La detección en Italia de una plantación de maíz transgénico prohibido dio un nuevo giro a la controversia desatada en la Unión Europea (UE) tras la autorización de este tipo de alimentos.
Cuatrocientas hectáreas de cultivos supuestamente convencionales en la septentrional región italiana de Piamonte estaban sembradas con maíz genéticamente modificado, según los resultados de una inspección de rutina.
El centenar de agricultores involucrados en el caso, aún en investigación, aseguraron haber creído de buena fe que se trataba de semillas convencionales. De todos modos, la producción fue incinerada por orden del gobernador piamontés Enzo Ghigo.
La detección del maíz transgénico en Piamonte se registró poco después de la aprobación de una nueva legislación de la UE sobre etiquetado y trazabilidad de alimentos genéticamente modificados y piensos.
El caso dio pie a demandas públicas de controles más estrictos y de acciones legales contra los responsables de la importación de las semillas transgénicas o de su contaminación.
Los defensores de los transgénicos criticaron la medida del gobierno piamontés. Los ambientalistas, en cambio, la apoyaron. El director general de la organización ambientalista Legambiente, Francesco Ferrante, dijo que no había alternativa, pues la plantación puede contaminar los cultivos vecinos.
”No podemos permitir que los cultivos transgénicos y las multinacionales saquen ventaja del caballo de Troya de la contaminación, sea accidental o deliberada”, sostuvo Ferrante.
La filial italiana de Greenpeace Internacional fue aun más lejos. ”Informes locales y experiencias anteriores sugieren que variedades de alimentos transgénicos producidos por (la firma transnacional estadounidense) Monsanto podrían ser la fuente de la contaminación”, indicó la organización en un informe.
Greenpeace solicitó una investigación sobre ”la contaminación deliberada de semillas y cultivos no transgénicos” con organismos que sí lo son a manos de Monsanto, pionera en ingeniería genética.
Si a esa empresa y a sus agentes de ventas ”se les permite contaminar continuamente semillas no transgénicas, la nueva legislación no tendrá ningún sentido porque se le quitará a agricultores y a consumidores toda capacidad de decisión”, dijo la portavoz de Greenpeace Federica Ferrario.
”Impedir la contaminación genética debería ser la prioridad número uno de la UE”, afirmó el experto en transgénicos Eric Gall, de Greenpeace.
”Si no se hace nada para proteger los cultivos convencionales y orgánicos de la contaminación genética, el nuevo sistema de etiquetado corre riesgo de ser inútil en unos pocos años porque cada día será más difícil asegurar insumos libres de transgénicos”, agregó Gall.
El Parlamento Europeo puso fin el mes pasado a la veda de alimentos transgénicos que rigió durante cinco años, pero aprobó una de las normativas más duras del mundo en materia de etiquetado y trazabilidad de esos productos.
Estados Unidos y algunas multinacionales biotecnológicas cuestionaban la prohibición. Washington, incluso, presentó una demanda ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) en procura de su levantamiento.
La nueva legislación permite la venta de alimentos transgénicos en la UE, pero sólo si la etiqueta aclara claramente que lo son. La obligación regirá con un contenido genéticamente modificado mayor de 0,9 por ciento.
La norma cubre ingredientes antes no considerados, como el aceite altamente refinado fabricado con maíz transgénico, así como alimento animal. A los agentes comerciales se les obligará a mantener registros estrictos que abarquen toda la cadena.
Sin embargo, las nuevas normas no contemplan la protección de plantaciones vecinas a cultivos transgénicos que pueden contaminar a las primeras. Cada país de la UE podrá tomar medidas al respecto, pero no estará obligado a ello.
El comisario de Asuntos del Consumidor de la UE, David Byrne, dijo que la legislación permitirá a los compradores saber si el alimento que piensan comprar contiene transgénicos o no. Pero el gobierno de George W. Bush advirtió que los requisitos de etiquetado constituyen una barrera comercial injusta.
Washington y las transnacionales biotecnológicas temen que el etiquetado disuada a la mayoría de los consumidores de comprar transgénicos. Se trata de un temor bien fundado, de acuerdo con varias encuestas.
Esa tendencia es bien conocida por los comerciantes. El Consorcio Británico de Minoristas anunció que los establecimientos asociados no venderán alimentos trasngénicos. ”Los supermercados no abrirán espacio en las góndolas a algo que no se venderá”, declaró la organización.
Los productores y mayoristas no quieren vender alimentos transgénicos porque los consumidores vacilan en comprarlos, sostuvo el dirigente de las empresas alimentarias italianas Luigi Rossi di Montelera.
Ciento setenta de 216 empresas alemanas participantes en un sondeo de Greenpeace advirtieron que no ofrecerían alimentos transgénicos.