Hijos e hijas del monte. Ejemplo de resistencia ante lo irreversible. Ellos son los ayoreo totobiegosode, último grupo aborigen silvícola en la zona de influencia del Río de la Plata que aún opta por vivir aislado, aunque ya no puede sobrevivir por sí mismo.
Etnógrafos, organizaciones no gubernamentales (ONG) e indígenas integrados a la mayoría de la sociedad coinciden en que el futuro de los que viven en los sitios donde abundan los pecaríes, según la traducción del vocablo totobiegosode, está estrechamente ligado a la ayuda gubernamental.
El Estado debe adquirir tierras en nombre de esos indígenas, para que puedan seguir adelante con su determinación de no integrarse al mundo del hombre blanco, dijo a IPS Gladys Casaccia, coordinadora adjunta del Grupo de Apoyo a los Totobiegosode (GAT).
De otra manera, no tendrán cómo subsistir, aseguró.
La ONG de Casaccia busca preservar la identidad cultural de los totobiegosode, y que éstos puedan recuperar legalmente parte de sus tierras ancestrales del noroeste del país.
La Constitución establece que los grupos indígenas deben recibir tierras de calidad y extensión suficiente para continuar el desarrollo de su cultura, pero en la práctica las cosas son diferentes.
En primer lugar, la actividad económica del hombre blanco hace que cada vez se reduzca más el área de influencia de los totobiegosode, afirmó Casaccia, en alusión a la merma de montes vírgenes del Chaco paraguayo, donde aún sobreviven esos cazadores recolectores.
Según cálculos del sector privado, la deforestación en esa zona avanza a razón de 100.000 hectáreas por año.
La tala indiscriminada hace que los totobiegosode se vean empujados a reducir su zona de influencia por los kojñone, palabra que usan para referirse al hombre blanco y que significa los que hacen cosas raras y sin sentido.
La situación de los totobiegosode es similar a la de otros pueblos indígenas aislados que sobreviven en las selvas amazónicas de Brasil, Ecuador y Perú.
Los korubo de Brasil, tagaeri de Ecuador, ayoreo de Paraguay y mashco-piros, ashaninkas y yaminahuas de Perú, que en conjunto no suman más de cinco mil personas, soportan la presión creciente de una civilización que avanza sobre sus territorios, pese a que las leyes garantizan su existencia.
Desde tiempos remotos, la etnia ayoreo vive en un área de casi tres millones de hectáreas, que abarca gran parte de la frontera con Bolivia.
Dentro de ese territorio, unas 550.000 hectáreas del noroccidental departamento de Alto Paraguay son reclamadas por el GAT para el asentamiento de los indígenas, y sobre ellas pesan medidas judiciales cautelares.
Más de 100.000 hectáreas ya fueron registradas a nombre de líderes de grupos indígenas integrados: los garaigosode (habitantes de los campos bajos) y guidaigosode (habitantes de aldeas).
Esos dos grupos piden, además de tierras para ellos, otras para sus parientes totobiegosode.
En 1750, los jesuitas abandonaron su tentativa de hacer católicos a los ayoreo, que quedaron casi totalmente aislados hasta las primeras décadas del siglo XX. Aquel intento de la Compañía de Jesús fue retomado por los salesianos, que también desistieron hace más de 30 años.
En la actualidad, el grupo protestante estadounidense Misión a Nuevas Tribus trata de convertir a los ayoreo integrados, que sin embargo mantienen su identidad, cultura y creencias, explicó a IPS la historiadora Adelina Pusineri, directora del Museo Etnográfico Andrés Barbero y profesora de etnohistoria en la Universidad Nacional de Asunción.
Durante la Guerra del Chaco, que enfrentó a Paraguay y Bolivia de 1932 a 1935, los ayoreo eran considerados por ambos bandos como antropófagos traicioneros que debían ser eliminados, destacó.
En la década de 1940, cualquier conscripto que lograra dar muerte a un ayoreo lograba automáticamente la baja del servicio militar, señaló la experta.
En 1946, un grupo de trabajadores rurales capturó a un joven ayoreo de unos 12 años llamado Iquebi, quien fue llamado José y exhibido.
El primer contacto pacífico con los ayoreo se produjo en 1962, cuando éstos, empujados por la necesidad, decidieron comenzar a integrarse al resto de la sociedad.
Pero el 30 de diciembre de 1986 hubo un violento choque entre indígenas totobiegosode y otros ayoreo integrados, que terminó con la muerte de cinco personas y cuatro heridos graves.
Un grupo de 34 aborígenes relacionados con la Misión a Nuevas Tribus organizó una expedición para evangelizar a un clan totobiegosode avistado durante un vuelo de reconocimiento, que los recibió con violencia aunque pertenecían a la misma etnia.
Otro encuentro violento se produjo en 1998, cuando un equipo vial que abría camino en plena selva fue atacado con lanzas y flechas por los totobiegosode.
El último avistamiento se produjo a fines de junio de este año, cuando un ayoreo cristiano se topó con un silvícola.
Actualmente hay unas 30 familias silvícolas que sobreviven en los montes, dijo a IPS el vicepresidente de la Unión de Nativos Ayoreo del Paraguay, Domingo Uneai, un ayoreo garaigosode que salió del monte con su familia hace más de 30 años.
Queremos volver a los montes y que nuestros parientes totobiegosode vivan en paz, afirmó.
Pero su volver al monte es un 'volver' entre comillas. No llegarán a ser lo que eran antes tras el contacto con el resto de la sociedad, entre otras cosas porque su actividad económica cambió radicalmente, advirtió Pusineri.
Uneai, de 40 años, casado y con seis hijos, tramita ante el Instituto Paraguayo del Indígena el reclamo de compra de unas 1.000 hectáreas en el noroccidental departamento de Boquerón, para que 40 familias se dediquen a la agricultura y la ganadería.
Los ayoreo tienen un estilo de vida bastante austero, según escribieron los antropólogos José Zanardini y Walter Biedermann en el libro Los indígenas del Paraguay.
No acostumbran consumir alcohol ni otras drogas, y no practican orgías, aunque los jóvenes de ambos sexos gozan de absoluta libertad sexual hasta que forman parejas estables, en las cuales la relación es generalmente afectuosa, y se tiene en muy alta estima a la fidelidad.
Pero los niños nacidos de relaciones sexuales previas a la formación de pareja son enterrados vivos por sus madres, inmediatamente después del parto.
No practican discriminación de género, y otorgan mucha importancia a la opinión de las mujeres, aunque no tienen procedimientos colectivos para tomar decisiones que involucren a la comunidad.
La autoridad entre ellos es el asuté o cacique, nombrado de acuerdo a la valentía que, según piensan, se demuestra al matar a animales o personas. Por eso la guerra y el asalto otorgan prestigio, sea cual fuere la edad o el sexo de las víctimas, y aunque se mate a traición.
Otra figura importante es el dahisnai, con funciones religiosas y de medicina tradicional. (