nororiental ciudad de Bucaramanga, y del de la noroccidental ciudad de Medellín.
Según Sánchez, la crisis económica afecta, pero ”los artistas no hacen paro (huelga), son generosos, y la gente espera y sabe que este festival se hace cada año”.
La sexta edición de El Caribe Cuenta recibió apoyo del Ministerio de Cultura, la Gobernación del Atlántico y empresas privadas.
Uno de los colombianos participantes es Reynaldo Ruíz, de la septentrional ciudad de Sahun, maestro y líder comunitario adenás de narrador, cuyos espectáculos recogen historias y anécdotas de los campesinos de su región. Es conocido como ”El Rey del Costumbrismo”, y desnuda las relaciones humanas desde esa óptica rural, con mucho sentido del humor.
Marjorie Eljach, de Barranquilla, es licenciada en estudios literarios, con una maestría en información y documentación en España. Su obra mostró que en este Festival las mujeres también cuentan, en todos los sentidos, con historias pícaras sobre las relaciones entre ellas y los hombres.
Oscar Corredor, de Bogotá, es actor de teatro y televisión, además de psicólogo. Su obra es vivencialmente urbana, y muestra pequeños conflictos o grandes miserias humanas con un toque de extraño humor.
Iván Torres, también de Bogotá, es especialista en ciencia política, dramaturgo y antólogo de narrativa. Se inició como cuentero en 1990, y destaca la poesía de las pequeñas cosas.
Fue invitado especial el indígena Jorge Abshana, de la septentrional ciudad de Uribia, quien se desempeña en su comunidad de la etnia wayuú como ”palabrero”, es decir mediador en conflictos. Su participación en el Festival transmitió anécdotas y códigos de ese trabajo de conciliación.