Brasil vive una singular situación rural, con su producción ubicada hoy entre las más competitivas del mundo y un movimiento de reforma agraria en crecimiento que lleva a sangrientos conflictos por la posesión de tierras.
La tensión aumentó en las últimas semanas, en consonancia con la invasión de haciendas consideradas improductivas por parte del Movimiento de los Sin Tierra (MST) y otros grupos campesinos en reclamo de asentamientos, multiplicando así sus campamentos precarios en predios ocupados y carreteras.
Esas ocupaciones y las informaciones sobre el montaje de milicias armadas y la contratación de empresas de seguridad por propietarios de grandes establecimientos agropecuarios alimentaron el temor de que se repitan enfrentamientos violentos.
En el primer semestre de este año ya fueron muertos 20 campesinos a causa de tierras en disputa, mientras que el año pasado se registraron 43 asesinatos, según la Comisión Pastoral de la Tierra de la Iglesia Católica.
Por otro lado, el Ministerio de Agricultura celebra este año una cosecha de 120,2 millones de toneladas de granos, 24,2 por ciento mayor que la anterior.
También la producción brasileña de cereales, leguminosas y oleaginosas se duplicó desde 1990, pese a que el área sembrada sólo creció 14,8 por ciento.
Esa explosión de productividad permitió a la agricultura incrementar sus exportaciones y obtener un superávit comercial para el sector de más de 20.000 millones de dólares al año, un volumen que ayudó a mejorar las cuentas externas del país.
En caso de seguir con este ritmo, Brasil podrá desplazar dentro de 10 años a Estados Unidos de su ubicación de mayor productor mundial de alimentos, calculó la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo.
Así, en un país competitivo como este no se justifica la reforma agraria, dijo a IPS Antonio Ernesto de Salvo, presidente de la Confederación de Agricultura y Ganadería de Brasil, que representa a los hacendados y empresarios rurales.
Además, Brasil ya tiene cuatro millones de establecimientos rurales, más del doble que Estados Unidos, y la pobreza se concentra precisamente en las pequeñas propiedades, argumentó el dirigente empresarial. Ya tenemos un exceso de minifundios, sentenció.
Añadió que lo único que falta es crear mecanismos para asegurar el acceso a la tierra a los que tienen vocación de agricultor.
No puede haber problemas de tierras en un país de 8,5 millones de kilómetros cuadrados de territorio, aunque buena parte se destine a la preservación ambiental, acotó.
De Salvo acusó al MST de ser una organización marxista que aprovecha la pobreza, movilizando desocupados del campo y la ciudad con el objetivo de tomar el poder, como lo hacen las guerrillas colombianas, en el meridional estado mexicano de Chiapas y Sendero Luminoso en Perú.
El Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra, nombre completo del grupo organizado en 1984, tiene de hecho una retórica revolucionaria contra el latifundio y sus marchas por carreteras, invasiones y símbolos como banderas rojas, machetes y otros instrumentos de trabajo asustan a los grandes hacendados.
Sin embargo, el movimiento no tiene grupos armados y conquistó simpatía popular incluso en las ciudades, al defender la proliferación de pequeños propietarios de tierras para el desarrollo de la agricultura de base familiar y no la socialización.
Sus ocupaciones, como denomina a las invasiones de haciendas, se limitan en general a predios que por ser improductivos no estarían cumpliendo la función social determinada por la Constitución.
Este movimiento de campesinos reclama al gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva el asentamiento de un millón de familias en sus cuatro años de mandato, con mayor urgencia para las 120.000 familias que acampan hoy en predios ocupados o al lado de rutas a la espera de tierras para sembrar.
Lula llegó al gobierno el 1 de enero como líder del izquierdista Partido de los Trabajadores, uno de cuyos sectores tiene fuerte vinculación con el MST.
La meta de asentamientos es viable y sólo hace falta voluntad política para cumplirla, señaló a IPS Joao Pedro Stédile, uno de los coordinadores nacionales del MST, en respuesta a opiniones de expertos económicos de que el gobierno no dispone de recursos para llevar a cabo el plan.
Los recursos anuales necesarios para la propuesta del MST equivalen a solo 10 días de intereses de la deuda pública pagados a los bancos, argumentó Stédile, que es economista.
La reforma agraria es necesaria en Brasil para combatir la desigualdad, la pobreza y el hambre, históricamente generadas por la concentración de la tierra en pocas manos, explica el Movimiento de los Sin Tierra.
Stédile aseguró que en este país apenas uno por ciento de los propietarios tiene en su haber 46 por ciento de las tierras cultivables.
Esa concentración se acentuó en los últimos años, mientras los campesinos necesitados de tierras aumentan día a día hasta llegar en la actualidad a 4,8 millones de familias, apuntó el líder del MST.
Ya pasó el tiempo de la reforma agraria clásica del inicio del capitalismo, pues sólo distribuir tierra no resuelve el problema, reconoció Stédile.
El dirigente agrario defiende una reforma que denomina popular que, además de distribuir tierras, promueva agroindustrias en los asentamientos, asistencia técnica y educación adaptada al mundo rural.
Sin esos cuatro factores será un fracaso, como ha sido hasta ahora, puntualizó.
Para Antonio Buainin, profesor de la Universidad de Campinas y autor de varios estudios sobre agricultura familiar, no hay oposición entre la gran agricultura empresarial y la reforma agraria.
El modelo de desarrollo brasileño favoreció el llamado agronegocio de gran escala, que se hizo muy dinámico y competitivo, pero concentrando la propiedad de la tierra y la riqueza, dispensando mano de obra y expulsando la población rural hacia las ciudades, observó Buainin en entrevista con IPS.
Todo eso genera ineficiencia económica, al excluir a muchas personas del mercado y alimentar la violencia urbana, por ejemplo, destacó.
La reforma agraria puede promover un desarrollo más distributivo y equitativo, sin afectar el agronegocio sino conviviendo con él y apoyándolo, al diversificar la producción, crear empleo y ampliar el mercado, favoreciendo el crecimiento económico, evaluó.
Por eso la reforma agraria, en su opinión, es una necesidad de la economía y no un simple programa social, de reducción de pobreza, como opinan los que desprecian el papel productivo de los pequeños agricultores en el mundo actual, de agricultura altamente tecnificada y competitiva.