Un documental sobre las jóvenes estudiantes japonesas que fueron obligadas a trabajar como enfermeras del ejército imperial a fines de la segunda guerra mundial (1939-1945) es un nuevo y perturbador recordatorio de los horrores de los conflictos bélicos.
La película de dos horas, dirigida por Masayuki Hayashi, cuenta la historia de las sobrevivientes del Himeyuri Butai (también conocido como Star Lily Corps), una unidad militar de estudiantes y maestras del colegio secundario Shiraume reclutadas a la fuerza como enfermeras en marzo de 1945, tras la invasión de Estados Unidos a la sudoccidental isla japonesa de Okinawa.
Esa unidad, encargada de dar asistencia médica de urgencia a las tropas japonesas en Okinawa, estaba compuesta por 223 jóvenes. En la guerra murieron 197 de ellas.
El filme, que no lleva título, ”es una historia trágica. Estas valientes jóvenes trabajaron en cuevas, donde luchaban para salvar la vida de cientos de soldados heridos. Trabajaban contra reloj”, señaló Hayashi.
Antes de la realización de la película, una desolada lápida en Okinawa era el único tributo a ese cuerpo de enfermeras, aunque muchos japoneses saben bien lo que pasó en la isla.
Okinawa, que como legado de la guerra alberga en la actualidad a unos 26.000 de los 48.000 soldados estadounidenses desplegados en Japón, es el único lugar del país donde hubo combate en tierra durante la segunda guerra mundial, que terminó con la rendición japonesa tras el bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki.
La batalla de Okinawa, entre las tropas invasoras de Estados Unidos y las del imperio japonés, duró 90 días y terminó con unos 200.000 soldados y 120.000 civiles muertos.
Hayashi ha filmado otros documentales, entre ellos uno sobre el accidente de 1986 en la central nuclear de Chernobyl, al norte de Ucrania y entonces parte de la Unión Soviética, y destacó que su último trabajo busca mostrar que ”las guerras sólo matan y traen desesperación y tristeza a los hombres”.
El cineasta opinó que su filme cobra especial significado luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, y tras la invasión y ocupación de Iraq lideradas por Estados Unidos.
Hayashi se opone a la ley aprobada a principios de este mes por el parlamento japonés, que permite el envío de tropas a Iraq para colaborar con los ocupantes en el restablecimiento del orden en ese país.
El cineasta alegó que esa norma es contraria a los principios pacifistas de la Constitución japonesa.
”Japón ha experimentado los horrores de la guerra y por eso debe renunciar a la guerra. A través de este documental, quiero mostrar que matar a otro no es la solución a ningún problema”, afirmó.
La presidenta de la Asociación de Graduados de Shiraume, Sumi Matsumoto, comentó que tras ver el documental, los japoneses deben aprender ”las bendiciones de la paz y de la vida, y nunca más repetir una guerra”.
El filme refleja de forma clara el sufrimiento de las enfermeras y de los propios soldados, a través de testimonios de sobrevivientes.
Los productores llevaron a enfermeras sobrevivientes a la cueva en la que trabajaron como si fuera un hospital durante la invasión estadounidense. Muchas aún sufren pesadillas, dolores de cabeza y depresión.
Los testimonios son impactantes. Muchas de ellas, por primera vez, admitieron que los médicos las obligaron inyectar cianuro a muchos soldados para que murieran.
”Al principio me negué a hacer algo tan horrible a los pacientes a quienes habíamos salvado la vida. Pero el médico me golpeó y me dijo que cumplía órdenes de los militares”, contó Haru Fukuyama, ahora de 75 años.
Otra sobreviviente relató que vio a soldados japoneses golpear hasta matarlo a un anciano al que creyeron espía de los estadounidenses, sólo porque hablaba en un dialecto antiguo de Okinawa.
Una parte del trabajo que aquellas mujeres jamás olvidarán fue extraer cientos de gusanos de las heridas infectadas de los soldados.
”Sacaba gusanos durante horas, pero no había alivio para ellos. Los jóvenes soldados tenían un terrible dolor que los llevaba a invocar a sus padres. No sé cómo pude haber sobrevivido en esa cueva, que con frecuencia estaba inundada de sangre, agua y orina, sin que corriera aire fresco”, dijo Fukuyama.
Cuando la batalla se volvió más feroz en los últimos meses, y las tropas japonesas comenzaron a debilitarse, los soldados de Estados Unidos recorrieron la isla en busca de rendiciones.
”Los estadounidenses tiraban bombas incendiarias dentro de la cueva para obligar a los japoneses que salieran. Era aterrador y queríamos salir corriendo. Pero los médicos nos ordenaron que nos suicidáramos con ellos”, contó Hatsuyo Uehara, otra de las pocas enfermeras que sobrevivieron. (