La explosión del Vehículo Lanzador de Satélites (VLS) de Brasil, con la muerte aún por confirmar de 21 funcionarios, el viernes en la Base de Alcántara, al norte del país, es el capítulo más reciente de una historia de frustraciones y polémicas.
Este era el tercer VLS de producción nacional. Los dos anteriores también presentaron fallas y tuvieron que ser destruidos en el aire, en 1997 y 1999. Con ellos Brasil intentaba entrar al club de los pocos países que pueden poner por cuenta propia sus satélites en órbita terrestre.
La tragedia, además de causar pérdidas humanas que incluyen a los técnicos mejor calificados en el sector del país, tuvo un costo de por lo menos 12 millones de dólares.
Además del VLS, quedaron destruidos dos satélites que ya estaban en ese cohete para ser lanzados a partir de este lunes, y buena parte de las instalaciones de la base. El accidente ocurrió cuando los técnicos hacían las últimas pruebas con el vehículo lanzador.
Tales fracasos contrastan con el éxito de otra vertiente de la aventura aeroespacial brasileña, la producción de aviones por la Empresa Brasileña de Aeronáutica (EMBRAER), ubicada en Sao José dos Campos, a cien kilómetros de Sao Paulo.
En esa ciudad de unos 600.000 habitantes se instaló hace décadas el Centro Técnico Aeroespacial (CTA), un complejo de enseñanza e industria que está en la base de los avances brasileños en el área.
La EMBRAER se destaca especialmente por sus aviones medianos de transporte de hasta 70 pasajeros, cuyo mercado mundial disputa sobre todo con la canadiense Bombardier. Además ha exportado centenares de aviones Tucán, para entrenamiento de pilotos militares, incluso a países industrializados de Europa.
El CTA ha construido numerosos satélites con variados fines, entre ellos ambientales, de supervisión de áreas de recursos naturales, de telecomunicaciones y de investigación científica en diversas áreas.
Alcántara es considerada una base ventajosa para el lanzamiento de satélites, por ubicarse casi en la línea del Ecuador, lo cual implica que los cohetes deben vencer menor resistencia en el despegue.
Además de servir a las actividades propias, Brasil espera convertir a esa base en una fuente de ingresos, mediante su alquiler a otros países más avanzados en el sector, y así promover una cooperación que puede asociarse con avance tecnológico para el país.
El accidente ocurrió en el momento exacto en que el presidente de la Agencia Espacial Brasileña, Luiz Bevilacqua, anunciaba en Brasilia la firma de un acuerdo de cooperación con Ucrania, por el cual ese país lanzará satélites desde Alcántara.
Pero la base es también fuente de polémicas. Los ambientalistas critican su ubicación cercana a ciudades, entre ellas Sao Luis, la capital del estado de Maranhao, y se ha señalado que amenaza sitios históricos.
La polémica más fuerte, sin embargo, fue provocada por un contrato que firmó el gobierno brasileño anterior, presidido por Fernando Henrique Cardoso, con Estados Unidos.
Cláusulas impuestas por los estadounidenses fueron rechazadas por los parlamentarios brasileños, que no aprobaron el acuerdo, con el argumento de que violaban la soberanía nacional. Las condiciones exigidas ponían una parte de la Base de Alcántara bajo total control de los técnicos de Estados Unidos, al punto de prohibir visitas e inspecciones por parte de brasileños.
La intención de esas medidas era, al parecer, que no hubiera acceso de brasileños a tecnología avanzada de Estados Unidos. El rechazo del Congreso brasileño bloqueó el contrato hasta que se realicen nuevas negociaciones.
El accidente no interrumpirá el programa espacial brasileño, aseguró el presidente Luiz Inácio Lula da Silva.
Pero Bevilacqua se quejó de los escasos recursos con que cuenta su agencia, e insinuó que con mayores inversiones podría no haber ocurrido el desastre del viernes.
Las limitaciones financieras afectan directamente al programa espacial, que ha sido un orgullo tecnológico del país, pero ahora agrega a los fracasos de los dos primeros VLS una de las mayores tragedias mundiales en el área.


